León, la Calle Ancha

León, la Calle Ancha

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Subiendo o bajando por la Calle Ancha de León estás recorriendo uno de los tramos con más historia de la ciudad y una de las arterias con más animación entre el Barrio Húmedo y las calles que se arremolinan en derredor de la Plaza Torres de Omaña. Calle peatonal en un centro histórico y monumental con el conjunto medieval de sus calles estrechas de trazado irregular y sus pequeñas plazas también de desigual trazado.

La calle asciende la suave colina o promontorio sobre la que se emplazaron las legiones romanas con el campamento que dio origen a la ciudad, siguiendo el trayecto original del antiguo decumano de la Legio VI Victrix, establecida en el 29 a.C. y a la que siguió la Legio VII Gémina. Al este, en su parte más elevada, se abría una puerta conocida como Puerta Obispo y que fue demolida a principios del siglo XX para hacer más ancha la entrada a la ciudad. Sobre los restos de lo que fueron termas romanas en los aledaños de esta puerta y los de los palacios reales de los reyes leoneses, se eleva hoy –en un equilibrio mágico y precario, sin casi cimientos- la hermosa catedral gótica leonesa, toda vitrales, luz y aire. Al oeste, a la altura del palacio renacentista de los Guzmanes que hoy ocupa la Diputación de León, se ubicaba la puerta Cauriense. Entre los ríos Torío por el este y el Bernesga por el oeste, el campamento romano fue dando paso al origen de la bimilenaria capital del Reino de León.

El recorrido de la Calle Ancha, atravesando justo por su medio el asentamiento castrense romano, te ofrece hoy día el regalo de un paseo apacible con acceso a otras calles míticas, como La Rúa o vía por la que accedían a la ciudad los peregrinos a Santiago que venían por el camino francés, u otras con nombres tan sugerentes como Varillas, Cervantes, Sierra Pambley, Conde Luna o la de Regidores que nos acercará al Palacio del Conde Luna y al mercado municipal ubicado en el espacio de una plaza conseguida a costa de retirar varios metros la fachada monumental del palacio y sacrificar uno de sus torreones.

El estilo de las fachadas de la calle, adornadas de balcones de forja y balconadas acristaladas, en ladrillo, llenan de equilibrada arquitectura los espacios que, para respetar su anchura, tuvo que sacrificar la Capilla del Cristo de la Victoria, erigida en memoria del centurión Marcelo, casado con Nonia, y ambos mártires y santos, en el mismo lugar que ocupó la casa del centurión. De la capilla no queda casi nada, salvo la hermosa fachada, reconstruida a finales del siglo XIX inspirándose en la Puerta del Perdón de San Isidoro. Pero la calle, así, se abre paso hasta la plaza de la catedral luciendo en los meses de verano multicolores y vistosos maceteros con flores en los balcones, así como bazares, cafeterías, chocolaterías, hoteles como el París, restaurantes y todo tipo de locales desparramándose por las calles aledañas, algunos de ellos antiguos y emblemáticos como el Bar Correo, el Camarote Madrid o El Gran Café, que ofrece actuaciones musicales en directo, en la calle Cervantes.

Destacan, entre los locales mencionados y otros, la histórica farmacia Merino (1827) con su mobiliario original y techos artesonados, el demasiado remozado Café Victoria, próximo a la capilla del Cristo de la Victoria, también de finales del siglo XIX, heladerías y pastelerías como la de Camilo de Blas, donde encontrar repostería tradicional leonesa y los famosos “ronchitos”, caramelos autóctonos inventados por Caramelos Santos.

Llegando a la espaciosa plaza de la catedral y a su mano derecha, haciendo esquina con la calle Paloma, la fachada del inmueble acoge la placa que nos indica el lugar donde vivió y murió Juan del Enzina (1468/1529). Este prolífico músico y fecundo dramaturgo leonés, probablemente nacido en Fermoselle (Zamora) o Salamanca, que escribió parte de su obra en lengua leonesa, se puede considerar el padre del teatro español renacentista.

Calle antigua, primigenia, singular, que continúa en sus trece y su original trazado para, después de los distintos intentos fallidos de adjudicarle un nombre de oficio, llegar a ser lo que la gente siempre dijo lo que era y para lo que tenía vocación, la Calle Ancha.

González Alonso

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Cuando la Calle Ancha no lo era y se fue «anchando«:

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