Antonio Gamoneda

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Antonio Gamoneda en la presentación de la antología colectiva Árido Umbral en León

Soy el que comienza a no existir
y el que solloza todavía.
Qué cansancio ser dos inútilmente.

Antonio Gamoneda
Lápidas .-(Esta luz)

Antonio Gamoneda me decía: la poesía es la juventud; y sus manos grandes se abrían hacia los demás mientras él se refugiaba detrás de su mirada y una amplia sonrisa. El poeta leonés nacido en Oviedo, cosas del destino, me dejaba también con un abrazo la dedicatoria en su libro Esta luz (Poesía reunida 1947-2004) en la fraternidad del paisanaje y de la poesía. Palabras y abrazo fraternos de un paisano cuyos versos ya son rumor incesante de aguas orilladas en las márgenes del  Bernesga y el Torío, aliento de aire helado en los pináculos de la catedral, memoria de trenes atravesando el barrio de El Crucero y piedra tallada en estrofas esparcidas por el suelo del Parque de la Poesía compartiendo espacio con el busto del Padre Isla, en los aledaños de lo que fue la estación de vía estrecha o de Matallana, o de Bilbao, que era hasta donde  llegaban los trenes del carbón y ahora los de los pocos viajeros que transitan, con menos fatigas que antaño, esas vías.

León siempre se deberá y estará en deuda con uno de sus más silenciosos, abnegados y entregados de sus habitantes; siempre verá esta ciudad por sus ojos y encontrará su alma en la voz lenta y amasada de tiempo, compromiso y dolor, del poeta. Tal vez pueda parecer excesivo, pero creo que lo leonés y su fama de parco, un poco abrupto y árido, de silenciosos interiores, se entiende mejor en la escritura de Antonio Gamoneda, la cual nunca dejó de ser la vida, materia única del poema.

Por encima de definiciones acabadas, la poesía del autor leonés se eleva en una unidad del lenguaje que no sólo depende de su cauce tonal, sino que es mucho más profunda, asentada en la raíz (1). Y al margen de movimientos, tendencias, corrientes y escuelas, la voz del poeta se hace a sí misma y madura en una conciencia lúcida expresada con palabras cargadas de un fuerte valor simbólico, en un hermetismo que se disuelve en la lectura. Antonio Gamoneda sabe para qué escribe; se escribe para preguntarse, para intentar comprender, haciendo un esfuerzo que es paralelo al del lector, frente a una materia que impone su presencia, que desborda en sentido, que no lo cede, que no muestra otra claridad que la repetición, el retorno obsesivo (2).

El carácter existencial y humanista de su poesía le hace concebirla como una unidad en la que se resuelve la tensión entre el impulso estético y el compromiso social y político. Entiendo ahora sus palabras al cuestionarme el hecho de la existencia de una poesía social. Me aseguraba que era una cuestión difícil al alcance de muy pocos el escribir poesía social sin que lo escrito no pasase de ser un panfleto. No quiero decir que no exista la poesía social y que no haya quien la escriba; me refiero, más exactamente, a la posibilidad de su realidad intrínseca como poesía, al margen de la forma en que se exprese, verso o prosa. Creo, en lo que puedo comprender, que Antonio Gamoneda ha tocado el fondo de la esencia de la poesía, que se hace y nutre del yo interior que vive y experimenta globalmente el mundo y lo recrea e interpreta desde el subjetivismo cargado de tensión emocional y belleza. En esa unidad vital subsiste lo social y lo costumbrista, lo histórico y lo descriptivo. Compartimentar la poesía en temas resulta ser un trabajo baldío, porque la poesía tiene, como he apuntado al principio, un tema único, que es la vida misma que lo engloba todo reinterpretándose en la voz del poeta con las calidades que le son propias. El que en un poema predomine el colorido de un cierto tema, sea amoroso, social, costumbrista, etc. o se exprese con un determinado estilo, no hace a la poesía que contiene algo diferente a lo que es, poesía. Del mismo modo la música siempre es música, al margen del tema, ritmo o formato en el que sea interpretada. En este sentido quiero entender lo comentado hasta aquí sobre la poesía social.

Pero vuelvo al poeta y escritor leonés. Con indisimulado orgullo escribo su nombre y el reconocido trabajo del hombre, la labor poética comprometida a resguardo de tendencias, grupos, modas y otras liturgias. Escribo su duda, la atormentada conciencia de lo limitado de la acción y lo ilimitado del sueño, tal vez la esencia de la revolución y, por eso mismo, de la juventud. Antonio Gamoneda, en todo, sigue siendo joven mirando a la luz de la existencia la realidad que mueve nuestros pasos por las calles de las ciudades y los pueblos, los campos y las casas y la vida, y se duele y se sorprende y abarca con su ancho abrazo nuestro desconcierto y nuestra duda. Tiene razón; la poesía es juventud. Al margen de las edades del hombre. Es voz del sentimiento y grito de la necesidad.  Por eso su poesía nos resulta tan imprescindible.

(1)   Esta luz.- Epílogo (Miguel Casado); pag. 587

(2)   Esta luz.- Epílogo (Miguel Casado); pag. 589

González Alonso

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