De la vida feliz.- Séneca

DE LA VIDA FELIZ
SÉNECA

Editorial Taurus.- 2024
Traducción de Lorenzo Riber

Siempre encuentro estimulante la lectura de los clásicos, humanistas y filósofos que, aun con sus dudas y errores, me descubren cosas de provecho. El curso de sus razonamientos, las referencias históricas, el vocabulario y la amplitud de pensamiento, junto con las convicciones adquiridas de las verdades conquistadas, en parte o su totalidad, resultan alentadores para el espíritu y convenientes para la vida; esa misma vida que a Séneca le parecía larga cuando a los demás se nos antoja breve y de la que siempre esperamos más. Al respecto, nos ilumina con los versos del poeta que, con afortunada intuición, canta: “Pequeña es la parte de la vida que vivimos; / pues todo el otro restante espacio, / tiempo es, / que no vida”. Así que la vida, cuando la perdemos en banalidades y trabajos ociosos o esclavos, es realmente breve.

Me parecieron prudentes las reflexiones del filósofo de origen hispano (4 a.C.- 65 d.C.) en torno a los aspectos de este tema y el modo de presentarlas, poniendo el dedo en la llaga de los errores que comúnmente cometemos al enfrentar el hecho de vivir, sobre todo cuando cumplidos los años, incluso los muchos años, se hacen amargas las quejas sobre la brevedad de la vida y los escasos frutos de la felicidad, sin saber por qué.

Apunta el filósofo en todas las direcciones buscando esclarecimiento y viene a encontrarlo, por ejemplo, en la persecución compulsiva y ciega de la felicidad convertida en obsesión por el mucho poseer y poseer más que los demás, entregándose sin freno a los placeres que se convierten finalmente en tiranos y dueños de las personas a ellos entregados. Así que cuando envidias a cuantos se ahogan en sus propios bienes maldiciendo el drama de sus vidas, sujetos al cuidado extenuante de mantenerlos y acrecentarlos, ya sean riquezas, elocuencia, voluptuosidades o poder, en realidad estás envidiando el fracaso de la persona y negándote lo primordial, como es el pertenecerse a uno mismo y no a los demás y las cosas superfluas que, si en algo pueden ayudar a vivir mejor y sin preocupaciones, convertidas en único objetivo resultan ser un fiasco, infortunio y fracaso, de tal modo que, malgastada la vida, todo es tiempo muy largo y vida muy breve.

Creo que Séneca explora bien los males y causas de la infelicidad ante el panorama de un tiempo consumido y una vida sin vivir. Pero echo en falta la concreción de las alternativas más allá de la idea general de “nacerse a sí mismo” y seguir el ejemplo de los filósofos en su búsqueda de la sabiduría y la vida feliz. Inicialmente nos marca una hoja de ruta: determinar qué deseamos; elegir el camino que más rápidamente nos conduzca a lo deseado; acompañarnos de los consejos y enseñanzas de un experto; ignorar el qué dirán y no seguir a los demás como a un rebaño. Incluso, yendo más allá, nos quiere mostrar en qué consiste la sabiduría con la advertencia de que “sin salud moral nadie puede ser bienaventurado; ni demuestra tener seso aquél que apetece como mejores las cosas le han de dañar”. El juicio recto y la aceptación de lo que uno tiene y que con ello se contenta viene a ser ese anunciado camino a la sabiduría y la bienaventuranza.

Llega ahora el momento de valorar la virtud y considerar el lugar en la vida de los placeres. En este punto Séneca tira de bisturí y disecciona el alma humana separando la virtud por un lado y por otro el placer en el incierto camino a la felicidad. Debemos hacer –dice- por conservar nuestra salud física y nuestras aptitudes sin someternos a su servidumbre, aceptando las “veleidades de la fortuna” y siendo artífices y “artesanos de nuestra propia vida”, para lo cual encuentra su mejor aliado en la excelsa virtud de la constancia. De tal forma, el camino iniciado por los sentidos  lo seguirá el de la razón avanzando en busca de la verdad para volver a sí misma con los logros alcanzados.Pero, ¿qué papel juegan los placeres en los planes de la vida humana y su felicidad? La respuesta es categórica, son secundarios y no constituyen el objetivo mismo de la vida en su precaria existencia, que están bien y son naturales, pero con la relativa importancia de las flores que, siendo adorno en un campo de labrantío, no aportan nada al trabajo que busca el rendimiento de otros frutos útiles a la vida.

Para Séneca la virtud está por encima del placer, y “la virtud – afirma – no place porque deleita, sino que si place deleita también”. Epicuro sostenía – en cambio – que los placeres y la virtud eran naturalmente el sostén en el camino que busca la felicidad a la que todo ser humano, por derecho, aspira. Séneca, que respeta a Epicuro, denostará, en cambio, los placeres y exaltará la virtud en el ejercicio de aceptar los altibajos de la mutante naturaleza de las cosas, dedicándose más a ejercitar la virtud que a cultivar y perseguir los placeres. Cultivar, en fin, el campo y dejar las flores.

Una vida virtuosa y larga será la vivida por el hombre sabio. La herramienta en el ejercicio de la búsqueda de la felicidad será la razón, la que nos hará sentir la vida como vida y no como tiempo estéril. Parece ser que la clave de este asunto radica en no convertirnos en esclavos de las cosas materiales y los efímeros placeres, aplazando el momento de dedicarnos a nosotros mismos. Nos pone Séneca en la tesitura de ser y seguir a los demás, regalándoles nuestra vida y olvidando tomarla para nosotros mismos, o dedicarnos a lo que somos y queremos ser “naciéndonos a nosotros mismos”, como he dicho anteriormente. En cierto momento, también se muestra convencido –desde su posición de hombre sabio- de la universalidad de la condición humana, lo que le empuja a decir que “Mi patria es el mundo y mis profetas los dioses”. Nada que objetar a la primera parte de la oración, incluso asimilada por el anarquismo con el añadido de “y mi familia la humanidad”; y nada de acuerdo con la segunda, que supedita al decir de la divinidad y sus intérpretes la vida del hombre, apartando a un lado el camino de la razón para entregárselo a la fe.

No son despreciables los propósitos de Séneca y su argumentario es abundante y reincidente en este sentido. No es ésta tampoco la ocasión de desmenuzar todo lo que el lector puede encontrar en este libro. Pondré final, entonces, a estos vagos comentarios sobre el contenido de los escritos de Séneca. Pero, eso sí, no quisiera hacerlo pasando por alto la objeción de que el filósofo vivió una vida cómoda, rodeado de riquezas y no exenta su vida de placeres, lo que me trae a la memoria aquello que se decía que decían los curas: “Haz lo que te digo y no hagas lo que yo hago”. En fin, la práctica de la falsa moral. Y no pretenderé – me libren los dioses –  de acusar a Séneca de hipócrita o inmoral por decir una cosa y hacer otra contraria, que él mismo, consciente de la objeción, toma nota y se justifica. Entre otras cosas declara que “las riquezas no son un bien porque no hacen buenos a los hombres, pero son necesarias porque son útiles y reportan grandes ventajas a la vida”.  A fin de cuentas – viene a decir – no podemos negar que los bienes nos ayudan a vivir mejor, con más holgura y menos preocupaciones; por otra parte, como humanos, no podemos negar nuestras debilidades. Entonces, ¿en qué quedamos? Séneca encuentra la respuesta asegurando que su actitud de búsqueda de un camino hacia la perfección, y el esfuerzo racional desenvuelto, le hace sabio y que regala a los humanos sus descubrimientos. Reconoce que “los filósofos no hacen lo que dicen”, y agrega a renglón seguido: “Pero hacen mucho con sólo decirlo”. Por otra parte, confiesa que, a diferencia de los demás, acepta lo que tiene ahora o lo que pudiera quedarle en caso de perderlo porque no está sujeto a la posesión de la fortuna, lo que lo hace bueno como persona, a la vez que sus reflexiones y ejemplos son guía para los demás. Todo lo reduce a tener las riquezas de manera “virtuosa”, no adquirirlas con perjuicio de los demás o por medios vergonzosos; tenerlas con sosiego y usarlas, no ser usado por ellas; mostrarse generoso, ayudar, servir a los demás, etc., asuntos que me traen a la memoria lo de la “caridad cristiana” y el estar justificado predicar la pobreza, pero sin rechazar las riquezas, como es frecuente ver en las distintas Iglesias haciendo de ello gala en sus instituciones y en la vida de muchos de sus predicadores, aunque es de justicia reconocer que no de todos.

No tengo inconveniente en apreciar la buena intención moralizante del que predica, pero el predicador no puede despreciar la conducta de quien es ignorante de sus predicaciones o, aun conociéndolas, su comportamiento es similar al del predicador; porque, en suma, siempre será mejor recibida la predicación con el ejemplo.

Puede ser. En fin, no sé. A mí, este carácter de superioridad, justificada en que se sabe pensar y perseverar en la buena intención de gestionar la vida, me recordó aquella discusión sobre la lotería y la manera de gestionar el premio gordo. Me decían que siempre iba a tocar a quienes no sabían cómo hacer con el dinero, acabando en despilfarro o ruina y, sin embargo, afirmaban que en sus manos todo sería distinto y administrado con beneficio. Pues a ver qué hacemos con este premio gordo.

González Alonso

6 comentarios en “De la vida feliz.- Séneca

  1. Tu comentario es una lección de lectura activa y crítica. No idealizas a Séneca, pero tampoco lo desechas. Lo enfrentas, lo estudias, lo acompañas. Le reconoces sus méritos sin encubrir sus grietas. Y sobre todo, haces lo que él propone: piensas, buscas, te preguntas.

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    • Estimado Lincol, agradezco el sentido generosos de tus palabras y acepto tu comentario que me parece, en todo, muy correcto. ¿Quién soy yo para replicar a Séneca? No, ni mi entendimiento ni mi formación, ni siquiera el uso que hago de mi vida pueden justificar el atrevimiento. Pero entiendo que tampoco es bueno entregarse a las consideraciones de los demás, aunque sea Séneca, sin pasarlas por el filtro de la propia razón. Hacerlo de otro modo sería entregarse al «rebaño» que él denuncia y, aunque éste fuera selecto, cultivado y de una sola persona, no dejaría de ser rebaño. Lo que sí acepto de buen grado, entre otras cosas, es la virtud de la constancia. En todo y para todo. Y la vida, hecha con estos mimbres, espero que no se convierta en tiempo inútil. Gracias nuevamente. Salud.

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  2. Pensé como tú, primero en el concepto de «areté» griego que no tiene esa connotación cristiana de la «humildad», que posiblemente los romanos compartieron también esa manera de ver la virtud, lo que pasa es que luego vi que parece ser que Séneca escribió esta obra precisamente para justificar su doble moral, así que ya en su tiempo parece que el concepto de «areté» o «virtud» romana no limitaba al de los antiguos sofistas. En cualquier caso, el tema es de lo más interesante. En esa discrepancia entre obra y vida, o digamos, determinadas decisiones que un filósofo pueda hacer en su vida he recordado al filósofo Martin Heidegger, que colaboró claramente con los nazis pero cuyo pensamiento no puede por ello ser totalmente descalificado. En fin, mil gracias a ti, siempre, que eres el que me haces reflexionar sobre estos temas, y disculpa por extenderme siempre en los comentarios pero es de verdad me interesa el tema. Quizás no tanta la cuestión de si alguien es sabio o no, sino más bien la legitimidad o la validez del pensamiento de un filósofo o moralista en relación a su conducta en la vida. Y no es tontería porque el idealismo moral extremo puede causar estragos en la psique humana. Abrazos y mil gracias de nuevo.

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    • Gracias, Esther. Para nada están de más los comentarios amplios. Yo los agradezco porque en ese ir y venir de ideas aprendo y descubro nuevos motivos de reflexión. La cita de Heidegger es bien oportuna. El filósofo alemán se debatió también en la duda de la fe y el sentimiento religioso para el que creía tener vocación hasta que consideró incompatibles la religión y la filosofía; sorprende, no obstante, su implicación en el partido nazi, dada la profundidad y alcance de su pensamiento. Otro caso, aunque bastante distinto, fue el de Miguel de Unamuno y su simpatía por la sublevación militar que derrocó a la república española, aunque enseguida se dio cuenta del alcance y sentido de la rebelión y su vocación fascista, por lo que rectificó y denunció su brutalidad. En fin, no es fácil a veces encontrar el camino adecuado. Pero sí es de espíritus honestos reconocer los errores.
      Abrazo y salud.

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  3. Me ha gustado mucho tu comentario y tu crítica a esta obra de Séneca, no la conocía. Es curioso pero no sé yo si la «virtud» más que felicidad no proporciona cierta paz al que la practica, digo una vida virtuosa. Creo que lo de «y vivieron felices y comieron perdices» es solo un buen final para un cuento; no creo que la felicidad sea un estado permanente; independientemente de lo material, la vida tiene sus altibajos, sus trabajos… Por cierto que ese «nacerse a sí mismo» me resuena mucho con el «conócete a ti mismo», sentencia inscrita en el pronaos del templo a Apolo en Delfos. Lo que también me resulta bien raro es que alguien se declare a sí mismo «sabio»; que reconozca su autoridad, fruto del estudio y la experiencia es una cosa pero que se reconozca como sabio, me rechina. En fin, quizás uno de los trabajos en la vida sea aprender a vivir con ese tipo de contradicciones; alguien puede ser sabio sin serlo totalmente. Muchísimas gracias, Julio, por compartir tus lecturas, iba decir que es un placer leerte pero no 😉 es un deleite leerte. Saludos

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    • Muy interesante tu reflexión, Esther, en torno al tema de la sabiduría. Creo que la sabiduría y la filosofía son conceptos diferentes, por cuanto el filósofo (amante de la sabiduría) no tiene lo que ya tiene el sabio (sabiduría); mientras uno la busca, el otro parece que ya la ha encontrado. Como bien dices, asignarse el calificativo de sabio parece muy pretencioso. Tal vez en las civilizaciones griega y romana pareciera natural, pero a mí me chirría -como a ti- esa pretensión; en primer lugar porque las verdades adquiridas por medio de la razón (y la ciencia) son siempre relativas, susceptibles de ser superadas, ampliadas o modificadas. No es posible alcanzar la verdad absoluta y tenemos que bregar con las limitaciones de las funciones humanas y la razón en la conquista de la verdad. Esta idea de camino infinito desde nuestra finitud humana me impide aceptar verdades absolutas. Pienso que hay que apoyarse en cada conquista de la verdad para avanzar hacia metas superiores y conocimientos más completos, y que las buenas conquistas hacen mejor nuestra vida. Pero, lo dicho, sin perder de vista el alcance limitado de nuestras capacidades.

      Atribuirse el papel de sabio como entendemos su definición en la persona que posee conocimiento, virtud, y procura su vida en armonía con la naturaleza y el ejercicio de la razón, me parece excesivo; sobre todo porque al sabio le es exigible la aplicación de todo ello a su vida, lo que no se ve en Séneca aunque Séneca lo justifique.

      No he de negar, sin embargo, que fue consecuente a la hora de morir tomando la decisión de suicidarse ante la condena de Nerón. Tal vez le ayudaran a ello sus convicciones. Pero todo ello fue fruto de las circunstancias políticas en las que estaba envuelto y que estaba bastante lejos de la figura del hombre autosuficiente y sereno de espíritu que se le supone al sabio.

      Bueno, Esther, sea como sea, el caso es que Séneca y sus escritos nos hacen reflexionar y nos regalan una visión humana y del mundo muy estimables y aprovechables. Yo me quedo con esto. Y con las gracias por regalarme o regalar a quien lea tus palabras. Salud.

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