Sonabia y Los Ojos del Diablo

Sonabia y Los Ojos del Diablo
Cantabria.- 1 de enero de 2022

P1220599En un uno de enero con 23º C a las tres de la tarde, ligero viento, un cielo despejado y los buitres sobrevolando en círculos las cumbres. Nunca fueron más largos los dos mil setecientos metros de recorrido entre subidas y bajadas por el sendero rocoso, resbaladizo en las zonas húmedas, y piedra suelta. Nunca, sin embargo, el paisaje kárstico se ofrecía a una vista tan bella cuando el lento caminar te permitía levantar la mirada del suelo en alguna de las paradas. Laderas verdes por donde asoman los muñones blancos de la caliza. Picachos y roquedales a cuyos pies crece el verde exuberante. Encinas contra hayas, labiérnago de hoja ancha y gran porte, acebos y matorrales extendidos en pequeños rodales por vaguadas y valles vegetales, hondonadas formadas por torcas o dolinas en este conjunto paisajístico dibujado a la orilla del mar Cantábrico en un tremendo choque de climas, el mediterráneo acostado al sur y el oceánico que empuja por el norte aportando humedad y viento, erosionando las cumbres para abrir oquedades gigantescas, como ojos mirando a las aguas y el horizonte marítimo.

P1220588Estamos ascendiendo, desde una altura inicial de 138 metros, al monte Candina y su vecino el Solpico. Alcanzaremos los 422 metros después de sobrepasar la Hoya de Llandesabú y llegar hasta los restos ciclópeos de las construcciones mineras del hierro, bajo la atenta mirada del Candina y el Solpico que se eleva un poco más a la izquierda. Un nuevo descenso nos lleva a la Hoya de Llanegro para divisar a lo alto, al borde del mar, el soberbio Ojo Grande de los Arcos de Llanegro.

P1220602Atravesando la hoya, y al final del último ascenso, podemos asomarnos al ojo excavado por la fuerza del viento y la acción del agua en el farallón que se precipita sobre el mar con toda la fuerza de su carga calcárea. A través de él se distingue la playa de Sonabia y la pequeña y estrecha península agarrada a la costa que llaman La Ballena. A un lado del gigantesco ojo y en el abrigo o covachón formado en el interior se nos apareció lo más parecido a un eremita sentado sobre una silla verde de plástico, en actitud contemplativa, descalzo y desnudo de medio cuerpo para arriba, recibiendo la caricia de un sol de invierno algo inclemente para estas fechas de enero. A su alrededor se extendían los enseres de este hombre barbado y joven alojado –no sé por cuánto tiempo- al abrigo de la roca caliza. Parecía escuchar una pequeña recitación para relajarse y sobre su cabeza pendía, sujeta a algún saliente rocoso, una bosa de plástico que tal vez contuviese algunas viandas.

Todo es paisaje, simulacro de eremita incluido, junto a las personas que, solas, acompañadas o con perros, se iban acercando al lugar, con los intercambios de saludos y buenos deseos de año nuevo o la conversación breve acerca de la belleza del día y el paisaje, la evolución de la pandemia del coronavirus que nos aflige desde hace dos años, sobre el lugar de origen de cada cual o el intercambio de alguna información adicional sobre el entorno.

P1220583Volver no es más fácil que ir. Pisando despacio para evitar torceduras de tobillo o resbalones peligrosos, en otra hora y media acompañados por el sobrevuelo de los buitres, tal vez algún alimoche, la vista de algún caballo salvaje y otros animales puestos a resguardo de nuestras miradas, cabras monteses, jabalíes y raposos o zorros, llegamos a la zona de aparcamiento al lado de la carretera y próxima a la autovía Bilbao-Santander.

Estamos en Cantabria, ese territorio que llaman infinito y que históricamente formó parte del Reino de León con su importante monasterio de Liébana fundado en el siglo VIII por el rey Alfonso I de Asturias, de estirpe visigoda. Allí escribió el Abad Beato su “Comentario al Apocalipsis”, origen de los llamados “Beatos de Liébana”. Y hasta allí hizo trasladar la reliquia del Lignum Crucis (Madero de la Cruz) el primer obispo de Astorga que él mismo había traído desde Jerusalén; el trozo de madera más grande –se dice- que se conserva de la cruz de Jesucristo. Este obispo, que luego sería santo, Toribio de Astorga, creyó –ante la amenaza de los musulmanes- que estas montañas del Reino de León eran el lugar más seguro para la reliquia del santo madero que, desde entonces, vuelve periódicamente a Astorga por fechas muy señaladas. Fue también esta Cantabria infinita, antes provincia de Santander, considerada el puerto de Castilla la Vieja, por donde salía la rica de producción de lana y trigo y entraban los productos del norte de Europa. Hoy, como una de las 17 comunidades autónomas de España y al amparo de la Constitución democrática de 1978, sigue siendo infinita.

González Alonso

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