Villa y Marte
Ron Lalá
Dramaturgia: Álvaro Tato
Dirección: Yayo Cáceres
Intérpretes: Daniel Rovalher; Juan Cañas; Miguel Magdalena; Fran García; Diego Morales
Teatro Barakaldo, 22 de octubre de 2022
La representación da comienzo a telón bajado. La nave espacial dirigida desde el famoso Pirulí de Madrid (torre de telecomunicaciones Torre España), llega con dificultades a Marte; el astronauta (o madrinauta como dirían los Ron Lalá) y el robot que lo acompaña cuyo apodo es “Trasto”, descubrirán que el planeta rojo está poblado, tiene una atmósfera más respirable que la Tierra y que es una réplica marciana del Madrid más castizo donde no faltan los churros, las corridas de toros (aunque en el ruedo toreen ingenios espaciales como el Rover, enviados por la NASA), las verbenas con música de organillo, los chotis y los líos amorosos. Una marciana de ocho ojos sueñas con visitar la Tierra porque –no sabe bien el porqué- le trae recuerdos de su abuelo; y el astronauta se enamora de Marte y la marciana porque sin saber tampoco por qué le recuerdan a su abuela. Y así, con enredos de celos terrícolas y marcianos, persecuciones policiales en busca de extramartícolas invasores, apresamientos y liberaciones, va transcurriendo el sainete “Villa y Marte” en que se convierte el “Madrid de Villa y Corte”.
La cuestión que comentaremos ya es conocida de otras representaciones emblemáticas de Ron Lalá, como Cervantina y En un lugar del Quijote, pero no por ello deja de sorprender y admirar; el elenco teatral de Ron Lalá no solamente interpreta e interpreta de manera excepcional, sino que hacen música en directo, cantan, bailan y mueven con acierto todos los resortes del espectáculo teatral, elaborando unos textos desbordantes de ingenio, sin exageraciones, ni mal gusto ni dramatismos fáciles, ni manidas críticas sociales o políticas, con cierto guiño al esperpento y un surrealismo desconcertante. Lo que se puede definir, en definitiva, como teatro inteligente, en el cual el humor y la ironía sirven de soporte y vehículo al mensaje dramático.
Nada más dar comienzo el espectáculo nos encontramos con la mejor reinvención del género chico, la brillantez de la evocación de los mejores pasajes de zarzuela, los pasodobles, las coplas y el chotis, dando calor y color al ambiente. El público, puesto en pie y en posición de baile, dará vueltas en su sitio compartiendo los pasos de un chotis, metido en el contexto de la situación teatral. Y apuntemos también los diálogos en verso, al mejor estilo del Siglo de Oro y los corrales de comedias.
Naturalmente, todo este espacio festivo no deja de reivindicar como propio y sin complejos nuestro pasado histórico antiguo y reciente como españoles; no deja de descubrirnos la irracional condición humana y su espíritu de conquista, así como su incapacidad para escapar a la propia autodestrucción, ni deja de mirar al futuro construido con estos mimbres para abrirnos al vértigo de los agujeros negros de la incertidumbre. El cambio climático, la pérdida de nuestra identidad con el olvido de las tradiciones más castizas, el destino incierto de las sociedades, desfilan entre los temas de fondo del disparatado sainete. Pero siempre, en medio de todo y como en los mejores dramas de Calderón de la Barca, Tirso de Molina, Miguel de Cervantes o el genial W. Shakespeare, no dejaremos de encontrar el amor como una constante universal. El amor, ¡ay!, que es entrega, redención y esperanza por encima de las más estrechas circunstancias y vicisitudes. Y claro, visto lo visto, al amor nos acogemos. Que así sea.
A telón bajado, igual que comenzó, y con propina de canciones por parte de Ron Lalá, termina el espectáculo. El respetable público corresponde con aplausos puesto en pie. Y hasta la próxima.
González Alonso
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