El Poema de Almería – Arnaldo de Astorga
El contexto
Corría el año 1.135 cuando el Reino de León comprendía los territorios de León, Asturias, Galicia, Portugal, Castilla y Toledo, y tenía como vasallos, además de algunos condados franceses, a Navarra y Barcelona. Alfonso VII será proclamado emperador en el mes de mayo del mismo año en la reunión de la curia regia en la que, durante tres días, tomarán parte Berenguela, hermana de Ramón Berenguer IV, doña Sancha, hermana del rey, el monarca de Pamplona, así como magnates y prelados de todos los extremos del reino. Tras el reconocimiento imperial, la curia real leonesa se trasladará a la ciudad de Toledo. Todo ello se cuenta en la Crónica Latina y la Chronica Adefonsi Imperatoris de Arnaldo de Astorga, cronista de Alfonso VII, que afirma de sí mismo: “…religioso benedictino soy, nacido en Ponferrada y desde pequeño dedicado y preparado para el trabajo y la oración como decía San Benito” y que después de su paso por los monasterios de Sahagún y de Astorga se convertirá en el cronista real del emperador leonés.
Será Arnaldo de Astorga quien escriba el célebre Poema de Almería que figura, de manera incompleta, al final de la Chronica Adefonsi Imperatoris. Cómo, cuándo, por qué y por quién fue amputado este notorio poema, no se sabe. Lo que aquí se comenta son las notas preparatorias para el poema, escritas –a lo que se ve- por el mismo Arnaldo de Astorga en un códice que se encuentra en la Biblioteca Nacional y del que da noticia en 1971 Antonio Vargas en respuesta a una carta de Fulgencio Castro. Dichas cartas y el texto de las anotaciones del cronista autor del Poema de Almería fueron publicadas por Diego Reche en “Cuentos de la Alcazaba de Almería (IV)” de la colección Narradores Almerienses.
A priori
Antes de cualquier otro examen, desde la lectura de este opúsculo, debo confesar la admirable sorpresa del descubrimiento de unos testimonios tan apegados a los hechos históricos que se narran, por lo conmovedores que resultan en sus reflexiones sobre lo que significan las guerras y la que debiera ser la sensibilidad en el trato para con los vencidos. Estremece en Arnaldo de Astorga la fidelidad del relato tanto como el reconocimiento del sufrimiento general de los derrotados, su dignidad y su valor humano.
Los hechos
Una vez concluidas las negociaciones para la guerra y conquista de Almería, los genoveses pondrán en movimiento su flota de sesenta y tres galeras y hasta ciento sesenta barcos atracados en el puerto de Mahón. Llegarán a las costas de Almería con el temor –dice Arnaldo- “de que nos esperasen los sarracenos agazapados en las montañas cercanas al mar” y decidieron desembarcar en las playas situadas a oriente y alejadas de la ciudad, playas que reciben, por lo mismo, el nombre de Los Genoveses.
Tras la organización del campamento y resolver el problema del abastecimiento de agua y provisiones, esperarán la llegada del ejército de Alfonso VII. Una vez llegado el rey, y a la espera de las negociaciones, tomarán posiciones en las huertas cercanas a la ciudad y se producirán algunas escaramuzas. Cuando atacaron la mezquita el grueso del ejército musulmán salió al combate haciendo retroceder a los genoveses hasta la playa en una triste jornada con el balance de más de siete mil muertos entre ambos bandos. Una vez reforzados con el apoyo de Alfonso VII sitiarán de nuevo la ciudad y abrirán una brecha en la muralla. Los sarracenos ofrecen retirarse del campo de batalla con el pago de cien mil maravedíes. Pero los genoveses rechazarán la oferta y en pocas horas la ciudad será tomada por un ejército de catorce mil soldados tras varios meses de asedio.
Arnaldo de Astorga se une al grupo de consejeros que le dicen al rey que no debieran haber venido tan al sur porque consideraban excesivo el coste de vidas y dinero para mantener la plaza de Almería y su puerto. También lamenta el modo de tomar esta plaza: “Cuando sitiamos la ciudad quisimos negociar con los sarracenos y pudo haberse evitado esta matanza si los genoveses hubiesen tenido paciencia; pero por lo visto parecían otros sus propósitos, más interesados en destruir este puerto, importante paso comercial del Mediterráneo, que en una rendición pacífica, que hubiera evitado el derramamiento de tanta sangre”.
Almería pasó de ser una ciudad próspera con su puerto y el comercio de sus renombradas sedas a ser un solar arrasado sin que se le pasasen inadvertidas al cronista las verdaderas intenciones y motivos de tal destrucción: “…aunque los genoveses dicen que es por el bien de la cristiandad y por la lucha contra la piratería de estos mares, lo cierto es que de aquí en adelante sólo queda el gran puerto de Génova como referente principal de las rutas marítimas.”
La guerra
La descripción que se hace de Almería deslumbra con esa luz tan blanca que ilumina el día y que al caer la noche deja como un reflejo de tonos suaves que da sosiego al alma. Los leoneses, sin embargo, que no estaban acostumbrados a esta luz, tampoco toleraban bien el agreste paisaje montañoso desnudo de árboles y ríos secos con sus cauces pedregosos, además del calor. Arnaldo de Astorga subrayará, no obstante, el excelente trabajo de los yemeníes, soldados y campesinos que rodearon la ciudad de buenas huertas con un sistema de regadío que transformó el entorno.
El lamento que sigue a estas reflexiones se detiene en el oscuro paisaje de muerte que se extiende por las callejas de la ciudad en un día de enterramientos y jornada triste en la que lamentar las ilusiones de las jóvenes vidas truncadas evocando su recuerdo. “La guerra –asegura con dolor- no es como la cantan los juglares; y soñamos a veces con ser como aquellos héroes que leímos o nos contaron, pero qué poco tiene que ver con la crueldad de estos días; heridos, mutilados, espadas ensangrentadas que cercenan las vidas y rompen los sueños de tantos soldados que no regresarán a sus casas ni a sus oficios, muertos en el campo de batalla”.
Más allá de las batallas. La poesía
Alfonso VII se interesa por el Poema de Almería que anda escribiendo Arnaldo de Astorga; los capitanes le apremian para que aparezcan sus nombres y hechos reflejados en los versos. Y el cronista se siente abrumado y confuso sin decidirse a escribirlo en lengua romance o en latín y dudando sobre la clase de versos a emplear. Finalmente lo hará en latín y en hexámetros.
Para distraer sus preocupaciones paseará por la ciudad, descubriendo “cómo tras el dolor de la batalla, intentan los sarracenos regresar a la normalidad, con qué fuerza y sobreponiéndose a tantas adversidades han vuelto a abrir el zoco, los baños y las tiendas de telas. Y me recuerda aquellas palabras del poeta Horacio: ab ipso ferro, pues como la encina crece con más fuerza por donde es cortada, estas gentes se levantan de sus heridas sin mirar atrás, empeñados en vivir y salir adelante”.
En uno de estos paseos por la medina trabará conocimiento con un noble anciano “de rostro enjuto y honda mirada” que se atreverá a pedirle sin temor que, como monje, obre con misericordia hacia los mahometanos que todavía viven asustados y temiendo por sus vidas. Arnaldo se reunirá con el viejo Ahmed con cierta frecuencia al atardecer y le preguntará por las cosas de Almería.
Ahmed, que permanece largo tiempo con la mirada ausente o tañendo blandamente su laúd, se anima con la conversación de Arnaldo, se le iluminan los ojos al evocar su pasado “como si las palabras fuesen una fuente de agua en mitad del desierto de su vida”; su origen humilde no le impidió, con esfuerzo, buscar el modo de cultivar sus aspiraciones, aprender a leer y adquirir conocimientos, terminando por trabajar como secretario de un rico comerciante de telas. Estos paseos y conversaciones del fraile con el viejo musulmán no pasarán desapercibidos para los capitanes cristianos, siendo censurado por algunos de ellos y amenazado con ser denunciado ante sus superiores exigiendo que impidieran dichos encuentros.
No se arredrará el fraile benedictino ante estas coacciones, y ante el mismo rey leonés Alfonso VII se atreverá a decirle, durante la celebración de un consejo y recordando la súplica del anciano Ahmed, que la mezquita mayor seguía cerrada, pero que “sería aconsejable no humillar al vencido y permitirles que, al menos los viernes, hagan sus oraciones, e intentar una convivencia pacífica.”
A pesar de las murmuraciones, Alfonso VII accederá a la petición de Arnaldo de Astorga que, entusiasmado, correrá a contárselo a su amigo. Pero el fraile leonés lo encontrará solo y abatido en un rincón de la casa donde le confesó cómo su hija mayor y su esposo habían huido antes de los combates, que sus dos hijos varones habían muerto defendiendo la ciudad y que esa misma tarde habían llevado a su mujer y su hija pequeña a las mazmorras de la Alcazaba para enviarlas como cautivas a Génova.
Arnaldo no sabe qué hacer ni qué decir; ambos permanecerán en un hondo y triste mutismo hasta que, de improviso, Ahmed se levantará para, rebuscando en un viejo baúl, sacar unos pergaminos que leyó “en mitad de aquel silencio”, lo que sonó “como el canto triste de un ruiseñor en la noche”:
¿Te entristece que digan
han partido las caravanas de las mujeres?
¿Cómo podrás soportarlo, ay de ti,
cuando se vayan?
No hay más que muerte a su partida,
y si no, una resignación
como acíbar y tristeza;
la vida era dulce
bajo la sombra de su presencia,
y el fardín de la unión amorosa
el más fragante perfume.
¡Qué felices noches en las que no temía a los reproches
por la pasión,
ni me asustaba que hubiera huida
a nuestro encuentro!
¡Ojalá supiera, ahora en la separación,
si todo será después como fue antes!
Arnaldo confiesa, conmovido: “Pocas veces como es me habían emocionado las palabras de un poema. Lo comprendí y me marché, sabiendo que nada podría hacer por salvar a su familia del cautiverio. Entre los castellanos aún podría haber buscado algún remedio, mas entre los genoveses no conseguiría su rescate. Hoy he descubierto el dolor de un amigo, de un gran poeta, y no he podido dormir, por eso escribo estas palabras que no sé si me sirven de consuelo.”
No podrá el benedictino leonés avanzar en el poema y sus hexámetros latinos, a los que sabe que les falta la fuerza y la hondura del poema que le leyó Ahmed, y sabe que “la poesía no se puede encerrar en ritmos si no brota del corazón.” Decidirá, al fin, volver a la casa del amigo y pedirle que le enseñe sus poemas.
Arnaldo conocerá, para su asombro, que el poema que había escuchado de labios de Ahmed lo había escrito hacía cien años una mujer poeta almeriense llamada Al-Gassaniyya de Bayyana para el rey Jayán, y que se trataba de una composición llamada casida. Las mujeres poetas recibían, entre los árabes, el nombre de adibas. También descubrirá y sabrá de primera mano muchas más cosas acerca de la poesía andalusí y los cantos mozárabes que Ahmed aprendió siendo muy joven cuando quería escribir poesía y encontró en estos cantos “la fuerza del amor, un sentimiento intemporal – le explica a Arnaldo – que lo canta tu pueblo y el mío en pequeños poemas, como un bálsamo en la senda de la vida”. El benedictino le confesará a Ahmed con convicción: Mis versos no son como los vuestros; yo, en realidad, coloco historias de batallas en hexámetros latinos, pero no tienen la frescura, ni la cercanía, ni la profundidad de los que has estado recitando.
Y así irá terminando de escribir el Poema de Almería, como un trabajo por encargo y sin entusiasmo, con la conciencia de vivir en un mundo aparte dando testimonio de nombres y batallas, pero alejado del mundo vivo de la calle; mientras tanto, escuchaba en la madrugada el ruido de las cadenas de los cautivos que embarcaban para Génova.
Qué hacer
No puede evitar Arnaldo sentirse como un cobarde refugiado en sus escritos, y rogando a Dios una solución, saber si puede hacer algo, exclama: “…me siento desorientado y sediento ante su silencio”. Pero, tras las últimas oraciones, tomará la decisión firme de hacer cuantas gestiones sean necesarias para conseguir el rescate de la mujer y la hija menor de Ahmed, cautivas en Génova, “aunque para ello tenga que ir a buscarlas yo mismo al otro lado del mar”.
Y llega el día en que Alfonso VII recibe el Poema de Almería, ya acabado. Lo leerá Arnaldo de Astorga ante el rey y los capitanes recibiendo la felicitación de uno y los aplausos de los otros, todos felices con lo narrado. Entonces, en medio de la celebración general, el fraile solicitará permiso al emperador para viajar a Génova. Alfonso VII, sorprendido, le pregunta por las razones para tal viaje, y Arnaldo le explicará la historia de Ahmed y su familia, y su convencimiento de que este anciano almorávide almeriense podría serle de gran utilidad al rey para el arreglo y mejora de la ciudad por sus amplios conocimientos de la cultura de Al-Ándalus.
Partirá Arnaldo hacia Génova con sendas cartas del emperador leonés y del obispo de Astorga y con la decidida pretensión de “devolverle la alegría” a su amigo Ahmed. Tampoco dejará de pensar cuánto tiempo podría mantenerse el sitio de Almería en poder cristiano una vez que el rey regrese a León con parte de su ejército, ya que los almohades seguían en el empeño de recuperar Al-Ándalus.
Cuando al despedirse muchos le halagan diciendo que había escrito un poema espléndido, Arnaldo siente que “la poesía está más en el dolor que en la victoria, en la sencillez que en los hexámetros, en el amor que en las batallas, en la pequeñez que en la grandeza”. El que llegó con los genoveses dispuesto a la conquista, se marchará ahora “en busca de los genoveses y de las cautivas sarracenas para compensar algo del mucho dolor vivido”. Y se marchará “con el recuerdo de estas tierras y de esta luz de Almería, una luz –insiste– que baña el mar y los montes y le da sosiego al alma”.
A continuación
Termina así y aquí el relato de Arnaldo de Astorga, y aquí comienza y sigue el sentimiento de profunda tristeza y admiración; tristeza por los efectos desastrosos de la guerra, y admiración por el afecto que –en medio de la tragedia- despierta el conocimiento y la amistad, capaz de hermanar pueblos y culturas. No acabaremos nunca de aprender esta lección, y el egoísmo, la ambición y el miedo a lo desconocido, al diferente, seguirán trayendo muerte y dolor; pero hoy –como ayer Arnaldo de Astorga- entiendo que debo viajar a donde sea, hasta el otro lado del mar, con las cartas de la experiencia del viejo Ahmed y del benedictino Arnaldo en busca de la libertad de pensamiento, el que permanece cautivo de la intolerancia, y aportar el pequeño grano de arena en la construcción de un mundo nuevo en el que quepan los hexámetros latinos de Arnaldo y los poemas mozárabes y de las adibas o mujeres poetas. Sea.
González Alonso
Bibliografía:
1.- “Cuentos de la Alcazaba de Almería (IV)”. Colección Narradores Almerienses.
2.- El antiguo Reino de León.- Anselmo Carretero Jiménez (Edilesa Ensayo.- León, 2001)
3.- Sobre la libertad humana en el Reino Asturleonés hace mil años.- Claudio Sánchez-Albornoz (Espasa-Calpe.- Madrid, 1976)
Muy interesante e intenso. Te felicito estimado Julio. Un abrazo.
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El artículo es extenso e intenso, pero no encontré mejor modo de dar noticia y comentar este pequeños descubrimiento. Mil gracias, Bárbara, y mi abrazo siempre. Salud.
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Thank you very much for your interest in this topic. Best regards.
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