Don Quijote, profeta y cabalista.- Dominique Aubier

Don Quijote, profeta y cabalista

Dominique Aubier

Ediciones Obelisco, Barcelona-1981

Que un autor no puede escapar a su tiempo es cosa natural y generalmente admitida sin discusión. Miguel de Cervantes Saavedra, el escritor, no fue excepción. Como poeta, como dramaturgo, como novelista, reflejó el mundo que lo rodeaba y proyectó sus sentimientos, miedos, ideas y pensamientos que interpretaban o trataban de explicar ese mundo de su época desde su personal subjetividad.

El caso, en el caso de Cervantes, es que no estaba del todo clara la ascendencia judía de su familia. No era una cuestión baladí en la época. La limpieza de sangre había que demostrarla y, por supuesto, pagarla con la compra de títulos de nobleza que Cervantes y su familia nunca consiguieron. Fuera judío converso o simplemente judío, también es cierta su formación erasmista. Y todo ello representaba un riesgo serio ante una Inquisición extremadamente atenta.

Pero el escritor, decimos, no escapa en ningún caso a sí mismo y su mundo. Por eso, en la lectura de sus obras, no dejamos de hallar rastros de lo que significó su vida, detalles de las experiencias, creencias y pensamientos. Es lo que Dominique Aubier, en su obra “Don Quijote, profeta y cabalista”, viene a descubrirnos. Y lo hará rastreando la monumental obra cervantina en una dirección determinada, la de los indicios y pruebas de estar ante un libro encriptado, un auténtico tratado de conocimiento esotérico, lleno de simbolismos y claves hebraicas a través de una prosa cercana, asequible, y una historia inverosímil que consigue, como el mismo Cervantes quería, que el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla.

Si lo referido a los nombres, apellidos y ascendencia era muy tenido en cuenta en la España renacentista, en el particular caso de los judíos esta preocupación será obsesiva. Y Cervantes da sobradas muestras de esta obsesión. Pedro Salinas lo nota cuando asegura que “cada nombre en Cervantes es una pequeña aventura donde cada sílaba se juega contra otra sílaba, y donde la fonética se enfrenta al significado”. Y Fray Luís de León lo subraya afirmando de manera categórica que “cada uno es lo que su nombre significa”. (De los nombres de Cristo, 1583)

Dominique Aubier se detiene y especula en la representación de los nombres elegidos para la novela que Cervantes ofrece a sus lectores. Y lo hace desde el convencimiento de que el Quijote es un libro profético que enlaza con la historia de Ezequiel y que interpreta y mejora en sus propuestas el libro de “El Zohar”, uno de los libros más importantes del judaísmo que da continuación a la Cábala escrito en la época del Reino de León por Moisés Shem Tob de León. Así como Ezequiel conduce al pueblo judío en su huida a Babilonia tras la destrucción de Jerusalén y profetiza la vuelta y reconstrucción de la ciudad santa y su templo, don Quijote saldrá al mundo en su particular éxodo, más como “caballero errante” que como “andante”, para preconizar la venida de otro mundo más justo restaurar la Verdad y el Conocimiento a la Luz del Zohar y anunciar en encuentro de las tres religiones que constantemente aparecen referidas en la novela: el judaísmo, el islamismo y el cristianismo, las tres bajo la protección de la figura de Abraham que en las tres es asumida y respetada.

Son innumerables los datos que aporta la autora de “Don Quijote, profeta y cabalista” para sustentar sus hipótesis y laborar la tesis profética de la obra magna cervantina. En muchos casos con explicaciones esclarecedoras, en otros casos con argumentos más forzados. Siempre, desde luego, sorprendentes y nunca carentes de interés.

Es cierto, y lo he mencionado en las distintas ocasiones en que he tenido la oportunidad, que el Quijote es un libro que se va “revelando” generación tras generación en cada lectura a través del tiempo, como si se tratara del negativo de una fotografía que todavía no ha terminado de fijarse totalmente. Tal vez, en este sentido, cobre sentido también el análisis que realiza Dominique Aubier, cuando cayó en la cuenta de que Quijote, Quechot, significa en arameo “Verdad”. Pero Cervantes también jugaba con su significado de “muslera”, como parte de la armadura, o incluso podría ser entendido como “manta, capa o vestidura morisca” si se hace derivar de la voz del árabe hispánico “alkisá” o  del árabe clásico “kisá”. En fin, que cualquier conjetura nos lleva al mismo laberinto de las tres religiones.

Desde luego, puedo decir, no es la única que ha apuntado en esa dirección, aunque no con tanta minuciosidad. Y –por fortuna- el Quijote sigue siendo objeto de estudios observado detenidamente desde todos los campos de la Ciencia y el Conocimiento: la Psicología, el Derecho, la Historia, la Filosofía, la Antropología y la Literatura, como es obvio, entre otras especialidades.

Dejemos lo dicho hasta aquí y la mención de la obra de Dominique Aubier, autora francesa, creo que indudablemente de origen judío y conocedora de la tradición hebraica y sus libros sagrados, que vino a vivir largos años en tierras del levante andaluz, en las costas almerienses de Carboneras donde los lugareños la conocen por el apelativo cariñoso de “la madame”. De la misma aparece alguna referencia en el pequeño museo de la localidad costera, al pie del antiguo molino de viento parcialmente reconstruido; pero no se encontrará ningún libro o escrito suyo en los archivos de la Biblioteca Municipal. Una falta, en fin, merecedora de ser subsanada lo más prontamente posible. O eso me parece. Vale.

González Alonso

Dominique Aubier tomará este nombre a su llegada a Carboneras (Almería). Nació en Cuers, La Provenza francesa, un 7 de mayo de 1922 y fue bautizada como Marie-Louise Labiste. Murió el 2 de diciembre de 2014 a la edad de 93 años.

Escritora prolífica, mujer inquieta y de gran imaginación, escribió más de 40 obras y participó en la realización de unas 23 películas, además de trabajar en traducciones como la obra de Lope de Vega.

En sus investigaciones descubrió en Madrid  que el Decreto de la Alhambra de 1492 de la expulsión de los judíos, seguía vigente en 1966. A través del ministro Fraga Iribarne consiguió entrevistarse con el dictador Francisco Franco para ponerlo en su conocimiento, llevando con ella el libro “Don Quichotte, prophète d’Israël, éd. Robert Laffont (1967) y éd. Ivréa (2013)” todavía en francés, pues no había sido traducido todavía. El decreto fue anulado. En 1992, con el gobierno de Felipe González y siendo Jefe de Estado el Rey Juan Carlos I, se ratificó la suspensión y se reconoció el derecho a la nacionalidad española de los sefardíes.

En español, además del libro objeto del artículo, escribió “España y la tauromaquia” (Compañía General Fabril Ediba- Buenos Aires), “La Duquesa de Alba” (Ediciones Mateu- Barcelona), “Guerra a la tristeza” (Ediciones Delphine) y “Sevilla en fiesta”. El libro “Don Quijote, profeta y cabalista” tiene su continuación en “La victoria de don Quijote”, obra póstuma de 2015 escrita en francés: «Victoire pour Don Quichotte«, (les sources hébreues et araméennes de Don Quichotte), éd. M.L.L.(2015).

La Segunda Guerra Mundial la alcanza cuando contaba 17 años. Se enrola en la resistencia francesa y consigue el grado de capitán. Su activismo y marcado sentido aventurero e inquieto hicieron de esta gran mujer una referencia personal y literaria para el mundo.