Celebraré mi muerte
Marcos Hourmann y Alberto San Juan
Teatro del Barrio
Dirección: Alberto San Juan
Teatro Barakaldo (Vizcaya)
13/02/20
Este monólogo con soporte audiovisual compone la pieza teatral dramatizada sobre la eutanasia que pone sobre la escena el médico Marcos Hourmann, argentino, protagonista del primer caso en España llevado a los tribunales al facilitar la muerte a una paciente terminal con mucho sufrimiento, tras la solicitud de la misma de dar fin a su vida y el consentimiento de su hija. La administración de la inyección de cloruro potásico realizada en el acto médico fue firmada por el doctor y el hospital denunció el caso que se trata en la obra representada.
Aparte de las convicciones personales sobre la conveniencia de una buena ley de eutanasia, debo reconocer que este documental teatralizado, muy bien realizado según las técnicas y recursos dramáticos que suponen la inclusión de la participación afectiva y el distanciamiento, está apoyado fuertemente en lo emocional, elude el marco jurídico y no deja espacio para la contraargumentación. La desenvoltura del protagonista y el carácter irónico, y en ocasiones humorístico, ayudan a desdramatizar las consecuencias de un acto que le supuso un verdadero infierno personal y tener que pagar un alto precio por su actuación en coherencia con sus ideas. Estas consideraciones no le quitan valor a la pieza que llega, además, en un momento crítico en el que se puede discutir, proponer y elaborar una ley de eutanasia en España. Pero no es por esta vía por la que la ciudadanía alcance a realizar la reflexión necesaria sobre el fondo del problema y sirve –más que otra cosa- para confirmar las posturas ante la eutanasia y la defensa de su necesidad al entender el lado humano de la historia personal del protagonista como justificación de un acto que conlleva una responsabilidad legal.
Ocho espectadores de entre el público ejercerán de jurado en esta causa y fallarán la inocencia o culpabilidad del encausado. Se busca el veredicto que no se dio en su día al declararse culpable y acordar con la Fiscalía una pena que lo salvara de la cárcel y de la inhabilitación como médico. Ese es el recurso dramático. El planteamiento de la representación discurre por tres momentos: 1.- La actitud profesional ante la demanda de la paciente terminal atendiendo al deseo de la enferma y el consentimiento familiar de su hija de terminar con su vida. 2.- La vida e historia personal del médico en la que explica cómo afrontó la muerte de sus padres, y 3.- La decisión personal de cómo quiere celebrar su propia muerte con dignidad porque -confiesa- lo que más ama es la vida.
La contundente apelación al valor de la vida hace entender la muerte no como una desgracia penosa, sino como el final inexorable de la existencia. Se predica el perder el miedo a la muerte para vivir una vida plena y libre. El sufrimiento y el dolor no son vida. Y no son la medicina ni el médico los que matan, los que matan son la enfermedad, los años, la vejez. El médico está al servicio de la vida, tiene los conocimientos y recursos necesarios para ayudar a vivir, pero hay un límite y las leyes de la Naturaleza son irreversibles. Entonces es cuando debe prevalecer la libre voluntad del paciente. A nadie se le puede obligar a la eutanasia, pero a nadie se le debería prohibir el derecho a ella. Es libre, y hay que respetarlo, quien escoja acabar sus días con sufrimiento y sin asistencia, con cuidados paliativos o mediante la eutanasia.
En el mundo existen muchos países en los que se aplican los cuidados paliativos, la sedación en la fase terminal que evite el sufrimiento; solamente en seis está regulada la eutanasia con este nombre o similares: Holanda, Bélgica, Canadá, Suiza, el Estado de California (EE.UU.) y Colombia. El tema no es fácil y no me parece mal traerlo al debate público; se trata de un problema que cualquier sociedad avanzada deberá afrontar. Pero, insisto, interesa, sobre todo, esclarecer todas las implicaciones del problema, filosóficas, morales, éticas, profesionales, sociales, para enfrentarse a las leyes y establecer aquellas que resulten más adecuadas a las necesidades de las personas. Interesan el debate, la discusión, el cruce de ideas, que faciliten un terreno seguro que pisar en el que la libertad del ciudadano encuentre acomodo. Esto será más convincente y fructífero –me parece- que la dura –y justificada- apelación emotiva a la tragedia personal del médico y su paciente.
Amar la vida, quiero recordar otra vez, debería significar perder el miedo a la muerte haciéndola más digna y capaz de ser celebrada. Tal vez la vida así vivida –apuntaba el doctor Marcos en su actuación- resultaría muy diferente y muy incómoda para los estamentos sociales tradicionales que manejan este miedo como medida de control. Y de negocio.
Ah, mi veredicto en este caso: Inocente.
González Alonso
La libertad de disponer y vivir la vida como uno quiera me parece un derecho fundamental. La vida «es vida» cuando el que la vive considera que es así. Un tema importante de actualidad. Desconozco la obra que comentas, Un saludo
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Muy de actualidad, Azurea, y muy oportuna esta representación hecha -además- por un profesional de la medicina que se atrevió -con la petición de la enferma, el consentimiento familiar y todas las garantías médicas- a practicar la eutanasia a sabiendas de que cometía un delito tipificado por la ley. Tal vez se necesiten actuaciones así para que la sociedad reaccione y demande una nueva ley, más justa y más humana. Vivir no es alargar el sufrimiento del enfermo, a mí me parece cruel condenar a alguien a tener que morir lentamente y con dolor. Pero lo dicho, es un tema que hay que resolver. Espero que se haga bien.
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