Nadie escucha
Julio Llamazares
Editorial Alfaguara, Madrid 1995
Una mirada a los libros de las estanterías te proporciona, en ocasiones, experiencias inéditas como descubrir un título olvidado, incluso entregado al tiempo de las baldas en compañía de otros libros sin tan siquiera haber sido leído. “Nadie escucha”, de mi paisano Julio Llamazares y de quien conservo otros libros de relatos, novelas, e incluso uno de poesía, “Memoria de la nieve” (Premio Jorge Guillén, 1982) que me firmó en una presentación en León, vino a la actualidad del presente de esta manera y desde la fecha de su publicación en 1995. Parafraseando el título del libro yo podría decir que “nadie lee”, o lo hace a medias o tarde y a destiempo, como en este caso.
Pero, sea como sea, estoy entrando en la lectura de un libro que termina con la entrevista a un mendigo en las calles de Madrid y empieza advirtiéndonos del ruido que nos impide escucharnos unos a otros e incluso llegar a oírnos. Curioso. Porque no sé lo que escribiría hoy Julio Llamazares cuando al ruido de 1995 todavía no le había llegado el estruendo de internet, las redes sociales y los “yutubes”. Miles de millones de horas de gritos, gestos esperpénticos y comportamientos desaforados corren por los ríos revueltos de las aguas virtuales anegando la vida real de las personas y ahogando cualquier amago de conversación y escucha. La soledad es hoy más implacable y dura que nunca en medio de un universo de canales de comunicación y expresión complejo y, a lo que se ve,
rentable. Porque nada se paga mejor que la ilusión de creerte el centro y ombligo del mundo, de que –con el atrevimiento de la ignorancia- expongas opiniones traídas a contrapelo, copiadas, prediques certezas sostenidas en ocurrencias, juzgues y sentencies o te exhibas sin pudor física y moralmente con la pretensión vanidosa de atraer la atención y, por supuesto, la admiración de los millones de vociferantes, agitadores de baja estopa, filósofos de andar por casa, sensibleros empalagosos, políticos de salón o sala de estar, poetas del ripio y el anacoluto junto a otras depravadas y soeces inclinaciones.
Nadie escucha, dice Julio Llamazares. Nadie escuchaba en aquellos años de finales de siglo y milenio. Nadie lo hace en el primer cuarto del nuevo siglo y los primeros años del nuevo milenio. Pero, aún peor, nadie deja de gritar cada vez más alto en este mundo de ciegos y sordos incapaces de dejar de mirarse el ombligo de donde sacar las pelotillas de sus miserias y experiencias. Y prosigamos.
El primer artículo del libro se despacha con un asunto tan grave como el terrorismo de ETA y la actitud colaboradora e hipócrita de su partido político, Herri Batasuna. Con toda la seriedad de la ironía se denuncia el discurso de los “patriotas” (abertzales) vascos que justifican los crímenes, asesinatos a sangre fría, como actos de guerra, una guerra unilateral iniciada por ellos mismos, y exigen a sus víctimas que no actúen contra los agresores y, menos aún, les causen bajas en el enfrentamiento, tildándolos de represores. Cualquier ciudadano que cuestione sus postulados se convertirá en un enemigo al que eliminar. El cinismo de los seguidores independentistas les lleva a cometer impunemente los crímenes y torturar con secuestros, extorsiones y amenazas a quienes deciden declarar enemigos, aplicando la pena de muerte sin juicio previo o con el juicio sumarísimo dictado desde sus tribunales militares. Pero, eso sí, se muestran acérrimos defensores de los derechos humanos y están en contra de la pena capital y la tortura. Porque la violencia no es lo suyo, la violencia es lo de la policía o el ciudadano que se enfrente a sus actuaciones. Toda esta situación y mucho más y mejor argumentado se puede leer en este artículo que, seguro, habrá sido más que suficiente para que los patriotas vascos pusieran a su autor en la lista de enemigos a eliminar, artículo que alumbra una realidad aparentemente superada en lo más trágico de los atentados y asesinatos, pero no resuelto el problema que contiene el discurso social y político del odio que los herederos del terror manejan.
Seguirá Julio Llamazares metiendo el dedo en la llaga de los problemas nacionales que secularmente nos aquejan, y llegamos a la Iglesia, la educación o formación religiosa pre democrática y franquista para perderse en los enredos de la legislación actual –del momento- y ver la conveniencia de sacar la religión católica y confesional de los programas escolares dejando que la doctrina y el adoctrinamiento se lleve libremente a cabo en las iglesias y sus locales. Pero esto parece seguir siendo problemático ante la presión y el poder de los obispos y la actitud indecisa y temerosa de los gobiernos de turno. Otro artículo tan interesante como esclarecedor.
Y las guerras. La guerra de Irak. La expresión suprema y trágica de la crueldad humana. Y la minería del carbón con su repercusión en las cuencas leonesas, abocada a un final sin alternativas para las poblaciones de las comarcas afectadas y sus trabajadores, final que, de manera inexorable, ha terminado llegando. También hay lugar para reparar en la agresividad de la publicidad y la invasión de la intimidad, incluso el mercadeo con esa intimidad que las distintas marcas parecen conocer tan bien, en gran parte porque nosotros mismos les damos la información voluntaria o involuntariamente. O se repasa el trato y maltrato de los animales en general y el abandono de mascotas como los perros, en particular.
Y así, tras los artículos se abre el capítulo de los reportajes y tras éste el de los viajes, como el que desde la orilla izquierda de la ría del Nervión a la altura de Santurce el viajero ve los dos mundos en que se divide el mismo mundo, los ricos a la derecha de la ría en sus lujosas mansiones, los pobres en la margen izquierda en sus pisos pequeños. Y las aguas de la ría que discurren bajo el puente colgante de Portugalete y une las dos orillas. Toda una sucesión de temas, en fin, tratados con inteligencia y sensibilidad. Para escuchar al leer y, desarmado de prejuicios y prisas para ir a ninguna parte, pensar.
Decía que esta lectura había llegado tarde, esperando pacientemente durante treinta años en las baldas de la librería. Pero no es verdad, un libro bien escrito siempre llega a tiempo. Y te hace feliz.
González Alonso
Reblogueó esto en Q.M.y comentado:
Después de un tiempo inactivo, leer la fantástica entrada de Julio González Alonso referente a otro gran escritor,Julio Llamazares, ha generado un soplo de aire fresco sobre brasas aún calientes. Me gusta compartir el talento,la creatividad y la sensibilidad de dos autores a los que admiro, esperando avivar la llama de este blog con su inspiración.
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Sabemos que no necesitas de estos fuegos para avivar las llamas de tu inspiración y trabajo en el blog o cuaderno que conduces: Q.M. Pero te agradezco la generosidad y la intención compartiendo el artículo sobre el libro de Julio Llamazares. Un abrazo.
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Hola Julio,
Te leo en cada entrada y me deleito en la belleza de los paisajes y pasajes que tan bien describes, ya sean interiores o externos, ya sean dulces o amargos, cómo la vida misma. Pero si que hace un tiempo que no participo ni opino en ningún sitio personal…hoy no he podido evitarlo, has mencionado a Julio Llamazares, escritor que he seguido y leído, aunque seguro que me queda algún libro suyo en la balda de la librería. Para mí La lluvia amarilla significó una revelación y un mundo nuevo para explorar y ha sido fuente de inspiración para muchos de los autores que hoy se incluyen en la corriente literaria del neorruralismo. Se podría decir que es un libro de culto, los italianos lo adoran, es un proto-neorruralismo, o simplemente ruralismo a secas ya que los protagonistas son de allí, de una aldea, pertenecen a la tierra al igual que los árboles, nacen y mueren en el mismo lugar, no son nuevos pobladores.
Nadie lee, nadie escucha, fantástica tu introducción al libro de tu tocayo. El mundo está saturado de conocimiento, de información, pero no de sabiduría, una cucharadita sopera mejor que un barril de conocimiento vacío e inútil. Conocimientos, datos, frases que compartimos…¿de quién? Ni siquiera lo sabemos, no son de nuestra cosecha, hablamos de lo que no sabemos ni conocemos, pero aún así nos consideramos un sabelotodo, estamos puestos al día del clima de Marte, y de la vida amorosa de cuatro horteras….¿Leer un libro? ¿Para qué? Por hacer algo nuevo, distinto, por la satisfacción de crear, de dar forma a aquello que bulle en tu interior, emitir tu perfume como la flor nocturna de un cactus en el desierto, para nadie, para ti mismo, el único que puede experimentar y experimentarse, en suma: sentirse ser, sentirse vivo.
Un abrazo.
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Buenas noches, Quirico. Antes de nada me gustaría decirte que tus aportaciones en tu cuaderno personal Q.M., interrumpidas desde hace algunos meses, son más consistentes y enjundiosas que estos desahogos míos, precipitados y nada académicos. Espero que retomes los escritos e incluso la publicación de algún otro libro después de «13 hojas de otoño«.
Yendo al asunto de Julio Llamazares es de notar el conocimiento y admiración que profesas a mi paisano. Un gran escritor, un gran poeta del que, además del libro citado en mi pequeño artículo «Memoria de la nieve«, destacaría la calidad de «La lentitud de los bueyes«.
Sobre cuanto dejas expuesto en torno al autor de «La lluvia amarilla» no hay nada que pueda ni deba añadir, pues no se puede expresar mejor. Aclararé, no obstante, que no entendiendo casi nada de corrientes literarias, me parece muy apropiado el término «neorruralismo«. En el caso del escritor leonés se diría que ha encontrado las claves universales que hacen que las novelas y relatos trasciendan el marco localista para abarcar el alma del paisaje y paisanaje de mundo entero. En cierto modo, para mí Julio Llamazares formula el mismo problema que Luis Mateo Díez, otro escritor de la «tierrina«, en la novela u obituario «La ruina del cielo«, sólo que Luis Mateo Díez tiñe su relato de un pesimismo fatalista y a veces desgarrador:
https://prosadelavidadelosrecuerdos.wordpress.com/2019/01/03/la-ruina-del-cielo/
No sé qué cosa tendrá ser leonés con esta propensión a la nostalgia; tal vez vivir el exilio de tu tierra, la intensa memoria de la niñez que es, en definitiva, nuestra única patria, y entender que al volver hay un abandono de ruinas y polvo que cubre las siluetas de los recuerdos y nos hace ver que somos ya, irremediablemente, unos desconocidos para nosotros mismos.
Me alegra tu visita y saber de tus visitas a este viejo cuaderno o blog en los tiempos de las redes sociales y su «ruido«. Y te agradezco el comentario que ilustra, mejor que lo que yo pueda decir, lo valioso de un autor como es el caso de Julio Llamazares. Un abrazo desde las postrimerías del año. Salud.
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Gracias por la amabilidad de tus palabras y cercanía ,Julio.
La niñez, la patria común de la que venimos, el paraíso de seres bellos y magníficos donde lo imposible es una posibilidad más, las formas del mundo que nos rodean aún no están definidas, no hay reglas aún, por eso podemos asumirlas todas, somos Tom Sawyer o Tarzán o King Kong o Mafalda, o el caballo Furia, o todos los personajes del pirata con pata de palo de Sabina, no somos conscientes del sexo que tenemos ni de lo que somos realmente. Somos grandes en nuestra inocencia, poderosos y libres… ¿En qué momento decidimos emprender viaje y alejarnos en busca de nuevos horizontes, nuevas cimas? No lo sé.
La nostalgia que tu defines leonesa yo creo que no tiene nacionalidad, es una cierta añoranza de lo que perdimos, a nosotros mismos. Las cimas que queríamos alcanzar pronto nos dimos cuenta de que eran una trampa y que en realidad eran los barrotes de nuestro encierro, los límites inmateriales de nuestra infinitud. Y desandamos el camino buscando el rastro de las migas duras desprendidas de los recuerdos, las huellas en la nieve de aquellas botas pequeñas. Y sí, a menudo se encuentra el sendero de vuelta, nos convertimos en el, algunos lo llaman ilusión. Estamos en casa de nuevo, amigo.
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Agradecido por tu comentario que arroja conocimiento e interrogantes sobre la infancia y ese camino que se nos antoja tan largo como breve que es la vida preñada de ilusiones. Un abrazo y salud.
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