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La Mancha por Almagro, Daimiel y el Campo de Calatrava
Los Ojos del Guadiana lloraban sus aguas de verano en el mes de julio de 2013. Milagro cada vez más raro de ver y admirar, como igualmente difícil es poder contemplar inundadas las Tablas de Daimiel. Todo ello, sin embargo, se hizo posible en estos días tras un año de abundantes lluvias que vinieron a remediar las calamidades que se abaten sobre este entorno: la sobreexplotación de los acuíferos para el regadío y los periodos –largos- de sequía a los que se unió el incendio de las Tablas, un fuego interno y soterrado que devoraba la turba acumulada durante cientos de miles de años en su suelo. Se presenta así una oportunidad única para empezar de cero, corregir errores y hacer que la vida siga siendo posible en este espectacular entorno natural. A las aguas del río Cigüela se suman las de un Guadiana apacible, el que fuera escudero del caballero Durandarte convertido en río por la magia del mago Merlín en la novela del Quijote (II, cap. 23) que puede verse aflorar y discurrir por las tierras manchegas camino de Portugal y el océano.
Al norte del entorno de las Tablas de Daimiel se elevan las estribaciones de los Montes de Toledo. Desde el Mirador de la Mancha en Villarrubia de los Ojos la vasta extensión manchega se alza con sus historias de caballeros de la Orden de Calatrava y sus castillos, entre los que se adivina la figura de otro caballero, éste andante, y su escudero, yendo más al paso que al trote por entre las reverberaciones del calor de las tierras y la fiebre de la fantasía. Si Don Quijote y Sancho Panza son, en su ficción, obra del genial Miguel de Cervantes Saavedra, la Orden de Calatrava y sus caballeros lo fueron, en la realidad, del rey leonés Alfonso VII de León, el Emperador, que el 26 de mayo de 1135 fue coronado Imperator Hispaniae (Emperador de España) en la Catedral de León, recibiendo homenaje, entre otros, de su cuñado Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona.
Las Tablas de Daimiel son hoy un sueño del que merece la pena no despertar. El milagro del agua que nos ofrece la lucha entre el carrizal y la enea, retrocediendo el uno para ceder terreno a la otra, más avezada al agua; la proliferación de tarayses o tarahises, la masiega, el junco, la castañuela o el malvavisco, de los que se alimentan, crecen y entre los que anidan fochas, patos colorados, gallinetas, grullas o garzas reales, es todo un espectáculo. Por aquí y por allá mariposas, libélulas, peces, pequeños pájaros, aparecen como una explosión de vida incontenible.
Merece la pena pasear por las pasarelas de madera tendidas sobre las aguas de las Tablas de Daimiel, en silencio. Sorprende la existencia, aunque precaria, de un espacio natural que hizo posible la Naturaleza y la paradoja de que la Nobleza y las clases acomodadas de antaño lo preservaran para el disfrute particular de la caza de patos. De otro modo, habrían sido desecadas sin más remedio.
Si la ciudad de Daimiel no impresiona en su conjunto urbano, sí sorprende con muchas de sus iglesias, conventos o una plaza mayor bien ordenada en la que nos espera un bien plantado olivo hasta siete veces centenario. Pero, ya en la localidad, resultará imprescindible una visita al Museo Comarcal, de funcional organización, claro y ameno, para descubrir –entre otras cosas de interés- la existencia de complejos yacimientos de la Edad del Bronce como el de la Motilla del Azuer o saber de la obra del arquitecto local Miguel Fisac. Llegarse hasta el Centro de Interpretación del Agua es otra buena idea.
Ya en Almagro, de su ancha y bien conservada plaza porticada, casonas, palacios, iglesias y conventos, qué otra cosa se puede decir como no sea que la belleza del conjunto arquitectónico que encierra no le va a la zaga de su prestigiosa historia y patrimonio cultural. En verano, alrededor de su Corral de Comedias, se organiza un soberbio y concurrido festival de teatro que ocupa casi todo el mes de julio con dos o tres representaciones casi a diario, amén de otras celebraciones y eventos culturales.
Todo Almagro merece ser descrito y reseñado por el gusto de su conservación y la disposición de algunos antiguos conventos, como el de los franciscanos y los dominicos, para alojamiento; de tal modo que se puede disfrutar la estancia en hoteles como el Parador Nacional de Turismo o el Hostal Hospedería Municipal. Pero los alojamientos con encanto son numerosos, tales como la Casa Rural Tía Pilar o el Hotel Rural Posada de los Caballeros, en una oferta bastante amplia y que se cubre en su totalidad en determinadas fechas del año, como son los fines de semana del verano con ocasión del festival internacional de teatro clásico, por lo que es conveniente reservar plaza con antelación.
De lo que significa la disponibilidad hotelera podemos tomar, a modo de ejemplo, una de sus calles. En la que lleva por nombre Gran Maestre, colindante a la Plaza Mayor y en el lado opuesto al edificio del Ayuntamiento, en su corto recorrido nos encontramos con la Posada de Almagro que es, además, restaurante, café y bar; el Restaurante Gran Maestre, el Mesón del Corregidor, una Botica antigua, la Iglesia de San Bartolomé, la plaza Fernández de Córdova y Mendoza, fundador de la Universidad Renacentista de Almagro, el Hostal de San Bartolomé y el Hostal Retiro del Maestre. Todo ello y cada lugar, bien emplazado en soberbios edificios renacentistas, palacios y casas blasonadas.
Saliendo de Almagro hacia el sur nos cruzamos con el embalse de Jabalón. A sus orillas, grupos de pescadores practican la pesca sin muerte de barbos y lucios. El embalse, según informaciones de uno de los pescadores, acusa poco las sequías y su nivel resiste bien los estíos.
Una vez llegados a Aldea del Rey, cabe la opción de seguir hasta Argamasilla de Calatrava o tomar la desviación a los castillos de Calatrava la Nueva y de Salvatierra, ambos frente por frente. Si se dispone de tiempo merece la pena continuar hasta Argamasilla por la carretera, bien asfaltada, con sus trazos suaves atravesando un paisaje de media montaña lleno de belleza en la distribución de sus bosques, praderíos verdes y alturas que componen los volcanes de la zona. Un paseo de ida y vuelta que no defrauda.
Tomando el desvío hacia el Castillo de Calatrava la Nueva, el paisaje montañoso continuará reglándonos sus sorpresas. Después recorrer una amplia curva que se abre a la derecha descubrimos, recortado en lo alto del roquedo, lo que queda del Castillo de Salvatierra y, enseguida, dominando la altura de la sierra que cierra el estrecho valle de paso a mano derecha, la imponente estructura del de Calatrava la Nueva, fortificación y monasterio, elevándose soberbio y esplendoroso sobre la roca viva.
La subida al castillo se hace por una calzada empedrada y mandada arreglar para la ocasión de la visita a la fortaleza del emperador Felipe II. Poco a poco, sin cambiar de marcha y en primera, el ascenso va ganando en altura y vistas sugestivas. Puedes detenerte para admirar la gravedad del paisaje del entorno, hacer buenas fotografías, expresar en voz alta comentarios que compartirán los vuelos de los aguiluchos o simplemente admirar la mole del baluarte exhibiendo sus contornos, torres y murallas en lo alto.
La visita al castillo es sorpresa de nombres y de historia. Aljibes, tahona, albañales, molinos de sangre, adarves, almenas, hornos, capillas funerarias, cementerio, bóvedas de golondrina, puerta gótica abocinada, rosetón gigante y otros términos acompañarán el recorrido histórico protagonizado por los caballeros de Calatrava y los frailes del monasterio que compartieron luchas, intrigas y muertes en acontecimientos vividos en este espacio laberíntico y rocoso.
Ahíto de historia y los ojos llenos de alturas imposibles y extensiones manchegas que se adentran por Sierra Morena hasta Andalucía, inicias el descenso, tan lento, cuidadoso y admirable como la subida. Entonces, si la visita ha sido de buena mañana o a última hora de la tarde, cabe otra sorpresa, ésta tan grata al alma como al cuerpo, como es hacer parada en el Restaurante Villa Isabelica. Ya a la ida nos llamó la atención su anuncio, a un par de kilómetros antes de llegar a la subida al castillo. Ahora, en el descenso, tomamos el desvío a su entrada y a unos doscientos metros de camino, dominando la media altura de la ladera, nos topamos con las instalaciones del restaurante. Amplio comedor para celebraciones, luminoso y con vistas abiertas al valle y el castillo de Salvatierra. Y luego, junto a la amabilidad y buen hacer de José Luis Naranjo, su dueño, una cocina bien pertrechada de productos naturales y de la tierra, con un tratamiento elegante y comedido. La relación entre la calidad y el precio a que resulta obligado referirse, sólo puede decirse que es muy buena. Durante la semana se brindan diferentes menús y mantienen una carta con una oferta bien elaborada, de la que dan información en el billete de entrada al castillo y con el que se ofrecen descuentos. El menú de fin de semana, de 16 € sin incluir la bebida, resultó ser una sorpresa de platos bien equilibrados y sabores, con un final apoteósico de degustación de tartas entre las que se contaba, naturalmente, la del pan de Calatrava. Platillos como las migas manchegas, jamón ibérico y queso curado, un revuelto crujiente de morcilla ibérica, potaje de garbanzos con ingredientes como el nabo y servido en olla de barro, salmorejo exquisito con el punto justo de ajo y envuelto en un aceite espectacular, dan paso a platos como unas jugosas carrilleras en salsa de grosella o un pez espada a la plancha con sus verduras asadas. Excelente y recomendable parada gastronómica, en fin, para mejor digerir y comprender en la filosofía de las cocinas el ancho mundo cultural manchego, hecho sustrato a sustrato con la sabiduría popular y la iniciativa y trabajo de sus gentes.
Después de cuanto antecede, volver a Almagro recorriendo otros parajes de este Campo de Calatrava, descansar, soñar y vivir, es cuanto queda por hacer, esperando la próxima ocasión de acudir a una cita que no se agota en sí misma.
Julio G. Alonso
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Me alegra muchísimo que me hayas dejado el enlace para llegar hasta este excelente reportaje. Ayer volví a Daimiel, había estado hacía dos semanas o apoco más; no es que esté con tanta agua como en 2013 pero tiene bastante y sigue siendo un lugar para recrearse durante el día y soñar en el atardecer. Ayer, con una puesta de sol espectacular gocé la maravillosa entrada de cientos de gruyas que cruzaban el cielo en diversas direcciones. Esto lo pude vivir en 2013; precisamente en la última entrada que hice en mi blog literario puse un poema inspirado en esa vivencia y que está publicado en uno de mis libros. Te dejo el enlace por si quieres ver y escuchar:
https://apalabrandolosdias.wordpress.com/2017/02/05/agua-dorada/
Muchas gracias y un saludo cordial.
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Antes de nada, muchas gracias, Isabel, por detenerte a comentar esta entrada. El poema «Agua dorada» ya te lo había leído y fue uno de los que me animó a comentarte.
Como es de ver, no solamente hemos coincidido en este viaje, sino también en sus impresiones. Imagino que igualmente les ocurrirá a la mayoría de quienes se acerquen a estos parajes de excepción.
Un placer. Seguimos leyéndonos. Salud.
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Thank’s for this great post!
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Thank you for your kindness
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