Bernice, de Susan Glaspell
Teatro Español (Madrid)
24 de noviembre de 2024
Dirección: Paula Paz
Traducción: Ignacio García May
Intérpretes: Esperanza Elipe; Rebeca Hernando; Javier Lago; Jesús Noguero; Eva Rufo
La tarde de otoño se cuela en Madrid por la Puerta de Toledo, y nosotros con ella, hasta el hotel Porcel Ganivet, a escasos ochocientos metros de la Plaza Mayor. Es un domingo animado que anuncia la proximidad de la Navidad con unas tímidas gotas de lluvia y una temperatura que no llega a sentirse fría.
Aprovechando la oportunidad, decidimos probar suerte con una de las muchas obras de teatro en cartelera. En el Teatro Español, Valle Inclán y sus “Luces de bohemia”. Aforo completo. Pero en la sala pequeña del Español, la Margarita Xirgu, conseguiremos las últimas entradas para la obra «Bernice», de Susana Glaspell, y allá nos dirigimos.

Mientras llega la hora de la representación, nos daremos un paseo hasta la Plaza Mayor y su entorno. Empezaba a anochecer y las luces que adornan locales, calles y plazas, difuminaban las primeras sombras con sus colores alegres creando una atmósfera cálida y amable en el ambiente de la ciudad. Podíamos muy bien estar en cualquier lugar del mundo con su bullicio de terrazas, plazuelas y calles peatonales, ciudades como Dublín, Praga o Varsovia. Y es que tal vez Madrid sea un poco de todo.
El tiempo ha transcurrido desde mis primeras experiencias madrileñas de los años de la mili. Reconozco que Madrid ha cambiado en muchos aspectos, sobre todo con la afluencia de turistas que imponen su presencia curiosa y consumista. Pero, aun así, todavía puedo advertir la esencia de su identidad.

Desde la Plaza Mayor y las escalinatas de la puerta de Luís Candelas, hasta el Teatro Real y la Puerta del Sol por la calle Arenal, todo es bullicioso paseo; luego la calle Carretas para seguir los quiebros de las calles y plazas, pasando por la del Ángel y llegando hasta la de Santa Ana. Allí, bien iluminado, el Teatro Español.
La obra de Susan Glaspell nos espera con su mejor atributo, la de ser un drama puro y desnudo de distracciones. Con “Bernice” la muerte trae consigo su ajuste de cuentas. Y es que, como nos descubre la dramaturga estadounidense, cuando todos creemos conocer a todos, se nos revela el tremendo error en que vivimos y acabamos por aceptar que ni siquiera llegamos a conocernos a nosotros mismos, descubriendo zonas oscuras y verdades sostenidas con mentiras. Llegado el momento, los conflictos arrastrados durante toda una vida parecen exigir una solución, y la búsqueda de respuestas ya no pueden buscarse en la persona que no está. Pero, aun así, la voz de los muertos nos alcanza a través de nuestro propio desasosiego poniéndonos ante el espejo con los ojos bien abiertos.
Susan Glaspell maneja con acierto la introspección a la que somete a sus personajes en la búsqueda de la verdad, denunciando la prepotencia masculina y los roles femeninos de principios de siglo XX con un tratamiento realista y simbolista de la sociedad en la que viven sus protagonistas y los vínculos desarrollados que los unen. Descubrimos las limitaciones del hombre para amar y ser amado en condiciones de igualdad. La exigencia de sentirse fuerte y dominador será su peor enemigo y el pasaporte para la infelicidad.
En el personaje de Margaret se debate el alto nivel de autoexigencia con el dictado del deber desde un sentido de la justicia muy estricto y sufrirá imaginando un último desapego de Bernice, su mejor amiga, tras su muerte. Cuando creía saberlo todo acerca de ella, la posibilidad de que realmente Bernice se hubiera suicidado hace tambalear sus convicciones. Pero cuando sabe que no ha sido así también es consciente de que algo se le escapa sobre la personalidad de su amiga. Y es que, a la hora de morir, Bernice le hace prometer a Abbie, su criada, que la vio nacer y la cuidó como a una hija, que le diría a su marido que se había suicidado. Con ello pretendió –y logró- hacerle creer que lo amaba y le pertenecía por completo, disipando la duda que le acompañó y atormentó durante todo su matrimonio mientras se entregaba a otras mujeres sobre las que sí se sentía poderoso. Margaret, convencida como estaba de que no había sido así y que Bernice apenas podía soportar a su marido, estaba dispuesta a desengañarlo sobre el suicidio para ser coherente con sus convicciones y honesta consigo misma, pero acaba por comprender el alcance del acto de su amiga con este último regalo a su marido. De igual modo y a través de una confesión del padre de Bernice, Margaret se tranquiliza al saber que su nombre fue lo último que pronunció en el último minuto.
Tenemos en este drama a un padre desconcertado en su vejez y apartado del mundo con la insoportable carga de los conflictos armados en la I Guerra Mundial, estudiando sánscrito; un marido incapaz de entender las relaciones con las mujeres fuera de la primitiva prepotencia y la dominación; una amiga que despreciaba al marido de Bernice decidida a no enmascarar la realidad; una cuñada con sentido práctico, controladora y de moral estricta, y a una criada fiel que hará de puente entre la difunta y todos lo demás. Y al final, resulta que la gran protagonista de este drama no aparecerá nunca, como Dulcinea jamás apareció en el Quijote, pero nos llegará su imagen con total nitidez junto con todas las circunstancias de su vida, aquellas que fueron la razón de ser de la vida de quienes la rodearon y a las que sirvió con generosidad y amor iluminándolas e inspirándolas. El amor y la muerte se extienden como un velo por las almas y los conflictos personales y sociales con un irrenunciable anhelo de libertad. Nadie escapa a esa realidad que nos descubre Susan Glaspell.
Si la temática de esta pieza teatral nos sorprende, no lo hace menos la manera de tratarla formalmente. Un teatro de texto, sin alardes de recursos, en el que los tiempos de la acción dramática se deslizan como notas por un pentagrama que los actores y actrices del cuerpo escénico interpretaron con indudable acierto bajo la dirección de Paula Paz.
Tarde y noche de domingo en un Madrid capaz de llenar sus salas de teatro. Y eso es lo que cuenta. Las terrazas siguen animadas y la gente sigue el paseo de su vida, sus sueños, dramas, mentiras, verdades, errores y aciertos de donde saldrán otras obras de teatro, si tienen suerte y encuentran a su autor.
González Alonso