Las imponentes rocas calcáreas, blancas y luminosas, esconden el tesoro de un carbón que calentó las cocinas de los gordoneses durante décadas. Con el carbón los inviernos fueron menos fríos, los cocidos hervían exhalando aromas húmedos de caldo y morcilla por toda la casa y las chimeneas ponían sus hilos humeantes al paisaje.
Santa Lucía se creció apretada entre el Bernesga y los montes, generosa nos abrió los brazos de su telurismo y allá iban y venían muchos de nuestros padres a escarbar en sus entrañas las pesetas que daba el carbón para calentar los garbanzos. Sus calles de pueblo minero arrastraban el polvo negro que subía de los pozos y sus tejados se oscurecían. En invierno, las lluvias y la nieve disimulaban su imagen y la devolvían al paisaje de montaña que le corresponde. Luego, el río extendía aguas abajo la memoria de un sacrificio de truchas que no entendían nada de carbones. Hasta que la empresa minera empezó a mirar hacia otros métodos de lavado y poco a poco el agua volvía a pasar limpia por debajo de los ojos de los puentes.
Desde La Pola, Beberino, La Vid, Buiza, Folledo, Los Barrios, Cabornera, Peredilla y los demás pueblos, allá iban los hombres andando o en bicicleta, y otros llegaban hasta Santa Lucía desde más lejos, La Robla o León, en la Fusca, aquel autobús con nombre propio que le dio el oficio de llevar mineros y traerlos. Sería porque fusco es algo oscuro y negro, como la mina; o tal vez porque la marca Volkswagen tenía vehículos con el apelativo fusca. Pero eso ya importa poco.
También tuvo la Fusca sus accidentes, sus trágicos despistes, mareada con las curvas y un poco silicosa cuando respiraba por sus carburadores o por donde quiera que respiren los autobuses. Así puedo recordar la siniestra tarde, tal vez de un verano, en que la Fusca esquivó mal la esquina de la antigua casa del Portu cuando entró en la Pola, frente a la plaza del Ayuntamiento, e intentaba acercarse a la acera del bar Barrios, detenerse, y dejar allí a alguno de sus mineros. Se quedó, prácticamente, sin su lateral derecho. Entre el amasijo de chapas, un hombre joven encontró el final de su recorrido. No puedo recordar su nombre, pero forma parte de la memoria de los muertos que nos trajo la mina y ese precio terrible que pagamos por seguir adelante y progresar.
Aquella Fusca, como una ballena despanzurrada, triste, se llevó con su vejez la vida joven de un minero que tal vez dormitaba apoyado contra el cristal de la ventana, vencido por la larga jornada laboral y el ajetreo del motor y la carrocería del autobús. Se llevó sus sueños y los proyectos para una vida mejor junto con el cansancio que cerró sus ojos para que no viera venir la muerte que temía cada día y cada noche en lo hondo de la mina, pero que no imaginaba le estuviera esperando en la esquina de la casa del Portu.
Ahora las minas se han abierto hasta el cielo en los valles de Santa Lucía y nos auguran un futuro incierto, la larga agonía de una muerte anunciada. Y todo Gordón tiembla de frío, aunque las cocinas ya no quemen carbón ni los mineros lleguen a Santa Lucía andando, en bicicleta o en la Fusca.
González Alonso
Los que hemos nacido y crecido en zonas mineras siempre llevaremos en el corazón todas las historias vividas, tanto familiares como vecinales. Recuerdo que éramos todos una gran familia en el pueblo, trabajo duro y grandes perdidas. Pero también riqueza y alegría.
Con los últimos acontecimientos vividos quizás tengamos que volver a abrir esas minas.
¡Un abrazo para todos!
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Gracias, Anita. No sé en qué cuencas mineras te criaste; pero tienes razón, las vivencias siempre acompañarán nuestra memoria y serán similares. Lo que no creo que sea posible, ni necesario, es reabrir las explotaciones mineras. Estamos ya en otra época a todos los efectos y con desafíos tremendos que la economía del carbón no puede resolver. ¡Un abrazo en homenaje a la minería y sus protagonistas!
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Me emociona mucho tu relato, porque conozco las tierras y porque se hermanan con la mía. Gracias, un placer leerte.
Un gran abrazo.
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Amiga Isabel, tierras hermanas en la historia, lengua, costumbres, minería… y el cierre de las explotaciones del carbón. Pero creo que no es el final, sino el comienzo de algo nuevo y diferente, y creo que será mejor. Todos los cambios son traumáticos, sobre todo si se cometieron muchos errores de cálculo y previsión y costará dar salida a nuevas iniciativas económicas. Pero vuelvo a ser optimista. Se conseguirá.
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Casi toda mi familia, incluida mi abuela paterna, trabajaron en Antracitas de Besande y en el pozo Sestil del monte Corcos en Palencia. Mi abuelo murió de la nefasta silicosis y demás de cosas relacionadas con el trabajo en la mina.
Cuando era pequeño y estaba en las piscinas de Guardo y venía el viento del lavadero de carbón que estaba a la otra orilla del Carrión, nos poníamos negros.
Gracias por «activar» este recuerdo.
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Las cuencas palentinas y leonesas ya son historia. El carbón, como combustible fósil, ha dejado de explotarse en nuestras comarcas. Pero queda la memoria de lo que fue el día a día de las gentes que entregaron su vida junto con su trabajo en los tajos, padres y amigos, muchos ya desaparecidos. Como hijo de minero no puedo dejar de recordar todo aquello y, a veces, contarlo. Gracias, CarMac. Me alegra mucho saber de tu proximidad en este tema. Un abrazo. Salud.
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Cuánta nostalgia de aquella infancia… Todavía conservo el recuerdo de los carboneros en el monte de mi pueblo… Volveremos al carbón, amigo. Así lo creo, desde mis recuerdos. Gracias por la memoria de un pasado rico en vivencias.
Mi abrazo. ¡Salud!
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Amiga Julie, aunque el cierre de las minas ha resultado -está resultando- traumático para las comarcas mineras, hay que reconocer la necesidad de buscar alternativas energéticas más eficaces y limpias; esto no le resta importancia al esfuerzo secular de los mineros y su entrega extrayendo el carbón en jornadas laborales muy largas y mal pagadas. Aportaron riqueza a nuestro país y lo menos que les debemos es la gratitud de la memoria. Siempre gracias y un abrazo. Salud.
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Gracias, Elias, por llevar este pequeño relato a tu espacio. Salud.
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