Las cosas que sé que son verdad
Andrew Bovell
Compañía Octubre Producciones
Teatro Barakaldo, 26 de septiembre de 2020
Intérpretes: Mónica Forqué, Julio Vélez, Pilar Gómez, Jorge Muriel, Borja Maestre y Candela Salguero
Dirección: Julián Fuentes Reta
Traductor: Jorge Muriel
Escenografía: Julián Fuentes Reta y Coro Bonsón
Iluminación: Irene Cantero
El primer reencuentro con el teatro en estos tiempos de pandemia llega después de siete largos meses. Es una buena noticia. A pesar de las mascarillas y las medidas de precaución.
La obra del dramaturgo australiano Andrew Bovell se revuelve con inquietud en el mundo que nos toca vivir, nuestro presente y la naturaleza de nuestras relaciones. En este caso, ha escogido el núcleo familiar para seguir, a través de una amplia metáfora del paso de las estaciones, lo que significa el ciclo de la vida, el nacer, transformarse, morir y renacer continuo. Fija la mirada en la pervivencia del núcleo familiar como reducto de los afectos y sentimientos más profundos, de la necesidad de estima, amor y amparo, en la sucesión de la vida y las fisuras de las relaciones. Los padres y su tiempo de trabajo, ilusiones, sacrificios y esperanzas puestas en los hijos. Los hijos y el desafío de buscar su sitio en el mundo, de intentar ser ellos mismos, de mantener los afectos familiares aunque sus aspiraciones no coincidan con las expectativas paternas. Y nos presenta, en este contexto, el caso de la hija a la que, casada con un buen hombre y con hijos, se le cruza el amor con sus exigencias; la hija pequeña, muy apegada a la familia, y sus intentos de valerse por sí misma, de ser alguien fuera del círculo familiar protector, y sus fracasos; el hijo que siente la necesidad de cambiar de sexo y el hijo que, habiendo triunfado en el mundo empresarial, se ve arrastrado por la vida de una clase social a la que no pertenece pagando el precio a golpe de drogas y robando. Y en la pareja, aparentemente sólida, aflorará la monotonía y falta de sentido del tiempo libre conquistado por el marido en una jubilación adelantada y la infidelidad de la mujer y su renuncia al amor extramatrimonial en favor de una vida gris, pero segura.
No caben más naufragios ni más señales de auxilio a través de las cuatro estaciones del año. El árbol del jardín suspendido del cielo que nunca alcanzarán a tocar y las rosas cultivadas con resignación y paciencia serán la referencia para cada uno de los componentes de la familia dispersándose por el mundo y sus avatares. Como colofón, la muerte hará acto de presencia para arrebatar la vida de la madre fuerte, intuitiva, castradora y protectora que sostenía los vínculos familiares. ¿Se acaba la familia? No. Se reúne de nuevo, se abraza y visten al padre con su traje de luto para –destruido el jardín- comenzar de nuevo.
Nos deja claro Andrew Bovell que hay cosas en la vida que no conocemos y que escapan a nuestro control, que surgen inesperadamente al margen de lo previsto. Pero lo que queda, por encima de todo, y subsiste, es la familia en la que podemos comprender la naturaleza humana y sus capacidades de amor, compasión, transformación, supervivencia, apoyo incondicional. Somos los humanos seres gregarios necesitados de contacto, comunicación y ayuda mutua; nuestra solidaridad es una reacción primaria de supervivencia. Al lado de cada crimen, de cada guerra, de cada catástrofe, aparecerá la compasión, la ayuda solidaria, la entrega más generosa. Y la familia, el núcleo familiar sea de la clase que sea, resulta ser la expresión de la esencia de nuestra naturaleza humana. El anacoreta, el estilita, el eremita, son los intentos baldíos de encontrar la relación plena con la Naturaleza y el espíritu al margen de la realidad natural humana. Es algo tan absurdo como las posturas de algunas iglesias o religiones de luchar contra los impulsos naturales y sus necesidades, como es el caso de la sexualidad imponiendo la castidad, por ejemplo. De ahí su rotundo fracaso. Pero, si esto no es otra cosa, tampoco es el lugar de tratarlo. Así que dejemos las cosas en el terreno del teatro y lo que esta obra plantea.
Parece lógico hacer mención al trabajo desarrollado en el escenario. Lógico y justo, porque la dirección me pareció rigurosa y acertada; la música de R.E.M. y Leonard Cohen, oportunas; la iluminación bien adaptada a cada momento dramático, y la interpretación de actrices y actores merecen todos los aplausos. Me gustó, también, la manera de darle al texto un aire de naturalidad cruzando las conversaciones, hablando los personajes a la vez pisándose las palabras como acostumbramos a hacer en nuestra vida cotidiana, los silencios expresivos o las reacciones viscerales. Todo, digo, pudo hacer que la magia del teatro se extendiera por la sala sin que faltara el gesto y guiño de las mascarillas que actores y actrices también llevaban. Pero el teatro es posible y habla, aunque le tapen la boca.
González Alonso
Buenas noches, Julio:
Cada vez que te leo me dejas admirada, incluso eres un buen crítico de teatro. Tu fina manera de entenderlo y explicarlo denota tu lucidez en todo lo que haces.
Cuando os leo a ti y a Mari Carmen hablar de operas y obras teatrales, echo de menos la ciudad. Aquí en los pueblos gozamos de calidad de vida pero, hay ciertas cosas que se añoran, y una de ellas es el teatro.
Enhorabuena por tu recensión, es espléndida. Voy a elevarte a la jerarquía de un tal «Bernard Shaw» o de un «Pirandelo» ,
Cariñosos saludos palmeiráns,
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Amiga Magda, en mi caso hago lo que puedo para trasladar mis impresiones a los comentarios, que no críticas. Te agradezco la mención de los autores, pero lo de escribir teatro es ya de otra galaxia.
Es verdad que vivir en un entorno de ciudad favorece el acceso a algunos eventos culturales. No se puede tener todo, ya sabes. De cualquier modo ahora estamos casi a la par con la pandemia, ya que es escasa la oferta teatral y a veces, cuando cierran los municipios, tampoco podemos ir al teatro.
Un abrazo grande. Salud.
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Por la magnífica reseña que haces de la obra, tiene que ser muy buena.
En Madrid, de momento, resulta poco menos que imposible volver a la normalidad. Mis hijos comienzan a asistir a actos culturales, pero yo me abstengo. En mis ratos libres me conformo con leer, escuchar música y ver de nuevo alguna película que dejó huella. No es la magia del teatro, pero…
Estoy de acuerdo en que somos seres gregarios y la familia es el mejor refugio para compartir emociones. Nunca como hoy nos habíamos dado cuenta de ello.
Salud y bellos sueños.
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Las cosas tampoco pintan muy bien por aquí, Carmen. Además de haber pocas funciones, hasta hoy no hemos podido salir de nuestros municipios, lo que hizo que ir a ver teatro fuera aún más difícil, cuando no imposible. Seguiremos, como haces tú, con las lecturas, escrituras (cuando la inspiración quiera), películas y documentales. De todos modos hay que tener confianza en que ya queda menos para salir de ésta. Un abrazo.
Salud.
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