Días de colegio
Fueron aquellos días en que -a veces- creíamos ser muy mayores, nos enamorábamos como burros y nos entraban aquellas tristezas adolescentes que se recreaban en las hojas muertas del otoño, aspirábamos el aire frío de las primeras nieves y cantábamos villancicos.
Días de colegio. De instituto Doctor Álvarez Miranda. Y el cuadro de profesores, tan jóvenes. Don Eugenio, Zulima, doña Ana… Porque unos llevaban, sin que supiéramos muy bien por qué, el don, y otros, no. Pero todos eran respetados y, en la mayoría de los casos, queridos. No recuerdo ningún mal comentario sobre ninguno de ellos. Don Domingo nos hablaba de la miel y las razones de gustarle o no, en lo que tenían que ser las clases de la Formación del Espíritu Nacional, aquella asignatura obligatoria del antiguo régimen; Zulima, que venía desde la Robla, se desparramaba en ecuaciones por los encerados, don Eugenio tiraba de pipa y de láminas de dibujo y nos preparaba decorados para la Navidad, y doña Ana… ¿Quién no estuvo enamorado de doña Ana a los catorce años? Pasaba a tu lado con aromas de manzana y una sonrisa de ángel. Te daban ganas de hacer algo mal, solamente para tener un pretexto y estar cerca de ella una vez más y recibir el consejo, la orientación, la corrección oportuna que trazaba con suavidad en alguna de las páginas de tu cuaderno y conservabas con rubor como un trofeo, creyendo leer más allá del trazo suave y armonioso de su letra.
Doña Ana, Ana me apetece llamarle ahora, era nuestra profesora de Literatura y la directora del Instituto. Lo suyo era la poesía. Me encantaba verla contar las sílabas de cada verso tamborileando con los dedos de su mano derecha sobre la mesa. Me encantaba todo, como a cualquier enamorado y además adolescente muchacho de La Pola. Pero me lo callaba. Como todos. Sólo admiración silenciosa, pasmo y cara de pánfilo ante Ana. Seguir leyendo ‘Días de colegio’
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