Las que limpian
Areta Bolado; Noelia Castro; Ailén Kendelman
Compañía A Panadería
Intérpretes: Areta Bolado; Noelia Castro; Ailén Kendelman
Teatro Barakaldo, 11 de marzo de 2023
Si te has levantado alegre y combativo y tienes el día con ganas de ajustar cuentas vete al teatro y disfruta de la representación. A mí me pilló esta obra con todos los telediarios vistos y saturado de tanto ruido, así que hubiera debido quedarme en casa. Me explicaré. Hablemos –hablamos- de la explotación y precariedad laboral; hablemos de la corrupción, de empresarios poderosos y políticos, presidentes de gobierno de partidos con cajas de contabilidad A, B, C y D o Z perfectamente identificables como los nefastos presidentes de la derecha española, rancia y catastrofista que –además de la más impúdica exhibición de corrupción generalizada- llevaron a España al borde de la fractura en sus enfrentamientos con la no menos cerril y caciquil derecha, irónicamente autodenominada izquierda nacionalista e independentista catalana. A las hemerotecas me remito.
Todo lo anteriormente mencionado situémoslo, por ejemplo, en tierras gallegas y en una idílica y preciosa isla de las Rías Bajas fácilmente identificable como La Toja, donde antes sólo pastaban unas ovejas y un burro que la descubrió al mundo curándose de una enfermedad mortal al beber sus aguas salutíferas y milagrosas. Con este magnífico reclamo vendrán los hoteles con sus dueños y los puestos de trabajo, entre ellos los de las mujeres que limpian y preparan las habitaciones. Y, por descontado, los clientes. De paso, aprovechando la oportunidad y olvidando o apartando a un lado el tema reivindicativo de la paridad, igual número de mujeres que de hombres e igual salario, se plantea la ausencia de hombres en las tareas de limpieza como indicio o prueba de machismo. Claro, es el mismo problema que tenemos en sectores como los de la atención en las residencias de ancianos (o tercera edad, en plan eufemístico para no llamar a las cosas por su nombre), la asistencia sanitaria y la medicina (sobre todo en la atención primaria), la Enseñanza o los supermercados, sectores feminizados a los que tienen menos acceso los hombres. Y ya puestos a generalizar, ¿por qué no meter el dedo en la situación familiar y del hogar para pedir que los hombres limpien retretes y no meen fuera de ellos? Entre otros palos también tocados, la desviación de fondos públicos, las ventajas fiscales de los empresarios o las cuentas en los bancos suizos, aparecerá el de la ecología y la degradación del paisaje y los recursos naturales con la explotación de esos recursos de manera insostenible, justificando estas actuaciones con la riqueza generada con los puestos de trabajo creados y ocultando el verdadero destino de esa riqueza.
Con los argumentos precitados las escenas de esta pieza teatral se suceden solapándose unas a otras a base de golpes de efecto que, supuestamente graciosos, son reídos por el público o gran parte del mismo. A mí, sencillamente, ni me hicieron sonreír, aunque sí sufrir con vergüenza ajena muchos de los gestos mostrados. Vamos, que no era mi día de pancarta, consignas y reivindicaciones. No es fácil hacer humor con las cosas serias. Se puede y se debe, pero si no se sabe el resultado es patético.
Que eso, que no digo que no tengan razón en los hechos denunciados y sus alegatos estas actrices y dramaturgas en su trabajo colectivo. Que no puedo dejar de reconocer su buen hacer sobre las tablas y que no deje de parecerme importante la defensa de los derechos laborales de las mujeres que limpian, y los de las que no limpian y hacen ciencia, literatura, cine, música, filosofía o política; aunque no, lo de la política no, que las veo acomodadas a las malas prácticas en un indeseable ejercicio de ser iguales a los hombres. Salvo raras excepciones, como en casi todo. Y siguiendo, decir también que hay que reconocer la indudable función del teatro de mostrar, desde sus orígenes, los puntos débiles de la sociedad. Valga el ejemplo del griego Aristófanes y la obra Lisístrata (La asamblea de las mujeres). ¡Y qué decir de todo el Siglo de Oro y de todos los siglos que una vez fueron venideros!
Pero, mire usted, el humor y la ironía sin inteligencia no son nada; tal vez un exabrupto, un grito más o menos feroz para el feliz contento de acólitos. Poca cosa, al cabo. Y el teatro es más, mucho más para poder decir todo esto mejor.
Decía Cervantes, citando una sentencia de Plinio el Viejo, que “no hay libro tan malo que no tenga algo bueno” (El Quijote, II-3), la misma sentencia que había aparecido en “El lazarillo de Tormes” (1554) y que Óscar Wilde modificó en su concepto para decir que no hay libros malos, sino malos lectores. De igual manera podríamos decir del teatro; no hay obra tan mala que no tenga algo bueno y de la que no se aprenda algo, incluso los malos espectadores que ríen las gracias sin gracia, aplauden lo chabacano y no pasan del nivel de las series televisivas.
Como no podía ser de otro modo, y acorde con el curso general de la representación, la obra terminó con una sonora batucada.
González Alonso
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