Maribel y la extraña familia
Miguel Mihura
Teatro Barakaldo, 29 de noviembre de 2014
Dirección: Gerardo Vera
Intérpretes: Lucía Quintana, Markos Marín, Ana María Vidal. Sonsoles Benedicto, Natalia Hernández, Lidia Otón, Camila Viyuela, Eugenio Villota y la colaboración de Carlota Gaviño.
La tarde de teatro con Maribel y la extraña familia encima de las tablas, la viví con la admiración puesta en el intento del texto y la actuación del cuadro de intérpretes, de superar el pesimismo y desencanto social con una irónica apuesta a favor de la persona y los sentimientos, dejando al margen y a un lado o despreciando los prejuicios sobre la profesión o el trabajo, la riqueza personal o lo que cada uno tenga que ser para sobrevivir. La naturalidad y bondad de los personajes, perfectamente diseñados por Miguel Mihura, a los que dota de una humanidad esperanzadora, acerca a lo poético esta comedia costumbrista de mediados del siglo XX.
El autor de Tres sombreros de copa ya apunta en 1932 a la renovación del teatro aproximándose a lo que sería el verdadero teatro del absurdo de las décadas siguientes, y junto a Jardiel Poncela será el dramaturgo de más peso y solvencia de la posguerra española.
Maribel y la extraña familia se estrenará en 1959, el mismo año que Miguel Mihura recibe el Premio Nacional de Teatro. El argumento es sencillo. Una joven prostituta de barra americana y un joven empresario de provincia, tímido y apocado, entablan relación en un club de alterne. El joven se enamora y trae a la mujer a la casa de su madre y su tía en Madrid. Las ancianas la acogen con alegría y hacen todos los esfuerzos posibles para que se quede y se case con el joven. La muchacha no encuentra el momento y el modo de explicarles cuál es su profesión. Cuando la ocasión aparece, ni el joven ni las ancianas quieren saberlo, aceptando a la persona que tienen delante y una pequeña biografía, simple e inocente, que hacen de la joven. Seguirán los enredos en los que se verán envueltas las prostitutas amigas de la protagonista, los temores de todas y la extrañeza de pretenderla por esposa junto a otras circunstancias que provocarán escenas cómicas. Pero el amor acabará triunfando para derribar las barreras de los prejuicios sociales.
La obra de Miguel Mihura a la que nos estamos refiriendo nos recuerda a otra del mismo autor, también de éxito y llevada al cine, titulada Ninette y un señor de Murcia. En esta segunda comedia, también de corte costumbrista, el autor enfrentará a las dos Españas, la del bando republicano derrotado en la guerra civil del 36 y exiliado, y la del bando conservador católico y tradicional, que había resultado victorioso. El uno cargado de ideales, ideología, progresista y culto en las estrecheces económicas en las que vivían en el país de asilo, en este caso, Francia; el otro, acomodado, pequeño-burgués, raquítico, inmerso en una rancia moral católica asfixiante, inculto y sumamente aburrido. La reconciliación vendrá servida de la mano del amor y con ella la mejora de sus vidas en todos los aspectos, haciéndose más pragmáticos los unos en un nivel de vida más confortable, y más liberales, alegres y cultos los otros.
Miguel Mihura, que durante la guerra civil y escapando de la situación del Madrid republicano en el que los señoritos –y Miguel lo era- no tenían acomodo fácil, busca refugio en San Sebastián, donde será enterrado a su muerte en 1977. Se apuntó a la Falange, cosa que de grado o por fuerza tantos otros tuvieron que hacer intentando garantizar su seguridad, aunque el carné de falangista no significó un cambio en su manera de pensar o escribir, aparte de algunas publicaciones propagandísticas, el precio mínimo exigido por la dictadura franquista para hacerse un hueco entre los vencedores.
En San Sebastián creará la revista humorística La Codorniz (1941). Más adelante participará con Berlanga y Bardem en el guion de la película Bienvenido Míster Marshall y constituirá un revulsivo cultural con innumerables artículos y la publicación de obras de teatro en las que la comicidad y la complicidad con el espectador serán herramientas de una crítica que hace de ellas piezas y testimonio imprescindibles en la explicación de la historia de una España enfrentada a su necesidad y deseo de progresar y medrar, tanto material y económicamente, como espiritual, cultural y políticamente en el terreno de las libertades democráticas.
Pero, muy por encima del valor testimonial de una época, el teatro de Miguel Mihura se alza con valores universales que hacen de sus obras algo vivo para las generaciones venideras, como son su vehemente apuesta por la bondad natural, los sentimientos, el afecto y la libertad humana por encima del materialismo egoista, la ambición, los abusos del poder, los prejuicios y el pesimismo. Es su teatro, sin duda alguna, una apuesta por la felicidad, y lo es sin acritud y con una sonrisa en la boca. Por eso, es de aplaudir.
González Alonso
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