Agua Amarga (Almería), volver…

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Agua Amarga
junio de 2014

La casa del inglés, desde el sótano convertido en espaciosa sala, hasta la última terraza con vistas al mar, nos ofrece todas las comodidades. Holgada cocina, salón principal espacioso bien iluminado con ventanales a los dos patios, delantero y trasero, sala contigua con piano, gran mesa de madera y aparador, terraza con yacusi en el primer piso y acceso desde las habitaciones, palmeras, olivos y plantas por doquier, en suelo o en macetas, barbacoa en la terraza superior protejida en parte por una cubierta de cañas, y libros por toda la casa, en inglés, entre los que destacan algunos de historia, otros sobre España y una colección bastante completa de guías turísticas de distintos países y ciudades. La casa del inglés, bien pertrechada de todo, es un pequeño oasis dentro del oasis mayor en que se va convirtiendo, con el paso de los años, Agua Amarga. El gusto por las plantas llena jardines y patios, desbordando en las calles por encima de los muros y tapias en buganvillas, setos, rosales e hibiscos, y creciendo robustos olivos al lado de espigadas palmeras. Parece como si todas las casas, de escrupulosa construcción respetando alturas, blancor de paredes y diseño mediterráneo y andaluz, se arroparan de vegetación en contraste con la sequedad y aridez desértica de las piteras, espartos y chumberas que cubren las laderas de las montañas y colinas de fondos marinos elevados, petrificados y cubiertos de lava.

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Agua Amarga sigue sorprendiéndome después de más de veintitrés años de la primera visita. Pueblo de veraneo entregado al turismo, conserva su gente con su manera de expresarse, su filosofía y modo de comprender el mundo; gentes afables apegadas a la orilla de una playa rectilínea, con sus quinientos cincuenta metros cerrados al levante por el cerro sobre el que se conservan los restos de las explotaciones del mineral de hierro traído en ferrocarril desde Lucainena, y el cerro de poniente, excavado de cuevas que, en su día, fueron habitadas y utilizadas para recoger algún rebaño de cabras. Al cerro de levante, que yo denomino el Machu Picchu por la imagen de los restos pétreos mencionados, se sube cómodamente recibiendo la brisa del mar en unos diez minutos. Más allá, por un acceso un poco complicado a través de un estrecho sendero que cuelga de la pared del acantilado, se llega a la pequeña playa de la cala de la Media Naranja. Al cerro de poniente o de las cuevas, se asciende con igual facilidad para alcanzar a dominar una vista general del pueblo que alcanza hasta la Mesa de Roldán, sobre la que se distingue un torreón de defensa y donde se encuentra el faro de Carboneras. Si es el atardecer, desde el Machu Picchu puedes sentarte a disfrutar la puesta de sol. He observado cómo hay gente que se sienta en los salientes de la base del cerro, sobre el mar, a esperar el momento mágico del crepúsculo y el final del día.

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El pueblo está lleno de pequeños rincones por entre calles de nombres hermosamente sencillos y originales: Fondeadero, Albatros, Miramar, Ferrocarril Minero, Cerrete, Baliza, Redonda, Mare Nostrum, Noria, Aljibe, Mirlo… Los restaurantes y los bares se dan la mano con pequeñas tiendas de objetos de regalo y un supermercado.

Agua Amarga es pueblo sin iglesia, ni escuela, ni médico. El ayuntamiento está en Níjar, a unos cuarenta kilómetros. El médico pasa consulta por las mañanas, todos los días en verano y algunos a la semana en invierno. La escuela sólo se abre el año que hay matrícula suficiente, para los más pequeños de parvulitos o educación infantil. La misa se dice los domingos en un amplio patio entre casas a la orilla de la playa. Sobre la misma arena de la playa y orilla del mar, también se celebran bodas. Intercambian promesas, arenas, anillos y palabras afectuosas de parientes y amigos en una ceremonia civil presidida por alcaldes y concejales y toda la mar mediterránea de fondo al atardecer. Hasta dos bodas he visto celebrar al mismo tiempo en dos puntos distintos de la playa.

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La línea de costa la ocupan las terrazas y establecimientos del Hotel La Palmera, el Costamarga, el Playa y los Tarahis. En el centro del pueblo y en la plaza, el Bar La Plaza de la señora María, el Lola y el Carpanta. Otros, con la Hoya, Aguamara 2, hoteles y restaurantes, más allá, alrededor y al otro lado de la pequeña loma  sobre la que se alzan las primeras casas del pueblo.

Más allá, pero interesantes, están los lugares de Carboneras y –dentro del Parque Natural del Cabo de Gata, al que pertenec Agua Amarga- destinos como San José, playas de Mónsul, Genoveses, el Playazo, Rodalquilar, Los Escullos o Las Negras. También Níjar, además de ayuntamiento, ofrece sus mercancias de cerámicas, jarapas, tapeo y restaurantes, trabajos de esparto y madera. En sus alrededorres hay rutas de volcanes en los que puedes encontrar pequeños granates, con sus rojos obscuros de vino gran reserva. Más arriba, colgado de la sierra, Lucainena.

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Un poco más lejos, Tabernes y sus legendarios escenarios cinematográficos, Sorbas y las espectaculares cuevas de yesos, y hacia la Alpujarra almeriense, atravesando paisajes desérticos de fuertes contrastes, Íllar, Benarique, y la vega recorrida por el río Andarax, bajando el agua desde la Sierra de Gádor y Sierra Nevada para aflorar en manantiales que producen el milagro de los naranjos, limoneros, olivos y hasta algún nogal de notable embergadura y pocos años.

Naturalmente, a unos sesenta kilómetros, la ciudad de Almería es visita de paseo, librerías, tiendas, buenos locales de tapeo y cafeterías. Todo al alcance de la mano y sin prisas, dejando que el aire corra fresquito de la mar en la mañana y de la montaña en la noche, cuando las estrellas se congregan todas en el fondo oscuro y profundo de los cielos almerienses.

González Alonso

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De azul a azul… en la cala del Medio -Agua Amarga (Almería)

Sólo viento y arena .- Cala del Medio – Agua Amarga (Almería)

Sólo rumor de viento y olas a la orilla del mar en la cala del Medio – Agua Amarga (Almería)

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