CERDEÑA, el corazón mediterráneo

Cerdeña, agosto de 2015

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Tal vez el mejor modo de llegar a una isla sea a través del mar para desembarcar en un puerto. Parece más natural y la isla más isla. Así, la actual isla italiana de Cerdeña se nos descubrió a través de Porto Torres y directamente nos dirigimos a Sássari, con sus pocos restos de lo que fue un soberbio castillo construido en 1330 por las tropas españolas de la corona aragonesa en el espacio que hoy ocupa una amplia y despejada plaza bien cerrada por edificios de austera belleza renacentista; esta plaza y sus alrededores conforman el casco histórico de esta ciudad a pocos kilómetros de la costa.

Tras un breve descanso acompañado de la comida de mediodía en uno de los restaurantes aledaños a la plaza, la ruta a Olbia, atravesando la isla de oeste a este por su parte norte, transcurre por una carretera aceptable, con muchos tramos en obras, curvas y la alternancia de montañas y valles de atractiva belleza. A la altura de Codrongianus se impone una parada para admirar la Basílica di Saccargia, al pie de la misma carretera, con su espectacular arquitectura de estilo románico toscano del S. XII, construida en basalto negro y piedra caliza, lo que le confiere un aire de originalidad en la disposición de los dos colores de la piedra en bandas horizontales. Su interior acoge unas hermosas representaciones pictóricas en forma de frescos. Luego, la llegada a Olbia, bien organizada alrededor de su puerto, para a continuación acceder a la colina en la que se emplaza el hotel Luna Lughente, en la carretera que conduce a Pitulongu y Golfo Aranci, y desde donde se divisa la bahía con la rocosa isla de Tavolara al frente.

Cerdeña resulta ser un espectáculo natural demasiado atosigado por el turismo que de forma masiva invade sus bellas costas del noreste, y un paraíso para arqueólogos, historiadores en general y amantes de la prehistoria en particular; en toda su extensión se encuentra salpicada de restos de construcciones megalíticas de la cultura nurágica y necrópolis bien señaladas, documentadas y de fácil acceso. En este caso no se puede decir que la afluencia de visitantes impida disfrutar con holgura de estos espacios, lugares mágicos que nos susurran sus misterios desde los 2500 a los 6000 años de antigüedad. En la costa oeste pudimos apreciar la relevancia de la existencia de la ciudad nurágica de Palmavera, la necrópolis de Angelo Riu y la de Pottu Codinu, desde la que se contemplan al frente el encalabrinado enclave de Monteleone de Rocadorada y el monte Minerva, de origen volcánico y con fuentes sulfurosas, discurriendo al pie de ambos el espacioso valle inundado por el pantano.

Volviendo a Olbia y tomando con paciencia los treinta y pocos kilómetros hasta Palau, nos metemos de lleno en los atractivos del Archipiélago de La Magdalena y la Costa Esmeralda. La sucesión de bosques de encinas y alcornoques alternando con pinos, a través de una orografía abrupta y recortada, compensa con su visión el tiempo empleado en hacer cualquiera de los recorridos posibles por esta zona. Eso sí, si tienes prisa es mejor que te tomes mucho tiempo de antelación para llegar puntual a cualquier destino.

Palau es un puerto muy activo. Las embarcaciones turísticas se llenan de gente, mayoritariamente turismo nacional, e invaden calas, costas, playas y cualquier recoveco accesible. La belleza natural se esfuma entre los cascos de las embarcaciones y los apiñados grupos de visitantes desembarcando y embarcando para darse un chapuzón. Los recorridos que se ofrecen para unas horas o para todo el día, comida a bordo incluida, deberían hacer compatible la admiración de los parajes costeros con el disfrute del baño en las aguas espectaculares de esta parte del Mediterráneo. Pero no se consigue ni una cosa ni la otra de forma satisfactoria. Aún así, resulta difícil escapar al encanto de entornos como el de la Playa Rosa o la belleza de los rincones de la Cala Corsara. Cabe siempre, eso también, visitar estas costas en otra época del año, evitando las semanas de la máxima afluencia del verano.

A la hora de subir a un barco para realizar cualquiera de los itinerarios, conviene saber qué grado de confort te ofrece. El Città di Chiavari, que se vende como embarcación de la época de 1960, no deja de ser un robusto e incómodo cascarón, apto para gente muy joven y amante del sol y el agua por encima de cualquier otra cosa; carece de asientos en la parte superior y los que hay en cubierta no son más que bancos corridos apoyados al casco y con poca sombra. Eso sí, la tripulación es muy profesional y amable, destacando el particular entusiasmo de su capitán, tan infatigable en su labor de tripular la nave como en la de ilustrar con todo tipo de explicaciones el recorrido. La comida, reducida a un simple plato de macarrones que les quedaron duros, se complementa con la oferta –pagándola aparte- de unos mejillones estupendos, bebidas y café.

Otros enclaves como Baja Sardinia, Porto Corvo, etc. son más de lo mismo que estamos comentando por el atractivo de sus playas, pagando el peaje incómodo de las caravanas de acceso y la masificación.

Olbia, en su ambiente de tarde y noche, es una sola y larga calle que va a dar al paseo del puerto, con otras más cortas que confluyen en ella, llena de restaurantes y terrazas en donde resulta difícil, cuando no imposible, encontrar un sitio. Imagino, también, que todo ello es debido a las fechas tan veraniegas en las que llegamos y que en otras será bastante distinto.

Tomando la dirección hacia las costas al sur de Olbia, evitando la extensa playa de los alrededores de San Teodoro, se encuentran calas pequeñas y también atestadas; pero bastante cerca podemos acceder a la llamada Cala D’Ambra, más amplia y formando una doble playa milagrosamente a salvo de las mareas humanas, razonablemente ocupada y con aparcamiento holgado, suficiente y gratuito.

Cala D’Ambra ofrece, además de una playa amplia, sombra a lo largo del muro de piedra que la cierra para delimitar el área arbolada de un discreto complejo hotelero oportunamente oculto al fondo e integrado en el entorno de la marisma. En la misma playa, sin estridencias, hay también un restaurante con sus terrazas que ofrece la posibilidad de almorzar, tomar algo y disfrutar de las vistas.

Pero si tenemos que hablar de poblaciones con encanto, volvamos al oeste. Las localidades de Alghero y Bosa reúnen los requisitos imprescindibles para aconsejar su visita. En Alghero se encuentran calles rotuladas en catalán y es frecuente ver cómo exhiben, junto a la bandera de Cerdeña, la enseña de la Corona de Aragón. La ciudad, en su casco histórico alrededor del puerto con sus murallas y torreones, es un bullicio de gente, tiendas y restaurantes; te ofrece la posibilidad de agradables paseos por su costanera, siguiendo la cual en dirección norte alcanzas una larguísima playa que se continúa en calas hasta alcanzar, pasado Fertilia y su nurage de Palmavera, el Cabo Caccia y la espectacular Gruta de Neptuno con sus seiscientos y más de sesenta escalones de descenso abiertos en la pared vertical del acantilado. El esfuerzo merece la pena. Lo de la gente es lo de siempre. Paciencia.

Otro itinerario de indudable atractivo es el que discurre por el litoral, la carretera que va costeando, con alturas que sobrepasan los trescientos metros, en dirección a Bosa. Vale la pena detenerse de vez en cuando para hacer alguna fotografía o contemplar el paisaje.

Bosa, atravesada por una amplia ría que llenan las aguas del Temo, extiende su caserío multicolor al pie de su castillo roquero, una tremenda fortaleza que recibe el nombre de Malaspina ampliada bajo el dominio de los reyes españoles en cuyo espacio se alza una ermita de una sola nave abovedada en su primera mitad y que conserva pinturas al fresco, atribuidas primero a la escuela española y más tarde a la toscana, de indudable interés tanto por sus motivos historiados como por su composición.

La orientación de Bosa hace que su calle principal goce de buena sombra. Los edificios, pequeña plaza, iglesias y locales, resultan particularmente bellos en la armonía de su arquitectura, pintura y decoración. A orillas del río Temo, navegable, o en sus cercanías, no faltan restaurantes aceptables con interesantes ofertas de platos de pasta así como buenos pescados.

La vuelta a Alghero por la carretera del interior adquiere tintes de aventura en su trazado de montaña que alcanza a sobrepasar los 600 metros de altitud, sobre todo cuando se toma la desviación hacia Montresta y la carretera casi desaparece entre la maleza que crece en sus márgenes, dando la impresión de que, en cualquier momento, se acabará o aparecerá cortada sin posibilidad de maniobrar para dar media vuelta. Afortunadamente el camino continúa, avistándose distintas granjas a lo largo del recorrido y entre los alcornocales bien conservados y explotados. Un hotel se anuncia en medio de la nada en las laderas del monte Minerva, tal vez ofreciendo los servicios de las aguas sulfurosas de la zona. Pasado Montresta descenderemos para salir a la carretera general que rodea el embalse y nos acercará a la necrópolis ipogeica de Pottu Codinu, desde donde podemos divisar Monteleone de Rocadoria, alzada al cielo sobre la cresta rocosa de la montaña, a la derecha el Monte Minerva que hemos dejado atrás y en medio el azul del embalse. A pocos kilómetros cruzaremos el pintoresco pueblo de Villanova Monteleone, sin posibilidad ni oportunidad de parar el coche, pasando por la pequeña plaza de la iglesia y atravesando sus empinadas, retorcidas y estrechas calles en las que resulta todo un problema cruzarse con cualquier otro vehículo y por donde no me puedo imaginar transitando autobuses o camiones de cualquier tamaño. Saliendo del pueblo la carretera toma de nuevo su ancho normal abriéndose la vista hacia Alghero y el amplio valle e ir descendiendo poco a poco en un trazado de sinuosas curvas y contracurvas de casi 360 grados, hasta alcanzar la ciudad.

Volver de un viaje es como siempre; pero siendo una isla, hacerlo en barco te hace sentir que es más isla. Atrás va quedando con la madrugada el puerto de Porto Torres y la extensa isla que tiene su capital en Cagliari, a más de 200 kilómetros al sur y que, junto al resto, ya será cosa de otro u otros viajes.

González Alonso

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Hoteles:
Olbia: Luna Lughente. Buen emplazamiento con vistas excelentes, cómodo y buen trato.  Buen aparcamiento.
Alghero: Angedras. Cercano al paseo marítimo, tranquilo, fácil de aparcar en los alrededores. Dispone de un pequeño aparcamiento. Normal, trato correcto. Dispone de wifi y un ordenador.

Restaurantes:
Olbia: Il. Mare, en Vía Mar Ligure, 27 (Pitulongu- de Olbia a Golfo Aranci) Buenos pescados, sardinas y pulpo al estilo sardo. Trato excelente. Comedor en las terrazas, servicio rápido.

Alghero: El Trò.- Calle Lungomare Valencia. Buenas pastas y pescados. Estilo chiringuito con encanto sobre el mar, sirven en el interior y en las terrazas.
Restaurante Angedras, del hotel Angedras situado en el casco histórico sobre las murallas: Bastión Marco Polo. Un timo, servicio deplorable y platos desastrosos.

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