Los botes espaciales de carburo

Antes de ser construido en La Pola de Gordón el ya desaparecido colegio Doctor Álvarez Miranda en el solar del edificio que, según creo,  había sido centro de enseñanzas medias durante la Segunda República y que mucho más tarde y hasta día de hoy acabaría reconvertido en Centro de Salud, se podía ver una fragua pegada al costado de la pared de la izquierda del inmueble de piedra y ladrillo raseado. Por la callejuela de la fragua o herrería se llegaba al río Bernesga, y en su orilla había un potro de madera con todos los artilugios para herrar a los animales. Toda la margen del río estaba comida de matorrales y chopos recrecidos que desafiaban a los guajes y ponían a prueba su espíritu aventurero intentando adentrarse por entre los ramajes y, aún, consiguiéndolo en gran parte.

El olor de la fragua, los fuelles y el ruido de los martillos golpeando el yunque todavía resuena con claridad en el recuerdo. Todo forma ya parte del paisaje infantil del pueblo animado de juegos que duraban días.

El caso es que, a orillas de aquella mítica y casi arruinada fragua, se amontonaba el carburo, esa sustancia blancuzca y pesada de olor ácido que formaba parte de los residuos de la actividad de la industria.

Los guajes nos acercábamos para hacernos con el carburo. A escondidas, porque nos lo tenían prohibido; aunque me consta que los mayores, bajo cuerda y con la complicidad del herrero y el pinche, lo conseguían con más facilidad.

El entretenimiento consistía en ir hasta las eras -otras veces hasta los montes de la Gretosa- con unos botes y el carburo. Hacíamos un agujero en la tierra, poníamos el carburo y le echábamos agua, taponando el hueco realizado en la tierra con uno de los botes al que habíamos hecho un orificio en la base. Luego venía lo más difícil. Se trataba de acercar una llama al bote para producir la explosión que lo lanzaba al aire.

No siempre salía como era de esperar y mucho menos a la primera; bien porque no se había formado suficiente gas o porque la operación de acercarle el fuego se demoraba demasiado. Y siempre había peligro de que te reventara el bote en las narices.

Que yo sepa, por fortuna, no hubo accidentes graves con los botes. Cuando se elevaban hacia el cielo tal vez nos imaginábamos ver transformarse nuestros botes en fantásticas naves espaciales como las que, años más tarde, alcanzarían la Luna. Mientras tanto, norteamericanos y soviéticos andaban enzarzados en la carrera espacial. Pero en La Pola de Gordón, en aquel pueblín de la montaña leonesa, nosotros, con la ayuda del carburo de la fragua, les llevábamos a todos mucha ventaja.

González Alonso

6 comentarios en “Los botes espaciales de carburo

  1. Julio cuánto tiempo sin tiempo para dejarte mi comentario, aunque te visito no puedo comentar todo lo que quisiera…entre unas cosas y otras…esto ya no es ni lo que fue hace tiempo, ni lo que fue hasta hace cuatro días…tiempos complicados los que están viviendo estas comarcas…muy complicados, Un placer leerte siempre y hoy poder comentarte, preciosos esos recuerdos de la niñez. Abrazotedecisivo

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    • Hola, Sara. Sí, el tiempo pasa, cambian los tiempos, se transforman, y la vida busca -como el agua- seguir su curso. Tal vez en el caso del concejo de Gordón esto sea llamativo y doloroso tras el final de una economía basada en el monocultivo del carbón, pero como en todo final no dejará de abrirse otra puerta a la esperanza porque recursos no faltan, sólo la voluntad, el esfuerzo y la decisión de poner en marcha sus posibilidades. Y creo que así será. Salud.

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    • Un placer, Isabel, compartir recuerdos que te resulten tan familiares y cercanos. Como diríamos en mi tierra, ye prestosu. León, que tuvo las ciudades astures más importantes en Lancia y Astorga (Astúrica Augusta) es tierra de una lengua común con el asturiano en su distintas variantes de pachuezu, tsacianegu, omañés, etc. y hasta en Portugal la variante del mirandés es lengua oficial y protegida. Pero no sólo las variantes lingüísticas nos hermanan, sino gran número de tradiciones y costumbres, la proximidad y que las gentes asturianas siempre son bien recibidas en las tierras leonesas. Un abrazo y salud.

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  2. Amigo Julio, mi estancia en Galicia también la estoy dedicando en gran parte al recuerdo: en mis paseos, muchas veces en solitario –este verano mis horarios y los de Magdalena son poco coincidentes-, vuelvo a aquellos lugares en los que jugábamos al escondite (“palloi”, en el argot de la zona) y otros juegos para los que necesitábamos espacio abierto o escondrijos en los que no era fácil encontrarnos.
    Muchos de estos juegos también resultaban peligrosos, pero casi nunca tomábamos parte las niñas: recoger en la playa las cañas de los cohetes de las fiestas, esperando que les quedase mecha a alguno. .. Y así ocurrió más de una vez, como cuando un vecino mío se quedó con un solo dedo en una mano –el índice- lo que no resultó obstáculo para llevar una vida normal y estudiar una carrera.
    Después de dos meses de intensa sequía, hoy ha amanecido con llovizna. Algo es algo. A ver si ayuda a extinguir de una vez los terribles incendios…
    Salud.

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    • Amiga Carmen, me alegra despertar en ti tantos recuerdos de una infancia llena de juegos y aventuras; la pena es que en ocasiones, como tú misma indicas, las cosas no acababan bien; tampoco para los adultos. Pero fueron, afortunadamente, casos aislados que no mermaron nada las ganas que sentíamos de explorar los límites.
      Es una pena que la lluvia se haya convertido en noticia; antes lo era el sol, que asomaba lo justo. Bueno, a ver si las meigas pueden hacer algo y nos traen el agua sin desbordamientos de ríos, el agua apacible y serena de la lluvia. Un abrazo septembrino. Salud.

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