Sistema Ibérico, tierras del Moncayo
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Siguiendo mi propio consejo cuando hace dos años hacía el recorrido por el corazón del Sistema Ibérico, he vuelto al mismo y las tierras que el Moncayo vigila y contempla desde su atalaya de 2314 metros de altitud. Tiempo ya de primavera bien entrada y últimos lengüetazos de nieve en las laderas; calor y fresco de anochecer, azul el cielo y nubes con sus aguaceros. Imprevisible, como acostumbra a gustar comportarse el tiempo en esta estación de días más largos, más luz y verde en los campos, de hayedos de frescas hojas nuevas, yemas brotadas de los fresnos, chopos en las riberas, pino de altura, almendros y carrascos y el agua corriendo río Queiles abajo.
Tarazona vuelve a nuestra vista con su asombro de barrio judío apegado a las calles antiguas aledañas a las murallas y el sorprendente edificio de la Casa Consistorial cuajado de bajorrelieves, estatuas y frisos historiados. Esta vez, uno de mayo, engrosamos las filas de la cada vez más escasa militancia de izquierdas para reivindicar la memoria de la lucha obrera bajo la pancarta roja y unitaria de los sindicatos Comisiones Obreras y la Unión General de Trabajadores. Luego continuamos la visita con parada y fonda en el restaurante Mesón Queiles frente a un menú sencillo y asequible, variado y bien servido acompañado del vino de la tierra.
No está de más repasar algunos puntos interesantes de esta ciudad de Tarazona con una existencia como asentamiento documentado desde la época prerromana. La Catedral del siglo XIII con elementos arquitectónicos mudéjares como la torre, el cimborrio y el claustro; la plaza vieja de toros, octogonal, hoy habilitada para casa de vecinos; el Palacio Episcopal, sobre la misma roca y la muralla; la mencionada Casa Consistorial y la judería de los siglos XIV y XV con vestigios de la sinagoga mayor; y, por supuesto, la vista de la ciudad desde las márgenes del río Queiles.
A pocos kilómetros nos encontramos con Torrellas. Lo que fue Casa Palacio y residencia del duque de Villahermosa, o parte de ella, se ha convertido en alojamiento de casa rural. Sencillo, amplio, confortable y tranquilo, con su corredor en la primera planta que da a la plaza, sus vigas en el techo pintado de color azul, mirador tras una balconada de aluminio, poco acertado en el conjunto del inmueble. Un buen lugar para instalarse en este pueblo que acabó literalmente deshabitado tras la expulsión de los moriscos en 1610 y que conserva restos de la antigua mezquita mudéjar del siglo XV en su iglesia consagrada a San Martín de Tours, sede del Centro de Interpretación del Islam. Sobresale la torre mudéjar, octogonal y rematada en punta con azulejos de colores fuertes, verde, amarillo y blanco, y motivos geométricos.
Además de las pocas y estrechas calles de Torrellas, no podría pasar por alto citar la amable disposición y trato de las jóvenes que regentan el único bar en el que se sirven comidas. Situado en el extremo de una plaza con un largo y sólido pilón de piedra oscura que, imagino, evocará la pasada existencia de otro más antiguo ya desaparecido, se sitúa el bar restaurante La Terraza del Quiles. Cocina casera, platos combinados variados, abundantes, ensaladas muy completas y apetecibles, excelentes croquetas, incluso guisado de chivo por encargo, un vino de las bodegas Borsao muy digno, amabilidad y buen trato de las encargadas del establecimiento, junto con unos precios medios por comida o cena de entre 8 y 10 euros, hacen que te olvides para siempre de hacer la compra y preparar o cocinar nada. Vas directamente a La Terraza del Queiles, lugar –además- donde se dan cita las gentes del lugar y se reúnen para organizar sus comidas y jugar al bingo o las cartas, como si fuera la casa social del pueblo.
Próximo a Torrellas se encuentra Los Fayos, donde la carretera termina en la presa del embalse bajo la que duerme este pueblo de mallos o farallones imponentes horadados de cuevas, una de ellas aprovechada para ermita, otra de mayor tamaño y el significativo nombre de El Caco que contiene restos de su uso como vivienda o, en lo más alto y escarpado, lo que fue emplazamiento de un castillo. El pueblo conserva su encanto en las casas apretujadas y casi amontonadas en las estrechas callejuelas que se recuestan al pie de los mallos. El río Queiles, protagonista, deja correr las aguas liberadas del pantano.
Inevitable volver a la magia del entorno rojizo amurallado del monasterio de Veruela. Sobriedad cisterciense y el hálito del poeta Gustavo Adolfo Bécquer escribiendo leyendas y cartas desde su celda. Además del claustro, cocina, refectorio y todo cuanto conforma un monasterio, se puede acceder a la bodega y museo del vino donde se encuentra una buena oferta de los vinos del Campo de Borja elaborados con la variedad de uva garnacha. Las bodegas y vinos Borsao son unos de tantos, pero fueron a los que prestamos mayor atención con un agradable resultado.
Desde cualquier punto de este entorno, no deja nunca de divisarse el perfil del Moncayo y otras cumbres que lo acompañan, como Peña Lobera, por encima de los dos mil doscientos metros o La Muela de Horcajuelo y sus algo más de mil setecientos. La subida al Santuario de Nuestra Señora del Moncayo y sus últimos 12 Km a partir de San Martín del Moncayo, de ellos gran parte de pista forestal, es una sucesión de paisajes con sus masas forestales entregadas a la vida de la primavera, más tardía a medida que ascendemos y nos acercamos a la cumbre. El santuario es sorprendente por su presencia mastodóntica y todos sus vanos cerrados con contrafuertes metálicos. No se ve campanario, ni cruces, campanas o torres. A su costado se alza un hotel de montaña y el lugar es una debilidad para los montañeros. El día, abrumado en las cumbres, no invita a iniciar un paseo que se ve empinado y dificultoso.
Descendiendo del Moncayo y recorriendo sus laderas, se van sucediendo de forma escalonada las diferentes formaciones vegetales: prados con genistas, sabinas rastreras y enebros en lo más alto; faedos o hayedos que se alternan con roble albar y en las partes más húmedas abundantes sauces, abedules y fresnos; los pinares de repoblación y los silvestres rodeados de brezos, acebos y frambuesos; más abajo nos encontramos con el rebollar y su matorral formado por jaras y, por último, las encinas y carrascos entre los que abundan los tomillos. Un espectáculo de color, aromas y sensaciones mientras nos acercamos de nuevo a Veruela a través de una carretera estrecha y sinuosa.
Añón de Moncayo dispone de centro de interpretación e información y de un hotel donde comer bien. Toda la fachada que da al río Huecha es una impresionante muralla rocosa sobre la que se alzan y cuelgan las casas. Evoca sensaciones de lugares emblemáticos como Cuenca, aunque –desafortunadamente- haya muchas casas en estado de abandono y otras reconstruidas con tan mal gusto que acaban con el encanto de una vista que, desde el valle, resulta espectacular con las torres del castillo dominando el caserío de piedra y teja.
Todo en Añón, como en otros pueblos próximos tal que Alcalá de la Sierra, es subir o bajar empinadas y estrechas callejuelas retorcidas sobre sí mismas. Gentes amables que te informan de lugares, recorridos y sobre cuanto tienes al alcance de la vista. En Añón, además del magnífico conjunto de la torre amurallada y el castillo frente al cual ya estaba plantado el mayo (1), puedes disfrutar de su plaza –un frontón en desuso- totalmente cubierta de pinturas costumbristas y paisajes del entorno. Aún se conserva un lavadero de ropa, en piedra, a la orilla del río, y en un pequeño paseo pueden verse los restos de paramento de lo que fue ferrería o el lugar del emplazamiento de una carbonera de leña, así como asomarse a la boca de una cueva con la entrada protegida por una valla para salvaguardar la vida de los murciélagos que la habitan.
Cuando llega el momento de dar por finalizado el viaje y tomar el camino de vuelta, decidimos hacerlo desde Borja, la capital de toda esta singular comarca aragonesa en tierras zaragozanas. Como coincidió con la celebración de su fiesta mayor, las gentes –sobre todo mujeres y niños- se engalanaron con sus trajes típicos, celebraron misa cantada por un bien armonizado coro en la iglesia del monasterio e hicieron bailar y desfilar a los gigantones acompañados por la banda municipal y las autoridades hasta una plaza del Ayuntamiento abarrotada de gente y un enorme templete alzado en uno de sus extremos preparado para la orquesta.
Después ya sólo quedó hacer el viaje de vuelta y contarlo.
González Alonso
(1) Los mayos son troncos de árboles que se levantan para celebrar las fiestas. Es una costumbre bastante extendida por España. En tierras leonesas los mozos reciben un árbol del concejo o ayuntamiento que pinan en la plaza y lo escalan en las fiestas para conseguir el premio que se pone en lo alto del mismo. Cuando terminan las fiestas el árbol se vende y los mozos que han participado en la organización se lo gastan en una comida o una cena. El arte de pinarlo es complicado dada su envergadura.
TORRELLAS (Zaragoza)
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LOS FAYOS (Zaragoza)
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AÑÓN DE MONCAYO y ALCALÁ DE MONCAYO
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MONASTERIO DE VERUELA y SANTA MARÍA DEL MONCAYO
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TARAZONA
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La verdad, amigo Julio, que es algo fascinante; es una hermosura para mirar y mirar. Gracias, de verdad, por compartirlo. Un abrazo desde la República Angentina. Angel Brugos Chimeno
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Si cualquiera de estos escritos sirviera para animar a una persona a realizar su propio viaje, sería -pienso- un éxito y me llenaría de gran satisfacción. Saber que lo que has leído te parece interesante, me anima mucho, así que te lo agradezco con un gran abrazo que llegue hasta la inmensa Argentina a la que, en otra ocasión, volveré. Salud.
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