SANTORINI
A mediados de septiembre de 2019

Es la segunda visita a la isla de las famosas puestas de sol, los yacimientos arqueológicos de Acrotiria, la ciudad sepultada por las cenizas de la que resultó ser una apocalíptica erupción que arrasó la isla y dio paso a la impresionante hondura del cráter volcánico inundado por el mar y,  colgadas de las paredes del cráter, nos asombran las construcciones y casas de Fira y Oia.

En esta ocasión la llegada fue por mar. El barco echó el ancla en mitad del círculo de agua del cráter y la llegada a tierra fue en una barcaza. Renunciamos al viaje hasta Oia para aprovechar las pocas horas de desembarco en volver a pisar las calles y las cuestas de Fira, acercarnos a las vistas desde lo alto de los acantilados y pasear.

Desde el puerto de Fira arranca un elevador que se desliza por raíles para salvar la impresionante altura de la pared vertical del acantilado. También puedes subir a pie, escalón a escalón o hacerlo en los sufridos burros que ponen a disposición de los turistas. Sea como sea, el caso es que hay que subir y el único lugar para hacerlo desde este puerto es de estas maneras. Existe otro puerto enclavado  en la costa unos kilómetros más adelante, donde atracan las embarcaciones de menor calado y desde el que asciende una carretera zigzagueante que te conduce a Fira.

Tarde apacible, de colores azules marinos y celestes, los tonos rojizos y negros salpicados de verde y el blanco de las construcciones sobre los acantilados. Las calles de Fira recorridas por los turistas de turno, las fotografías de rigor, los restaurantes, las tiendas, las iglesias y, por encima de todo, esa mirada al mar que apaga la sed del volcán.

González Alonso

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