Almería: 10 etapas de noviembre de 2017
Segunda parte:
Etapas VI, VII, VIII, IX y X
Etapa VI: Calar Alto, Serón, Macael
La visita al observatorio astronómico de Calar Alto resulta muy recomendable. Te permite la entrada a las instalaciones del telescopio más grande de los que forman parte de los allí montados. Mediante las explicaciones de la astrónoma que nos acompañó pudimos conocer sus características y funcionamiento, la historia de este proyecto y tener alguna información, sencilla y clara, de determinados aspectos del Universo.
La altura de 2.168 metros a que se encuentra ubicado el observatorio ofrece la posibilidad, para los astrónomos de todo el mundo, de contemplar y examinar un cielo limpio de contaminación.
Descendiendo de Calar Alto por la cara norte de la sierra de Los Filabres, encontramos a media altura el interesante pueblo de Serón, antaño dedicado a la minería del hierro y hoy destino turístico atractivo. Por su altura, mirando al valle del río Almanzora, es apropiado para curar buenos jamones, con media docena de empresas dedicadas a salarlos y varias hospederías. En la plaza del Ayuntamiento encontramos el restaurante Plaza Nueva y la ocasión de disfrutar de la excelente cocina de la zona, buen gazpacho, estupendo codillo, chuletillas de cordero o las suculentas alcachofas rellenas.
Continuando el descenso alcanzamos la localidad de Macael y pudimos acceder a la explotación de sus impresionantes canteras de mármol. Más abajo de las canteras, la empresa Cosentino ocupa una gran extensión con las naves industriales de sus instalaciones para la elaboración y preparación de los afamados mármoles.
ENLACE A FOTOS: CALAR ALTO, SERÓN y MACAEL
Etapa VII: Por Villaricos, entorno de Palomares, Vera y La Garrucha
El entorno costero de Garrucha, Vera, Palomares y Villaricos está salpicado de excelentes vistas marinas, playas atractivas de piedra y de arena, buenos paseos marítimos, puertos pesqueros y de recreo y magníficas ofertas gastronómicas en las que, es justo decirlo, los pescados resultan ser los protagonistas indiscutibles; la breca, la lecha, gallineta, calamares, mejillones, gallo de San Pedro o las sabrosas gambas, entre otras posibilidades, se ofrecen en las cartas de los restaurantes y no defraudan. Pescados frescos preparados según los distintos estilos almerienses que, acompañados de un buen vino blanco y bien frío, son la mejor carta de presentación de la zona.
En Villaricos la suerte nos condujo hasta el Chiringuito La Balsica, emplazado La Balsica, uno de los dos puertos con que cuenta el pueblo. Después de meternos en faena con unas tortitas de calamares a modo de entrante, llegaron unas hermosas y muy sabrosas gambas para dar paso luego a los platos de pescado, en este caso de breca y lecha bien hechos, jugosos con toda la potencia del mar en sus carnes. Un acierto.
La historia del entorno está repartida entre el mar y la minería. Próximo a Villaricos, entrando por pistas de tierra, pueden visitarse las explotaciones y pueblos abandonados tras el cese de la actividad minera, como el poblado de El Arteal, en la sierra Almagrera. En la visita a la zona nos cruzamos con dos mujeres que paseaban por el entorno, la mayor de ellas ayudándose de una cacha. Muy amables, se detuvieron para darnos información de lo que había sido aquel cúmulo de casas arruinadas y entregadas al abandono y el paso del tiempo. La mujer de más edad había vivido en El Arteal; nos contó cómo en el pueblo no había luz ni agua corriente, servicios con los que sí podían contar las familias mineras instaladas en los edificios que formaban una colonia fuera del pueblo y que se conservan aún en pie, aunque de manera penosa. Nos hablaron del hierro, el plomo y la plata que se extraían en aquellas y otras muchas explotaciones de la comarca, de las que quedan huellas en forma de torres y bocaminas.
ENLACE A FOTOS DE: VILLARICOS, GARRUCHA y EL ARTEAL
Etapa VIII: Almería, la ciudad
La ciudad almeriense siempre nos aguarda con alguna agradable sorpresa. En el paseo de sus céntricas calles puedes toparte con soluciones imaginativas a las meteduras de pata urbanísticas, como levantar edificios de alturas desproporcionadas en relación a sus colindantes. Las enormes paredes lisas, sin vida ni color, pueden convertirse por medio del arte en sensaciones de aire, movimiento, frescura y libertad. Así, en el Paseo de Almería, casi en su arranque, un inmueble bastante anodino se convierte, por efecto del diseño y la pintura, en una atractiva y leve construcción en la que vuelan las cometas desde plataformas o terrazas pintadas sobre las que se mueven las personas que las manejan. La sensación es la de que el edifico está hueco y puedes ver el cielo a través de ese hueco pintado sobre la pared. Más adelante, en una calle lateral, hay otra propuesta similar. Dos grandes aciertos.
Pero también puedes descubrir el Teatro Cervantes, y más abajo, en el inicio de la calle y al pie de una rotonda, el casi recién estrenado Museo de Arte Doña Pakyta. La edificación que lo acoge es un magnífico chalé de estética norteña de 1933, cedido por doña Francisca Díaz Torres, conocida como doña Paquita, y apoyado por el Ayuntamiento de Almería y la Fundación Cosentino. La pujante empresa Cosentino es la encargada de la explotación de las canteras de mármol de Macael.
La exposición recoge una interesante muestra pictórica de artistas almerienses de mediados del siglo XIX a mediados del XX, en siete salas distribuidas en dos alturas y que reúnen más de setenta obras.
Tras el paseo por la Plaza de los Coloraos, aledaña a la Alcazaba, el almuerzo y el café, nada mejor que la conversación con amigos almerienses como los poetas Perfecto Herrera y Alonso de Molina, al que acompañó su mujer Pilar. La poesía, las publicaciones, los eventos literarios, filias y fobias, la situación política y otros temas como los viajes, la escalada o el senderismo, ocuparán más de dos horas de amena charla en las mesas de la emblemática pastelería y cafetería La Dulce Alianza, en la parte alta del Paseo de Almería.
En el momento de marchar, ya estás pensando en cuándo volver.
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Etapa IX: Agua Amarga y Carboneras
Noviembre es mes de absoluta tranquilidad en Agua Amarga. La agitación colorista y turística del verano da paso al silencio de las callejuelas, rincones y la vacía plaza del pueblo. La playa es un remanso de tranquilidad en el cual unas pocas personas se sientan a disfrutar el suave sol otoñal e incluso alguna se atreve a bañarse en las apacibles aguas mediterráneas libres de embarcaciones de recreo.
El mayor inconveniente, sin embargo, es que casi todo está cerrado, incluido el pequeño supermercado del pueblo. Pero, por suerte, encontramos abierto el Chiringuito Los Tarahis. En un mediodía de agradable sol y temperatura fresca a la sombra, accedimos a la cocina y la carta de Los Tarahis, comandada por Leire, sin podernos resistir a las espectaculares croquetas de chipirones, los pimientos rellenos del piquillo, las ortiguillas o la interesante fritura de pescado. Atendido a la mesa por Nono, joven afable y jovial, hermano de la cocinera, la comida y la sobremesa transcurrieron de manera amena y relajada, siendo invitados –además- de manera generosa a unos más que abundantes postres, café y un bien escogido vino blanco verdejo.
De Agua Amarga a Carboneras se hace casi obligada la subida a la Mesa de Roldán. Una imponente torre de defensa del siglo XV, recuperada y reconstruida en el siglo XVIII bajo el reinado de Carlos III, junto con el faro, ocupan la altura de este promontorio que deja a sus pies la playa de Los Muertos y desde donde se divisa la sierra de Los Filabres, Carboneras y las puntas de la Cala del Medio, la del Plomo o Rodalquilar hacia el Cabo de Gata.
Carboneras luce limpia, tranquila y relajada tras el estrés veraniego. Sin ajetreos, el paseo a la orilla del mar se deja acompañar solamente del rumor de las olas rompiendo a la orilla.
La oportunidad de comer en Carboneras en noviembre, y hacerlo bien, se encuentra en casi todos los establecimientos que permanecen abiertos. Se puede citar, a modo de buen ejemplo, el Restaurante Los Barquicos, aledaño al Sol y Playa y regentado por los mismos dueños. Buena relación entre la calidad ofertada y los precios, además del buen género trabajado y buena elaboración, tanto en pescados como en carnes; unos mejillones al vapor, un buen entrecot de ternera y una generosa fritura de pescado variado, pueden servir de ejemplo.
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Etapa X: El Cortijo del Fraile por Fernán Pérez
Fernán Pérez, además de las celebradas tapas de la taberna de la plaza, conserva un molino de viento restaurado y un interesante y monumental acueducto. Pero es, también, uno de los enclaves desde el que acceder al famoso Cortijo del Fraile.
Las indicaciones para llegar al mítico escenario del crimen que inspiró la pieza teatral “Bodas de sangre”, de Federico García Lorca, son escasas y confusas. En el primer intento de llegar es fácil perderse por entre las pistas de tierra que se cruzan en el camino. Después de preguntar a la única persona que encontramos en medio de la nada, una mujer extranjera de edad ocupada en algunos arreglos en lo que a todas luces era un cortijo abandonado, y de confirmar que íbamos en la dirección correcta, más adelante volvimos a preguntar a una pareja también de cierta edad y también extranjeros y conseguimos divisar a lo lejos el cortijo del que sobresale la torre de su iglesia.
El paraje aparece en casi toda su extensión cultivado y verde; se trata de una gran finca en medio de la cual se conservan las ruinas del cortijo desde el que se alcanza a ver las explotaciones mineras de Rodalquilar.
Hay algo que sobrecoge en la visión de estas ruinas protegidas por un cerco alambrado. La decadencia de sus muros y las paredes derruidas en gran parte, los arcos que todavía se sostienen, los portalones, el horno para cocer el pan, la esquinada torre de la iglesia, tienen lenguas que hablan por la poesía de Federico García Lorca y por el trágico dolor que recuerdan.
El cortijo empezó siendo convento de frailes; de ahí su nombre y la existencia de la iglesia. Luego se hizo triste historia de amores, desengaños y venganzas. Ahora es ruina y lugar de peregrinación para quienes han oído hablar de las leyendas del lugar, de la obra teatral de Lorca o se sienten, simplemente, atraídos por la curiosidad, la misma que bien pueden despertar otras historias, otras muertes, otras vidas esforzadas, como las que se sucedieron en las cercanas explotaciones mineras de Rodalquilar. De hecho, bien pueden matarse dos pájaros de un mismo tiro llegando al Cortijo del Fraile por las mismas pistas terrosas que arrancan de Rodalquilar y que atraviesan la montaña horadada en busca del oro y el plomo argentífero. O volviendo por ellas.
A cualquiera, contemplando el entorno, se le ocurre la misma pregunta: ¿por qué no reconstruirlo? ¿por qué no convertirlo en Centro de Interpretación o en magnífico Parador Nacional de Turismo? ¿O lo que sea? Y a cualquiera se le ocurre también la dificultad para hacerlo, el dinero necesario para invertir en cualquier proyecto y la financiación.
Mientras llega alguna solución o la definitiva desaparición de los restos del Cortijo del Fraile, nos vamos por donde vinimos, atravesando las pistas de tierra que envuelven el paisaje pintado de olivos.
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González Alonso