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Lisboa, cinco días de enero (2012)
O pessimismo é bom quando é fonte de energía.- F.PessoaCuatro ocasiones para visitar Lisboa y cuatro sorpresas de una ciudad siempre la misma y siempre diferente. Pienso que, de igual modo, podrían ser cuatrocientas las veces y otras tantas las sorpresas. Tal vez Lisboa, me atrevo a sugerir, sea una buena definición de Portugal y de la manera de ser portuguesa. Las calles angostas y sinuosas dibujan un alma atormentada por un marcado pesimismo como fuente de energía, en palabras de Fernando Pessoa; las aguas dulces del Tajo se abren a la amargura de una mar oceánica en la amplia sonrisa del estuario que forma el Mar de la Paja; la desazón de la aventura y la ausencia son fados en Alfama y el Chiado; se extiende la razón y la geometría desde la Baixa a la Avenida da Liberdade en las ideas ilustradas del Marqués de Pombal; se alza la dignidad de ser portugués en los edificios apenas sostenidos por la sola voluntad de estar en pie, dando, infatigables, la cara al tiempo. No sé, yo diría que esta ciudad magnífica que se multiplica por sus más de siete colinas, tiene vocación de permanecer fiel a sí misma, obviando cambios inútiles. Así, cuando numerosas ciudades españolas y europeas vuelven a descubrir los tranvías, Lisboa no había dejado de viajar en ellos, los de verdad, de los que sirven para traerte y llevarte en el traqueteo de sus hierros y maderas, desafiando espacios imposibles entre esquinas que se tocan en cada curva.
Hablaba de dignidad; esa manera de enfrentarse al destino sin rencor, de comprender a los demás sin juzgar y de hacer tu trabajo con honestidad. La primera mañana en la ciudad, atravesando la Praça da Figueira, un hombre negro y corpulento, pulcramente vestido, se doblaba con dificultad para recoger algo de entre el empedrado del suelo. Cuando crucé a su altura, vi que todo aquel enorme esfuerzo estaba destinado a recoger una moneda de un céntimo. Nadie sabe mejor el valor de un céntimo. Y la última mañana, en la plaza próxima del Rossio, tomé prestados los servicios de un limpiabotas. El derroche de sabiduría y prudencia de aquel hombre hubiera desarmado a cualquiera mientras ejercía su trabajo con meticulosa profesionalidad; portugués viajero por España, Francia y otros países, recalando en distintos trabajos y diferentes destinos que, siempre, vuelve a Lisboa y los humores de su clima, a veces azotado por un cálido sol decembrino o de pleno enero, otras abrazado de tormentas y borrascas o, en ocasiones, calor seco o tiempo hecho de brumas que no despegan del Tajo ni de las fachadas de los edificios.
Dejarse llevar por la gastronomía es otro de los milagros de Lisboa. No se encuentran ya aquellos precios de antaño, cuando andábamos entre pesetas y escudos; la entrada en Europa ha traído con el euro también una equiparación en las tarifas de menús y mercancías objeto de regalos. Pero no ha perdido un ápice de encanto e interés sentarse ante una buena cataplana, una carne do porco a la alentejana, un pescado o un buen lombo de bacalhau. Ni que decir tiene el aliciente añadido de un buen marisco en marcos tan significativos como la Cervejaria da Trindade, en el Chiado, que fue logia masónica y convento, adornada con azulejos en sus paredes con las estaciones del año y motivos de los elementos de la Naturaleza representados por figuras femeninas; o ese buen café y cualquier producto de su variada repostería en lugares tan insólitos como A Brasileira o el restaurante Martinho da Arcada en la Praça do Comércio. Tanto en el primero, situado en el Chiado, como en el segundo, se reunían intelectuales y escritores opositores a la dictadura salazarista y servían de lugar de tertulias literarias al estilo de lo que significó el histórico Café Gijón en Madrid. En el restaurante Martinho da Arcada se conserva en su lugar la mesa a la que acostumbraba a sentarse Fernando Pessoa. En el mismo rincón y a lo largo de las paredes del establecimiento pueden verse fotografías del escritor portugués y sus amigos, de sus escritos y artículos. Sobre la mesa de mármol
reposan algunos utensilios, como una tacita de café, un azucarero, un vasito a modo de copa para licores y unos libros de F.Pessoa. Abro uno de los libros titulado Palavras y leo:
Nenhuma lei é benéfica se ataca cualquer classe social ou restringe a sua liberdade. As classes sociais ñao vivem separadas, en compartimentos estanques. Vivem en perpétua interdependencia, em constante entrepenetraçao. O que lesa uma, lessa todas. A lei que ataca uma é a todas que ataca.
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Cuando se pasea por Lisboa se entiende mejor el alma y el carácter del portugués que representó la figura gigantesca del escritor José Saramago en su visión universal del mundo y la vida, tan fiel a lo que no se puede dejar de ser, tan sutilmente quejoso de su fatalismo y, a la vez, tan positivo, vivo y esperanzador. Estando en Lisboa se entiende esa cercanía, esa proximidad ignorada e ignorante de muchos españoles, al alma portuguesa; y también esa inevitable cercanía a lo español de sus gentes, que es mirada con recelo y negada con cierta prevención hacia el país dominador. Pero, y Saramago lo sabía muy bien, por encima de actitudes más o menos mostrencas o interesadas, estamos destinados a aceptarnos y reconocernos y abrazarnos más allá de los sesenta años en los que Lisboa fue capital y primera ciudad de una España unida dinásticamente a Portugal, o más lejos de una Edad Media compartida, o la mítica resistencia ante la dominación romana. No es España un solar aparte del portugués, ni es Portugal costa atlántica diferente a la española que justifiquen un convivir ignorándose o mirándose de reojo.
Dejando a un lado las cuestiones anteriormente mencionadas y que siempre acaban resultando polémicas, podemos afirmar con sólida convicción que volver a la ciudad del Tajo hecho mar, pisar sus calles empedradas en blanco y negro hasta el último rincón, frecuentar sus bares, librerías, tabernas, museos, o escuchar fados, beber vino verde, charlar con los ciudadanos y agradecer su hospitalidad, acercarse a sus ocasos con puestas de sol impagables sobre una desembocadura del río atravesada por el puente Veinticino de Abril (en conmemoración de la revolución de los claveles de 1974), palpar lo multirracial de su vida, es siempre y en cualquier oportunidad una franca ocasión de disfrutar, estar a gusto, natural, no tener ganas de irse, incluso de ser feliz.
Julio G. Alonso
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Se puede subir al Mirador pagando un «ticket de día» (3,60€), con el que además puedes montar en el tranvía 15, que hace un trayecto similar al 28, y todos cuantos viajes quieras en metro y en otros autobuses, incluido el que te lleva al aeropuerto.
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Es cierto que existen billetes combinados que abaratan el uso del elevador. Aún así, el tiempo de espera resulta desesperante por lo injustificado. Los usuarios acaban abandonando el lugar dsistiendo de subir y si algún turista desprevenido compra allí mismo el billete, lo que es frecuente, el timo parece redondo.
Por lo demás, hay que decir que la red de tranvias y autobuses turísticos es completa y resulta bastante económica.
Gracias por la información, Pepe.
Salud.
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Lisboa ha vuelto a conquistarme. Las visitas repetidas a la capital lisboeta nunca me dejaron indiferente pero estos “cinco días de enero” han superado mis expectivas porque en este invierno cálido he disfrutado con sosiego cada instante , dejándome querer por la antigua y señorial Lisboa (como decía la canción).
El relato del viaje ya está hecho, por lo que a mi sólo me queda haceros partícipes de cinco de los momentos que espero queden transitando por la avenida de mis recuerdos (seguro que esto último os suena).
• Perderse por las solitarias callejas de la Alfama y dejarse sorprender por lo más sencillo: un portalón abandonado, ropa colgada, una ventana entreabierta, un anciano, un azulejo desconchado, una tasca, un pastel de nata…
• Abandonarse al atardecer en el estuario, detrás del puente Veinticinco de abril , tatareando “Grándola Vila Morena”
• Asaltar el Castelo de Sáo Jorge y obtener como botín la mejor vista panomárica de Lisboa y su mar.
• Saborear un bacalhau a bras regado con un blanco de la zona en buena compañía y rematar con un café bajo la mirada de F.Pessoa.
• Embriagarse de nostalgia al son de un desgarrado fado.
Como leéis, nada que no estuviera recogido en la crónica de Julio para con él confirmar que ser feliz es posible a través de las cosas más sencillas.
Lisboa es un magnífico destino ahora, por aquello de ayudarnos entre los peor valorados por las famosas agencias de calificación, y lo será siempre.
Agurtzane
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No tengo nada que agregar, Agurtzane; salvo que, con tu estupenda capacidad de síntesis has reunido lo mejorcito del viaje, con asalto y botín incluídos al Castelo de Sáo Jorge. Yo recomendaría a los lectores y posibles viajeros a Lisboa, que empiecen por la lectura de tus cinco momentos. Con un abrazo.
Salud.
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Un excelente paseo por Lisboa, amigo mío; tanto a nivel de crónica viajera como fotográfico.
No he estado en Lisboa, podría decir que sí en Portugal, aunque tampoco sería cierto del todo desde el momento en que tan sólo pisé uno de esos pueblos turísticos cercanos a la frontera donde llevan a los viajeros de autobús en excursiones programadas para que realicen algunas compras. No recuerdo ahora el nombre del pueblo, pero ciertamente con su puente de entrada, su foso, sus murallas, su calle llena de tiendecitas multicolores, no me defraudó, a pesar de que no compramos nada.
Me ha gustado esa detallada y minuciosa descripción de sus calles, sus plazas, sus cafés, ese restaurante, «Martinho da Arcada», donde al parecer se reunian los intelectuales portugueses; ciertamente debió de ser un bonito viaje, compañero.
¿Quién sabe? Quizás también yo pueda visitar Lisboa algún día (tampoco está tan lejos), y entonces si podré decir sin llamarme a engaño, que estuve en Portugal.
Un abrazo, amigo mío. Loable la labor de tu «Lucernarios».
Mario.
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Pues retomando tu comentario por el final, te diré que estoy de acuerdo en que Portugal no está lejos; no más que Galicia, Extremadura o Andalucía, si nos situamos en La Rioja. Y ya conoces mi opinión sobre sus tierras y sus gentes, así que también podrás imaginar que te animo a realizar ese viaje, no sólo por poder decir que pisaste suelo portugués, sino por el indudable atractivo de su vida, cultura y costumbres que -estoy convencido- te seducirán. Gracias, de todos modos, por acompañarme en este viaje virtual. Tengo muchísimas imágenes, pero ya no sabía cuál poner y lo dejé tal cual.
Con un abrazo.
Salud.
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