La ruta de Don Quijote.- Azorín

La ruta de Don Quijote
Azorín

Edición de José María Martínez Cachero
Cátedra-Letras Hispánicas.- Madrid, 1992

En todo viaje hay una legua de mal camino”, le espeta J. Ortega Munilla a Azorín, en aquel año de 1905, cuando el director de El Imparcial le encarga una serie de artículos sobre la Mancha quijotesca para el tercer centenario de la publicación del Quijote, le pone una pistola en las manos al sorprendido periodista y remata la advertencia con “y ahí tiene usted ese chisme, por lo que pueda tronar”.

Y es que viajar por La Mancha o por cualquier extensión española a principios del siglo XX, y hacerlo a golpe de rueda de carreta, no era moco de pavo. Las precauciones, no obstante, no fueron necesarias y los aproximadamente quince días de periodismo de Azorín transcurrieron con y con fortuna y sin un solo tiro.

La ruta de don Quijote” es, en fin, un libro de viajes naturales, físicos, materiales y literarios. El estilo de Azorín, prolijo en explicaciones, descripción de paisajes y perfiles psicológicos y antropológicos de las personas hechas personajes de las que nos habla, goza de frescura y algunas redundancias y, sobre todo, parten de un hecho preconcebido sobre los escenarios quijotescos. La discusión de la patria del hidalgo, ¿manchego o manchado? ¿o ambas cosas?, está resuelta de antemano a favor de Argamasilla de Alba. Y Azorín se pone a la tarea de escudriñar las razones de tal patria en la genética de sus habitantes, su idiosincrasia, habitados en su ser por esa recia hidalguía de la que, en sus formas, formaba parte la hidalguía del Caballero de la Triste Figura. Allí, en Argamasilla, encontrará en la vida, locura y curación de uno de sus prohombres, puesto en pintura sobre lienzo en la iglesia, la vida, locura y curación de un don Quijote, alter ego de Alonso Quijano, el Bueno, puesto sobre papel en pintura de palabras por Cervantes.

Lo que crea o deje de creer Azorín, es lo de menos; lo interesante es esa discutida condición y origen de un personaje literario tan real, no sólo en el espacio de La Mancha de entonces o la de ahora, sino –y cada vez con más renovado interés- en el de toda España, todos sus pueblos y todas sus gentes.

El libro nos lleva con igual suerte desde Argamasilla a otros lugares a los se adscriben diferentes aventuras, sea como simples conjeturas literarias, sea como confirmación literal de lo dejado escrito por Cervantes, como es el caso de la Cueva de Montesinos. Puerto Lápice, las Lagunas de Ruidera, Villarta de San Juan, Manzanares, Criptana, Alcázar de San Juan y –por descontado- el Toboso, patria y ligar de Dulcinea, desfilan por la escritura de los artículos de Azorín.

La redacción, según José M. Martínez Cachero, responsable de la edición, está impregnada de una “disposición” transida de “cansancio, tristeza y resignación” y un sentimiento de “profunda melancolía”, disposición y sentimiento que se harán definitivos tras el viaje, en su experiencia y trato con los paisajes y el paisanaje manchegos y quijotescos.

El libro “La ruta de Don Quijote” es un testimonio bello, y en cierto modo sobrecogedor, de la actualidad española y la vigencia del Quijote que nos viene de esos comienzos del siglo XX y que sigue y seguirá en este XXI y venideros. Vale.

González Alonso