Teatro Campos.- Bilbao
Lo mejor del argumento de esta pieza teatral se puede encontrar en la desinhibición de la mujer a la hora de enfrentar sus necesidades de relación y sexuales, tomando la iniciativa y explorando todas sus posibilidades. El papel del hombre se reduce, ya que no a ser simple comparsa, a seguir las pautas marcadas por la mujer.
La dificultad o dificultades para mantener un tipo de relación sexual aséptica, desprovista de implicaciones afectivas (recuerda muy mucho a El último tango en París), harán acto de presencia cuando afloran los sentimientos y surge el enamoramiento. La pareja se encuentra ante el dilema de continuar, renunciando a esa explosión de afectividad que los embarga, o dejar que la relación evolucione hacia una forma de relación, digamos, convencional. Conscientes de que ya no pueden aparentar que nada les ha cambiado, enfrentan el compromiso de iniciar una vida juntos, pero el miedo a ese compromiso desde el convencimiento íntimo de que toda relación de pareja está abocada al fracaso les hace renunciar para vivir del recuerdo, embellecerlo y rememorarlo en las sesiones de psicoanálisis en las que se desenvuelve la acción. El psicoanalista, con voz en off, les irá guiando por todo el recorrido de su experiencia.
La obra teatral se basa en un guión de Philipe Blasband sobre el que se hizo la película Une liason pornographique (1999) de notable éxito en Francia. La puesta en escena en el renovado Teatro Campos de Bilbao no pasa de discreta, incluso aburrida. Las razones hay que buscarlas en la naturaleza del texto y el tratamiento de unos diálogos tan absolutamente previsibles como monótonos. Sólo salvan el resultado final, digno, la valiosa interpretación de Pastora Vega y Juan Ribó. Pero no basta. El trabajo de dirección de Manuel González Gil no arriesga nada, ni ofrece aristas nuevas, propuestas estéticas o de planteamiento conceptual al tema. La obra se desenvuelve con timidez a caballo de la comedia que invita más a la sonrisa que a la risa y el drama, pero sin ahondar en la fractura humana, abandonada al conformismo. No es una obra valiente. El tema está abordado desde la perspectiva y el pudor de una sociedad pequeño-burguesa. No escandaliza, aunque no sea requisito de una obra de teatro el escandalizar; pero tampoco remueve las conciencias e invita al conformismo, lo que -evidentemente- no amenaza para nada la vida de la pequeña burguesía, siendo complaciente con los hábitos morales establecidos.
La pulcritud de la interpretación, con sus aciertos en el uso de los recursos dramáticos, no consigue impedir un resultado global deficiente. El teatro, previsiblemente, se llenará en las sesiones de Bilbao, pero más debido al «tirón» de los actores que a la bondaz de la pieza teatral; lo que me lleva a la amarga reflexión de que el público elige los espectáculos por razones muchas veces ajenas al teatro. Cualquiera de las obras que esta temporada se han representado en el Teatro Barakaldo y de las que he dado cuenta en esta bitácora, han resultado ser insuperablemente mejores, pero en muchas ocasiones -salvo excepciones- no había más de media entrada. Esa es la realidad. Pero, puestos a hablar, también hay que tener en cuenta el precio del Teatro Campos para esta sesión, de 29 euros, contra las entradas del Teatro Barakaldo, entre 11 euros (para los Amigos del Teatro) y los 15 euros. Eso también cuenta.
Al menos, como consuelo, he de decir que la velada resultó agradable disfrutando de un Teatro Campos totalmente renovado, confortable y de una acústica muy buena, en el que se han respetado los elementos arquitectónicos originales. Construido en 1902, es de estilo art noveau. La fachada fue diseñada por Jean Baptiste Darroquy, con aplicaciones cerámicas de Daniel Zuloaga. La reconstrucción costó 26 millones de euros cofinanciados por el Ayuntamiento de Bilbao y la SGAE.
González Alonso
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