VALLE DE LIENDO (Cantabria)
6 de enero de 2022
El valle de Liendo es, además de bello, curioso. Resulta que las aguas que lo recorren en forma de distintos arroyos no acaban afluyendo a un río que, a su vez, alcance el mar, sino que desaparecen o desaguan en un sumidero o pónor llamado el Ojo de Rucueva en el barrio de Isequilla. El formidable valle de forma circular y rodeado de montañas de mediana altura es, en realidad, un poljé o depresión kárstica de grandes dimensiones donde se asientan hasta trece barrios de población dispersa sin que se llegue a formar un verdadero núcleo ni siquiera alrededor de la iglesia y el ayuntamiento situados en el de Hazas, que tiene, además, un pequeño parque y las escuelas.
El valle puede pasearse dando un rodeo. A lo largo y ancho del mismo se sucederán tres tipos de edificaciones con fachadas de sillería, siempre rodeadas de espacioso terreno, en parte arbolado, y casi siempre rodeadas de buenos muros de piedra y, frente a ellas, una entrada de grandes proporciones, también construida en piedra, rematada con un arco sobre el cual puede verse una cruz o una campana. La puerta de acceso suele ser de hierro forjado y gran tamaño en consonancia con el resto de la construcción. La primera clase de construcciones, carente de cierre perimetral de la vivienda principal, corresponde a las casas rústicas campesinas con sus cuadras y pajares; la segunda clase estará formada por casas solariegas blasonadas y, en tercer lugar, nos encontramos con las casonas de indianos en las que no es raro ver algunas palmeras en su terreno.
La economía del valle ha pasado de ser fundamentalmente agrícola y ganadera, a consolidarse como una economía de servicios donde las residencias veraniegas y el turismo rural, de montañeros, senderistas, o de visitantes puntuales en los meses de verano para acceder a la playa de San Julián, son hoy día el motor principal de la vida de Liendo.
Todo el conjunto del valle se ofrece a la vista con sosiego. Desde la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, del siglo XVII, y su magnífico exterior y portada, arranca un camino bien señalizado que forma parte del Camino de Santiago costero y que, atravesando el valle, nos conducirá hacia una pista de mediana anchura y bien cubierta de árboles y vegetación para iniciar una subida de unos 106 metros hasta el primer repecho dese el que poder contemplar todo el valle de Liendo. Hay indicaciones para subir al monte Candina y sus hoyas, con los Ojos del Diablo, sobre el mar. Pero, fieles a las indicaciones del Camino de Santiago, tras salvar otros 52 metros de altura alcanzaremos cómodamente el segundo repecho junto a los restos de la ermita de San Julián y el prado que la rodea. El monte Candina se eleva con su mole calcárea al fondo en un entorno bien tupido por la cubierta vegetal en la que no faltan las encinas, robles y los pastizales o alisedas. Es fácil ver sobrevolar las cumbres a los buitres leonados, pero –con suerte- también se pueden divisar alimoches, halcones peregrinos y águilas culebreras. La fauna, además de los cormoranes y garzas, dada la proximidad del mar puede completarse con armiños, garduñas, ginetas y tejones, más raros de ver.
A pocos metros de la ermita de San Julián nos situamos sobre la costa para contemplar el Cantábrico y la playa de San Julián al fondo del acantilado. El acceso es fácil y cómodo. El entorno cerrado de esta playa, con una enorme roca desprendida en su medio y el recodo formado en su extremo a cubierto del Candina hacen del lugar una invitación para el paseo, la contemplación y el baño veraniego.
Otros 33 metros aproximadamente de subida tendida por una pista ancha nos llevarán al borde del acantilado sobre el que se alzan todavía los restos de lo que tuvo ser un cargadero de mineral. Antes, en un cruce, tomaremos un sendero más estrecho y empinado para salvar otros 85 metros de altura antes de alcanzar la cota máxima de los 276 metros del paseo. Ahora el recorrido va a ofrecernos lo más espectacular al seguir literalmente al borde de los acantilados. En algún tramo se impone la prudencia al carecer de vallas de protección y discurrir el sendero, ahora de uña, al borde mismo de los despeñaderos. Detenerse a contemplar la profundidad del mar y los caprichos de la recortada costa es uno de los regalos de esta excursión.
Seguirá el sendero introduciéndose un poco hacia el interior y descendiendo algo antes de volver hacia la costa en otro ascenso en donde, siendo invierno, no faltará el barro en algunos tramos.
Cresteando por un monte cubierto de tupidos tojos, espinosos y de llamativas flores amarillas, alcanzamos a ver la población de Laredo con su formidable bahía y el extenso arenal de su playa. Es una pena que se haya permitido construir, y de manera tan agresiva, a lo largo de esa enorme cinta de tierra que se curva suavemente para separar el mar en dos mitades y regalarnos los colores azules, amarillentos y verdes de estos paisajes. Las vacas y algunos toros mansos permanecen tranquilos y quietos mirando fijamente en todas direcciones, sin apenas inquietarse por nuestra presencia. En apenas un kilómetro más, descendiendo, llegaríamos a Laredo. Pero el premio ya ha sido suficiente y, tras un buen espacio de tiempo contemplando las vistas del lugar bajo un sol de enero que suaviza las bajas temperaturas del día, toca volver a desandar lo andado, llegar a Liendo, tomar asiento en la plaza del ayuntamiento y servirse un caldo bien caliente y unos calamares de domingo de Reyes del bar, mientras los paisanos y visitantes charlan animadamente esperando la hora de comer.
González Alonso
ALGUNAS FOTOS MÁS: DEL VALLE DE LIENDO A LAREDO POR LOS ACANTILADO