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San Leonardo (Soria) y los alrededores, en la tarde de un 31 de octubre y un 1 de noviembre

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Son las fechas de “todos los santos”, y los pinares de Navaleno, esplendorosos de días soleados, están sin una seta. La excursión, por eso, no pierde atractivo. Las cumbres del macizo de Urbión y sus extensos bosques son un espectáculo admirable y una tentadora invitación a dejarse perder entre ellos.

Así que, haciendo parada en San Leonardo de Yagüe y después de instalarse en el hotel Manrique de Lara, a 70 € la habitación doble con desayuno, con vistas a las ruinas iluminadas del castillo, bien ubicado y confortablemente equipado, cogemos las carreteras que culebrean por entre la sierra, comunican entre sí a los pueblos burgaleses y sorianos de la zona, se hunden en las masas forestales de pinos y acompañan en buena medida el curso alto desde donde nace el río Duero que cantara Antonio Machado cuando poeta y río coincidieron en Soria.

De San Leonardo avanzando hacia el norte, y tras un almuerzo campestre en el entorno verde de un pinar a orillas de un apacible arroyo, seguimos camino de Vilviestre del Pinar, Quintanar de la Sierra y, ya próximos a Regumiel donde se informa e indica la existencia de huellas de dinosaurios, alcanzaremos el lugar de la Virgen de la Revenga.

En la ocasión anterior toda la pradería que rodea la iglesia de la Virgen de la Revenga y el restaurante aledaño estaba llena de gente celebrando a modo de deporte los trabajos antiguos de los leñadores con la corta de troncos de árboles, en el suelo y encaramados a ellos en un difícil y sorprendente equilibrio, así como el rito de “pinar el mayo”, tradición muy extendida por tierras castellanas y leonesas. Para acompañar la fiesta de los arrieros sorianos no faltaron, entonces, las buenas calderetas de cordero cocinadas al aire libre y degustadas luego a resguardo en el interior del restaurante. Ahora estaba todo tranquilo y ajeno al ajetreo de la fiesta. Como novedad y sorpresa, pudimos visitar la llamada Casa de la Madera, construcción espectacular cuyas paredes las forman largos troncos de pinos, de manera que parece –como así es- que el edificio ha sido insertado en un gigantesco montón de troncos cortados.

La Casa de la Madera acoge varias exposiciones sobre los recursos mineros y madereros de Castilla y León, así como muestras de arte en distintas exposiciones y una terraza a la que se accede en ascensor desde la que poder disfrutar una amplia panorámica del entorno.

La segunda sorpresa de la tarde la encontraremos más adelante, en el lugar conocido como Castroviejo y su magnífico mirador que nos permite contemplar el extenso valle con las poblaciones de Duruelo de la Sierra y de Gumiel de la Sierra. La erosión de las rocas ha dado paso a formaciones caprichosas que modelan un bello entramado laberíntico descollando en medio de la población de pino albar y pino negro que predomina en aquellos parajes.

Dejando atrás Castroviejo y antes de llegar a Duruelo de la Sierra tomamos la carretera en dirección sur para enfrentar la sierra del otro lado del valle, subir el puerto de Cabeza Alta (1546m), hacer un alto en la fuente de La Losa Mala y, mientras cogemos agua, mirar hacia atrás y contemplar en macizo de Urbión en toda su luz otoñal de atardecer.

La carretera sinuosa del Amogable nos va descubriendo parajes siempre sorprendentes en cada curva hasta llegar a Navaleno y seguir hasta San Leonardo, abrigarse bien y buscar un establecimiento en el que entregarse a la charla, la compañía amable y una agradable cena. Todo ello será posible en el comedor ubicado en la parte alta del Mesón de San Blas.

La noche, dura y fría, se dejó sus horas a resguardo del calor confortable del hotel Manrique de Lara, con algún vistazo que otro a las ruinas del castillo iluminado sobre el altozano a las espaldas del hotel.

Y el día 1, festivo y celebrado de diversas y variopintas maneras según que países y costumbres, lo dedicaremos a visitar el Cañón del río Lobos, el Centro de Interpretación de Ucero, también dominado por un monumental y bien conservado castillo roquero para, después de almorzar en el mismo Centro de Interpretación al lado de una amena acequia, acercarnos al Puerto de La Galiana y desde el mirador seguir las evoluciones del vuelo de un buitre que tuvo a bien exhibirse para nosotros en toda su majestuosidad.

El paseo por el Cañón del río Lobos hasta la ermita y los covachones que conservan pinturas rupestres, y siguiendo un poco más allá contemplar las colmenas colgadas de los salientes de los farallones del cañón por los frailes que habitaron y explotaron estos parajes, siempre resulta reconfortante. El día soleado, los chopos amarilleados o llenos de ocres, el cauce estrecho del río con breves remansos de agua, los buitres asomando en lo alto de los cortes de las paredes del cañón, todo, invita a la relajación de los sentidos y el goce de la vista. Hasta la próxima visita. Con setas o sin ellas.

González Alonso

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