GRECIA: HERACLION y CNOSOS 2019

HERACLION y CNOSOS
A mediados de septiembre de 2019

HERACLION

Capital de Creta. Hasta el s. XX era conocida como Candía. Por ella pasaron los árabes provenientes de Andalucía, los otomanos y los venecianos, y en cada época de conquista dejaron su impronta y su nombre fue cambiando hasta el actual de Heraclion o “ciudad de Heracles”.

Destacan en Heraclion su puerto, sus murallas y, por supuesto, el Museo Arqueológico de la ciudad con sus colecciones del arte minoico cretense. Pero la ciudad, en sí, no ofrece un encanto especial. Desde la amplia explanada con la vista abierta al puerto y el mar, en la que se conmemora con una solitaria estatua al político griego Eleftherios Kyriaksu Venizelos, nos adentramos en el centro histórico a través de una calle no demasiado larga que desemboca en una nueva plaza en cuyo centro se levanta una fuente sostenida por leones. A un lado y otro, entre construcciones convencionales, podemos ver algunas iglesias y edificios públicos. Un breve paseo te lleva de estos al mercado en el otro extremo, el clásico mercado griego de cualquiera de las ciudades griegas, con todo tipo de productos y la parte dominada por los aromas mezclados y coloristas de las especias.

La visita al Museo Arqueológico justifica sobradamente la visita. Ocasionalmente, también, pudimos visitar en una iglesia aledaña al Ayuntamiento una exposición sobre las mejores pinturas del Greco, pero reproducidas en fotografías iluminadas por su parte posterior, a modo de transparencias o diapositivas. Un acierto.

CNOSOS

Ahora nos encontramos ante la civilización minoica y su ciudad más importante. Cnosos se encuentra a unos escasos 5 kilómetros de Heraclion.

La leyenda del rey Minos y el laberinto son el imán de Cnosos. Tal vez esperas imaginar los pasos de Ariadna por estos lugares, sentir la presencia del Minotauro o la del joven guerrero griego Teseo. El entorno poblado de bosques y montañas parece predestinado a las grandes escenas y sucesos míticos. Pero la imaginación choca con algunas realidades. La primera es la de la extensión del yacimiento arqueológico. Hay que intentar ver lo que se ve como una muestra de lo que tuvo que ser en su momento. El palacio de Cnosos, del siglo XX a.C., destruido por los terremotos, vuelto a construir y destruido de nuevo, nos deja contemplar gran parte de las que fueron sus construcciones principales de las más de mil habitaciones que debió tener, incluida la sala del trono.

Restaurado y reconstruido en parte, con el desacuerdo de numerosos arqueólogos muy críticos con las actuaciones realizadas, ayuda -sin embargo- al visitante corriente e inexperto  y a su imaginación para permitirle asomar la mirada al pasado de Cnosos, en el cual la imagen del toro ocupa no sólo el centro de la leyenda del laberinto, sino también el de numerosas pinturas murales.

No puedo decir que decepcione la visita; todo depende de las expectativas y, a fin de cuentas, sabemos que estos viajes tienen mucho de peregrinaje a los lugares míticos de la cultura. Al fin, nos decimos, todo estuvo aquí, éste es el lugar. Y nos sentimos apropiados de su magia. Si lo imaginado no cabe en lo que ves, sí cabe lo que ves en lo imaginado. Empaparse de la historia in situ tiene un gran aliciente. Por eso, digo, merece la pena esta travesía, este paseo en la compañía de los cientos o miles de visitantes que, en pacientes colas o en la soledad de una esquina,  pondrán en el ojo de la cámara o en su retina una mirada que siempre será suya.

Mi mirada actual acude al poema que –antes de ver y pisar estos lugares- inspiró la escritura de la historia del mito: “Teseo en Cnosos”. Creo que todo es lo mismo, desde lo imaginado a lo inspirado por los restos que miles de años después afloran con sus palabras rotas.

González Alonso

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