Juan Mayorga
Compañía Nacional de Teatro (México)
Festival Internacional de Teatro Clásico – Patio de Fúcares
Almagro, 27 de julio de 2019
Dirección: Diego Álvarez Robledo
Reparto: Mariana Giménez (Teresa); Rodrigo Vázquez (El inquisidor); Edwin Tovar (Músico en escena)
No es la primera ni será la última vez que tenga la oportunidad de acercarme a la figura de Teresa de Cepeda y Ahumada, de Ávila, y –naturalmente- de Jesús. La obra de Juan Mayorga ha supuesto una experiencia más, hermosamente plástica en su representación, trabajada con hondura, aunque no me haya aportado otras singularidades distintas a las ya encontradas en experiencias anteriores. Y me explico.
“La lengua en pedazos” nos acerca a Teresa; una Teresa mística y visionaria, y a la Teresa carnal, y a la intelectual. ¿Pero a cuál de ellas nos acerca más? Se nos presenta un personaje de acción y voluntad inquebrantable. Ya había advertido hace tiempo en mi artículo “Teresa de Ávila: 500 años más allá del místico amor” que “la palabra es la vida y la sabiduría que mueve a la acción, a la que ella (Teresa) se entregó de forma generosa y continuada”. Y Juan Mayorga abunda en lo principal y fundamental de la palabra, la creativa, desbordante e imposible, de Teresa; y en la racional, ortodoxa e imposible del inquisidor. Porque, ¿cómo explicar lo inefable y contradictorio cuando ya no sirven las comparaciones, las alegorías o las metáforas más altas? “La lengua en pedazos” se sumerge en el desasosiego de esa imposibilidad, la desazón de místicos y poetas ante la conciencia de que, según Fray Luis de León, la lengua no alcanza al corazón (Germán Vega García-Luengos).
Teresa dice que ve a Dios, a Jesús, visita el infierno, vuela entre ángeles. Y lo dice ante un inquisidor inteligente y acertado en sus juicios sobre esta visionaria con rasgos esquizoides. ¿Es que hoy día dudaríamos de la enfermedad mental de cualquiera que nos contara semejantes visiones o alucinaciones? Creo, honestamente, que nos preocuparía bastante y buscaríamos ayuda médica.
El éxtasis místico y la lujuria carnal van de la mano y se representan en la obra con notable acierto. Recordando a Menéndez Pidal y parafraseándole, como también dejé apuntado en el artículo precitado, “en el esfuerzo por dar a entender lo incomprensible de la vivencia mística, se expresa de forma creativa lo sublime de la erótica amorosa.” Ante todo esto, el inquisidor antepondrá la voz de la razón, que le dice que la fe sólo admite el silencio.
Pero Teresa es la voz visionaria, sin claridad de pensamiento, que actúa y al hacerlo resulta molesta o se convierte en una amenaza. Abre conventos, reforma costumbres, hace crítica de la manera de profesar la fe, revisa normas, se cuestiona la manera de sentir y de creer. ¿Cómo es posible? Y el inquisidor hurga en el pasado de la monja, se refiere de manera alegórica al pecado original de Eva y la manzana, acusa de vanidad, de iluminismo, de una juventud quizás licenciosa y dada a las lecturas de libros de caballerías, se detiene en la duda. Y al inquisidor le sobra la razón que le falta a Teresa. A Teresa le faltan respuestas que expliquen lo que ve. Es imposible. Pero el inquisidor también duda; el inquisidor entiende que tampoco puede explicar algunas de sus vivencias y que le faltan las palabras. Por eso, advierte, es preferible guardar silencio refugiándose en la fe. Lo que no se puede explicar hay que callarlo.
En la obra de Juan Mayorga se habla de la palabra, la vivencia inefable de la revelación mística; pero también de la pobreza, la insumisión, la desobediencia, la rebeldía en la búsqueda de sí misma de Teresa para conocerse y autoafirmarse. Se habla de amor. Y lo que es mejor, se habla en un lenguaje poético, el único con cierta validez para expresar lo que Teresa no podía decir de otro modo.
La estructura del texto dramático es clara, con el abundante recurso a la paradoja. El mensaje llega con fuerza y emoción. Juan Mayorga dice que incluso desde el ateísmo “puede uno sentirse fascinado por el ser humano que se apoya en ella (Teresa)”. Y es verdad. Pero también es verdad que para creer a Teresa hace falta un acto de fe, y que ante las contradicciones a las que la enfrenta el inquisidor, su única, invariable y última respuesta es depositar toda la verdad en la autoridad de Dios, con lo que el inquisidor y la Iglesia estarían de acuerdo; sólo que –y aquí está el embrollo de la cuestión- esa autoridad la recibe directamente de Dios, al cual ve y con el cual habla, y no de la interpretación de la Iglesia y su doctrina. ¿Cómo no comprender las prevenciones y la alarma de la Iglesia ante tal situación?
En el largo diálogo de Teresa con el inquisidor, o más bien de Teresa consigo misma, se nos abre el alma de una mujer arrebatada por el amor que, puesto en Dios, lo pone en todas las cosas, personas, acciones, cacharros y, en fin, todo cuanto forma parte de la vida que esta mujer consideraba importante que fuera feliz para que fuera vida.
En otro orden de cosas y sobre la representación, no puede dejar de comentarse la increíble riqueza de registros de los actores; la actriz Mariana Giménez y el actor Rodrigo Vázquez. Subrayar lo acertado de la dirección y destacar lo oportuno de la música percutida que arropó el discurso de la acción dramática. Y, tal vez, si algo eché en falta, sería el poco aprovechamiento del coro formado por seis monjas y un monje que solamente aparecen en la escena final y que hubiera resultado útil en algunas otras escenas y pasajes de la obra. Pero esto va, más que de gustos, de entendidos y expertos, y comprendo que Juan Mayorga tiene mucho y muy buen criterio como autor para dejarlo como está.
Dicho lo anterior, vayan, acudan si pueden y juzguen. Pero, sobre todo, disfruten.
González Alonso
Este es un caso real. A mi tambien me acontece desde diciembre de 2018 cuando Dios se manifestó en mi vida y desde entonces vivo una lucha por ser una de las privilegiadas por recibir sus favores.
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Pues eres un caso excepcional, Angeline. No conozco a nadie que haya tenido experiencias místicas. No sé si es un regalo o una pesada carga. Tú puedes contarnos y explicarnos sobre ello. Muchas gracias por tu comentario.
Salud.
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Querido Julio:
Como hoy comienza un nuevo mes, me he acercado al ordenador -que he dejado de lado por razones técnicas que espero se corrijan con la llegada de mis hijos- y, en vez del poema pertinente, me encuentro con una crítica teatral de altura.
Ciertamente que Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz son dos personalidades difíciles de catalogar, al menos para mí. O tal vez no me atreva a hacerlo abiertamente… Tú, en tu crítica, lo expresas a la perfección, sin titubeos, haciendo sencillo, inteligible, lo paradójico.
Lo más probable es que no logre publicar siquiera lo poco que he escrito. Por intentarlo, que no quede.
Saludable verano.
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Amiga Carmen:
Me congratula que hayas podido insertar tu comentario. Sobre la personalidad de Teresa de Ávila no tengo duda de que fue compleja e interesante y que en su modelado tuvo que ver de manera decisiva el ascendente judío de su familia y su enfermedad temprana. Acerca de ella, en su momento, dejé mis impresiones (que tal vez ya has leído):
https://prosadelavidadelosrecuerdos.wordpress.com/2018/06/18/teresa-de-avila-500-anos-mas-alla-del-mistico-amor/
Fue una gran mujer, ejemplar en muchos aspectos y valiente. La visión que sobre ella se deja en la obra hace demasiado hincapié en el peso de su faceta visionaria, pero se trata -sin duda- de un magnífico trabajo. Si la ocasión se te ofrece, no dudes en verla. Y espero tener la oportunidad de visitar Palmeira; si pudiera ser en este año, mejor. Estoy en ello. Abrazo.
Salud.
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