Rosi, una niña cubana en mi clase, en 2010
Al comenzar este curso ha venido una alumna nueva a mi clase. Es Rosi, una niña cubana de nueve años. Llegó con su madre y las preocupaciones propias de cualquier comienzo de curso, más las de sentirse recién llegadas de Cuba.
La entrevista, cordial. La niña, una chica espigada, morenita y muy guapa, con cierta timidez. Tras un vistazo a su expediente y algunas pruebas iniciales comprobé que su nivel escolar era francamente bueno. Es un reflejo, pensé, del nivel escolar cubano. He dicho escolar y no educativo, por aquello de la formación en valores que los regímenes autoritarios suelen manejar y para salvar todas las sospechas sobre el régimen castrista.
Para comenzar le dejé un libro de matemáticas que tenía de sobra. Luego se lo ofrecí para todo el curso y ahorrarle así a su madre el tener que gastar unos euros de más. Pero el libro ya lo tenía en la librería. Me preguntó, no obstante, si podía quedarse con el que le había dejado y había estado usando hasta hora. ¿Para qué?, le pregunté extrañado. No es para mí, me dijo, es para llevarlo a Cuba cuando vaya, y dejarlo en mi escuela de antes para que puedan usarlo mis otros compañeros. Le respondí que cuando se fuera a Cuba que me pidiera este libro, y que le daría también otros de los que disponemos para que los llevara con ella. Pero me sorprendió el sentido solidario de su petición.
Rosi es amable y muy correcta. Es una niña como todas las demás, alegre, dicharachera y campechana, pero con un punto de reflexión en casi todo lo que hace. Se ha ganado, como no podía ser menos, la simpatía de toda la clase.
Pero de nuevo hoy, a la hora de salir al recreo y después de recoger y ordenar el material de sus compañeros, ya que le toca ser responsable de la clase durante esta semana, se quedó –como acostumbra a decir ella- conversando conmigo un rato mientras sacaba su bocadillo de la mochila. Con calma, retira la bolsa de plástico en que venía guardado, una bolsa pequeña de pan de molde, desdobla con mimo el papel de aluminio que lo envuelve y vuelve a plegarlo con cuidado, introduce el papel de aluminio doblado en la bolsa de pan de molde y con delicadeza lo guarda de nuevo en su mochila. Todo ello mientras me hablaba sin parar de distintas cosas. Luego, antes de irse, me ofrece con total naturalidad compartir su bocadillo.
Mis alumnos rompen el papel o las envolturas de los bocadillos, y eso aquellos que traen bocadillo, porque lo más usual es el bollo industrial; lo tiran a la papelera y si se tercia y no están por la labor, parte del bollo o bocadillo acaba también en el mismo lugar.
Ahora, estoy pensando en la eficacia del sistema escolar cubano, capaz de enviarme una alumna con un buen nivel para el curso que tiene que afrontar. Pero también estoy pensando en el valor del sistema educativo –lo que comprende formación en valores, responsabilidad, pensamiento, autonomía personal- llevado a cabo desde la isla caribeña, y que puede enviarme a una alumna que ha interiorizado la importancia que tienen las cosas que usamos y consumimos, la necesidad de la reutilización y reciclaje de los materiales y que piensa en los demás para compartir un libro de matemáticas. En parte, mérito del régimen cubano; en parte, debido a la fuerza de la necesidad, el aprovechamiento y conservación de los bienes en un país acosado política y económicamente por los Estados Unidos y doblegado por un régimen dictatorial. Pero, sobre todo, gracias a la sensibilidad y el alto concepto de la dignidad que atesoran personas como mi alumna Rosi, de nueve años de edad.
González Alonso
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Qué fácil es perder las buenas costumbres, Julio. Y qué privilegio, a pesar de la dificultad, poder enseñar a otros. Y aprovecho para darte la enhorabuena por tu libro. Eres un gran hombre, con una sensibilidad fuera de lo normal. Y un gran observador de todo lo que te rodea. Un placer tenerte como amigo y leerte como lo que realmente eres, un poeta como la copa de un pino. Un fuerte abrazo, y disfruta de tus alumnos
Pd: Si sobra un sitio, apuntame a tu clase.
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Amigo Tin, ¡ qué bálsamo de alegría son tus palabras ! Gracias por la enhorabuena y gracias por acercarte a lo mejor de la vida, que son los demás, quienes nos rodean. Fuera de eso sólo hay soledad, y la soledad elegida es un egoísmo que mata. Cuando ella nos elige a nosotros también se nos acaba la vida. La poesía es un vehículo para estar en el mundo real de manera positiva, y el mundo son los abrazos, las sonrisas, el dolor de quien tenemos al lado, la alegría del amigo. No siempre lo consigo, Tin, pero lo intento.
¿Un sitio en mi clase? ¿Sabes -y no lo digo por decir- que en mi clase es donde más aprendí de la condición humana y de mí mismo? Lo mejor de cuanto me ha ayudado a crecer como persona lo he recibido de mis alumnos, de los mayores y de los pequeños. Sería un regalo tenerte en mi grupo de clase, porque seguro que me descubrirías muchas cosas y las podríamos compartir con los demás. Pero el tiempo ha pasado, las aulas quedaron atrás -no sus enseñanzas y su recuerdo- y ahora el tiempo, los días, hablan el lenguaje de los versos, la música, el arte, las buenas y gratas compañías en torno a una tertulia, algún viaje, el placer de un buen vino y una buena comida, las lecturas y las relecturas (no se puede abarcar todo y mucho de lo leído merece un segundo encuentro)… En fin, nada más aspiro a seguir teniendo los ojos abiertos mientras la vida dure y pueda decir que es mía. Otra vez gracias y mi abrazo.
Salud.
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Un ejemplo muy edificante del que seguramente tendrían que aprender muchos de nuestros jóvenes.
Salud.
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Salud, Azurea. El final de la historia al final del curso es que Rosi se «contagió» de la costumbre general del grupo y no el grupo de su sana, loable y ejemplar conducta. ¡Ay…! Gracias por tu paso.
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Muy bonita historia, da para pensar mucho en lo que hacemos en las escuelas. ¡Saludos!
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Pues sí, fue bonita la historia mientras duró. Aunque en el grupo de clase conseguimos seguir pautas de higiene, con acciones sostenibles y respetuosas con el medio ambiente, reciclando y reutilizando cuando era posible, el ejemplo de Rosi no cundió y ella, finalmente, acabó haciendo como los demás. Eso sí, los libros para sus excompañeros cubanos los recibió con felicidad. Salud.
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