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Dos veces pasó la mosca; volaba el aire
pegajoso y plomizo de la estancia
a la hora de la siesta
y se quedó, mancha negra, en el techo
envolviéndolo todo
con el silencio pesado de los espejos, las manos,
la tacita de café sobre la mesa,
los sueños entre los párpados y las horas analógicas
del reloj de pared.
Las páginas de los periódicos reposan sus titulares
obscenos,
callan los pájaros y el sol se estrella
contra las fachadas.
Nada anunciaba nada nuevo. La mosca, muda,
llenó el aburrimiento de silencios grotescos. Se vaciaron
las palabras
de los libros,
la música sonó en campana de vacío;
tampoco, entre el sopor, se movieron las ideas
o un gesto, un dedo, ni dedal, un pelo,
una pata
de silla o de mosca, una musaraña.
Cuando la mosca vuela dos veces
llega el aburrimiento de las cosas.
Julio González Alonso
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