La batalla de los ausentes.- Eusebio Calonge

La batalla de los ausentes
Eusebio Calonge

Boceto_cartel_La_BatallaLA ZARANDA
Coproducción de La Zaranda, Teatre Romea de Barcelona y Teatro Inestable de Ninguna Parte
Actores.- Paco de La Zaranda; Gaspar Campuzano; Enrique Bustos
Dirección– Paco de La Zaranda

Teatro Barakaldo
15 de enero de 2022

Viendo éste y otros espectáculos de La Zaranda he tenido la sensación de, con la relativa perspectiva histórica, encontrarme en un nuevo Siglo de Oro del que darán cuenta dentro de varios cientos de años como ahora nosotros damos cuenta del pasado. Porque creo que ahora como entonces el lenguaje y la mirada del grupo andaluz de teatro no pone paños calientes en la herida y se elabora un mensaje crítico y audaz más allá, incluso, de sus propias intenciones.

A lo largo de la exposición de autos de las partes encontramos las acciones llevadas a cabo para ganar la batalla contra el olvido y conquistar la gloria de un lugar en la historia, incluso resistiendo más allá de la muerte para alcanzar un destino. Todos los combates serán la metáfora de la vida y sus derrotas en esta guerra.

escena-batalla-ausentes-Zaranda_1618348548_145164497_667x375Detrás de una bandera ajada y polvorienta, los protagonistas, salidos de sus tumbas, se debaten en un duelo por su propia razón de haber vivido, donde  caben las contradicciones, las actitudes encontradas y las traiciones, pero permaneciendo siempre juntos por la obligada necesidad de resistir a un enemigo que nunca aparecerá y que serán –al fin- ellos mismos.

El pesimismo campea como seña de identidad en el trabajo de La Zaranda, con una acritud que se hace más liviana tras la sonrisa de un humor crítico y una fina ironía natural de corte muy andaluz disuelta en el piélago del sentido trágico español. Todo va mal, hemos muerto para nada, nadie se acuerda de nosotros y se nos niega el pan y la sal de un lugar en la historia; pero seguimos luchando desde todas las trincheras por nuestra dignidad, la brecha por donde se cuela el tibio y tímido rayo de la esperanza. Sigue leyendo

El grito en el cielo.- La Zaranda

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El grito en el cielo

La Zaranda.- Teatro Inestable de Andalucía La Baja

Texto e Iluminación: Eusebio Calonge
Espacio escénico y Dirección: Paco de la Zaranda
Cuadro escénico: Celia Bermejo, Iosune Onraita, Gaspar Campuzano, Enrique Bustos y Francisco Sánchez

Teatro Barakaldo.- 24 de enero de 2015

La fórmula completa de La Zaranda para conseguir obras dramáticas de tanta calidad no la sabemos; apuntan, sin embargo, la capacidad de trabajo, el análisis riguroso de los recovecos de la sociedad, el sarcasmo, la consolidación de un elenco teatral de altísimo nivel y la puesta en escena de trabajos sólidos, emotivos y capaces de empujarnos a la reflexión.

El grito en el cielo, es una inmersión en el alma de la vejez, la soledad de los viejos recluídos en asilos llamados eufemísticamente residencias o geriátricos. La percepción que los ancianos tienen de su destino es el de estar apartados de la sociedad esperando la muerte, una espera en la que son atiborrados de medicamentos para todo y contra todo –menos contra la soledad y la implacable irreversibilidad de la naturaleza- que alargan su condena llenándoles de angustia, el propio miedo de su situación, alteraciones y pérdida de la memoria y otras sevicias de la edad, a lo que se suma el miedo a la institución de acogida, la organización médica y los familiares.

La toma de conciencia por parte de los ancianos de su situación, aun dentro de sus limitaciones, les lleva a confesar que realmente no temen la muerte, sino que los maten. Para ello, nada más absurdo que someterlos a programas físicos, pedagógicos, psicológicos y culturales dirigidos al mantenimiento de la forma física, la memoria, la ilusión y el bienestar. Resulta patético. Nada de cuanto se les ofrece y se les obliga a realizar sintoniza con sus necesidades, preocupaciones y capacidades. En cierto modo podría establecerse un paralelismo entre estos programas orientados a la vejez y los programas del sistema educativo destinados a la infancia y la formación de la juventud. Casi nada de lo ofrecido resulta ser significativo, ni para los viejos, ni para los niños. En un caso, hablaremos de fracaso escolar; en el otro, de fracaso de la vejez. Quizás alguien sugiera la idea del fracaso del sistema. Pero no hay que equivocarse; el sistema funciona bien para conseguir lo que  se espera de él: que ciertos tipos de población no molesten y se mantengan sumisos. Lo demás, suena a hipocresía.

La tarde de teatro se llena de la magia desbordante de una interpretación magnífica a la que arropan elementos tan esenciales y bien manejados como la iluminación, el movimiento escénico y la música, que en los acordes de Wagner se impone sobre la atmósfera creada, realzando cada escena y cada gesto de los actores para imprimir mayor dramatismo a la fuerza de la palabra. Cuando, en medio del caos, los ancianos deciden huir a través de los estrechos corredores que les llevan a los hornos crematorios, la poesía se apodera de los actos de estas personas decididas a conquistar su derecho a soñar y reconquistar su libertad. La escena final resulta ser extraordinaria. Han llegado a descubrir el agua de la fuente sobre la que se derraman las estrellas; alzados sobre sus jaulas terminan sus días mirando extasiados el cielo. Han llegado.

González Alonso

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El Régimen del Pienso.- La Zaranda- Teatro Inestable de Andalucía la Baja

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El Régimen del Pienso

La Zaranda
Teatro Inestable de Andalucía la Baja
Teatro Barakaldo (Bizkaia / Vizcaya)

Eusebio Calonge, que firma esta obra teatral en la que, como método de trabajo se sigue un riguroso proceso de creación en comunidad (según las propias declaraciones del grupo), vuelve a abordar el tema de las relaciones sociales y las estructuras económicas y de poder de las sociedades. Y lo hace desde un irrenunciable compromiso existencial y la fidelidad a sus raíces tradicionales (sic) De ahí el lenguaje rico en matices, abundante en sentencias, variado en formas de expresión, de unos personajes que nos hacen evocar la figura del filósofo cordobés Séneca, el cual pasó a la historia como el máximo representante del estoicismo romano, en una etapa tan turbulenta, amoral y antiética como lo fue la plena decadencia de la etapa imperial en que vivió; estoicismo y moralismo que, al final, lo llevaron a acabar con su propia vida (Wikipedia). Raíces andaluzas y una situación social que en España y los países de nuestro entorno guarda un grave paralelismo con la de aquel final del poderoso Imperio Romano.

La Zaranda bebe de numerosas fuentes culturales; va del romanticismo de Larra: Nuestro carácter se conserva tan intacto como nuestra ruina (Vuelva usted mañana;1833) al teatro del absurdo, en una eficaz depuración de textos y la plasmación de personajes límites(sic), y participa en todas sus obras de un pesimismo positivo, entendiendo por tal aquél que no nos paraliza, sino que sacude nuestro miedo e invita a la acción. La Zaranda presume de haber consolidado un lenguaje propio teatral, y es así. Cualquier trabajo de La Zaranda es perfectamente reconocible y diferenciable en el mundo escénico. Lenguaje propio que abarca la plasmación de recursos dramáticos como el uso simbólico de los objetos y la expresividad visual (sic).

A  medida que transcurría la representación me iba percatando de la profundidad poética del contenido de gran parte de los recitados. La obra, desarrollada como un canon, una rueda que gira una y otra vez sobre sí misma sin solución, avanza –no obstante- hacia un final caótico y esperpéntico, otra magnífica contribución al genio de Valle Inclán. Hay poesía en la muerte, en las autopsias, en la monotonía de la nada, ese trabajo infatigable de los burócratas. El mismo grupo de La Zaranda alude a esta característica cuando declaran que desarrollan una poética teatral alejada de formas estereotipadas o efímeras (sic). Así es y así resulta reconocible sobre el escenario desde el primer minuto de la representación. Culpable de ello es el elenco formado por Javier Semprúm, Gaspar Campuzano, Francisco Sánchez y Enrique Bustos. A ellos, añadir el texto y trabajo de iluminación de Eusebio Calonge y la dirección de Paco de la Zaranda.

La obra, El Régimen del Pienso, la resumen estupendamente bien en el programa de mano, del que entresaco:

Todo apunta al factor nutricional como causa de la epidemia. Unos sostienen que es el engorde rápido, el exceso de pienso; otros apuntan al mal reparto de éste. Las teorías veterinarias enfrentan, pero no frenan, el índice de mortandaz en las pocilgas. Se inicia una simulación medioambiental para clarificar las causas.

La industria porcina comienza a verse afectada; su personal eliminado según los índices de rendimiento. La lucha por el puesto de trabajo, con el único horizonte de un horario rutinario y vacío, sin más esperanza que la de una muerte indolora, hace que las vidas del cerdo y el hombre se crucen y se confundan.

A partir de aquí, animado lector, puedes imaginar toda una serie de situaciones, ires y venires sin sentido y la tragedia humana en una pérdida absoluta de la dignidad,  más allá de la muerte, cuya solución no es la peor perspectiva ante una vida que no pasa de ser un simulacro de la misma, en la que el único valor es el precio de las mercancías, y las únicas mercancías, las personas. Demoledor y desolador. Pero La Zaranda no se anda con zarandajas, si se me permite el juego de palabras.

Con su habitual despedida del público, sin salir de nuevo a recibir los aplausos más que merecidos; y los que reciben, amortiguados o tapados por una música estridente, La Zaranda nos deja con ganas de más de su teatro. Porque con grupos así el teatro se crece, y la vida, también.

González Alonso

Nadie lo quiere creer. La patria de los espectros (Eusebio Calonge).- La Zaranda

LA ZARANDA.-Nadie lo quiere creer. La patria de los espectros. (Eusebio Calonge)

Teatro Barakaldo (Vizcaya-Bizkaia) 5 de febrero de 2011

El grupo teatral andaluz La Zaranda, premio Nacional de Teatro 2010, tal y como sugiere desprenderse de su nombre, a modo de criba o cedazo agita sobre su superficie enmallada el grano para, separándolo de la paja, ofrecernos un trabajo excelente apoyado en un ritmo sostenido, sin concesión a los tiempos muertos, aunque suene a ironía, en esta obra poblada de espectros.

El argumento sobre el que escribió Eusebio Calonge esta impecable pieza teatral es sencillo: una señora en una vieja y decadente casa, que se reclama descendiente de ilustres ancestros que llegan a los reyes godos, vive acompañada por su criada y un sobrino lejano. La muerte próxima se hace omnipresente; los recuerdos y, con ellos, los sueños frustrados, la herencia, la ambición y la decadencia moral y física que se transcribe en las heridas llagadas que nunca curan y el dolor siempre presente de los miembros progresivamente amputados.

Sobre el argumento precitado, La Zaranda, con su estilo peculiar renunciando a recibir los aplausos del público que ellos parecen preferir dedicar a sus personajes, construyen un espectáculo que no deja de impresionarnos ni permanecer indiferentes. Para ello, como singularidad, utilizan el andaluz coloquial con naturalidad, frescura y grandes dosis de ironía en acertados y sugerentes juegos de palabras.

En palabras de los propios protagonistas de la obra teatral, su intención no es sólo emocionar, sino llegar al cerebro, a la conciencia. Hacer que el espectador reflexione y se mire al espejo (sic). Y, en mi opinión, lo consiguen de forma muy eficaz con una representación que transita tanto por los brumosos ambientes del esperpento más puro y valleinclanesco, como por la ambigüedad y las incógnitas existencialistas del teatro del absurdo de Ionesco a Samuel Beckett. Los elementos románticos en la recreación de la muerte se resuelven en clave de humor. No dejan de hacernos reflexionar y sentir, sin que tengamos que abandonar la sonrisa o la carcajada, a veces. Así, con inefable maestría nos trasladarán del mundo real a la historia de una España del sainete y el esperpento (sic) Los espectros que se desplazan por el escenario y encarnan los miedos y fracasos, la vida ya a la orilla de la muerte con la rememoración de un pasado más deseado por imaginado que real, sabiéndose definitivamente abandonados a la suerte de un final de su tiempo, insisten en varias ocasiones en la sensación de realismo de su precaria y desesperada existencia, elevándola a la categoría de arte. Se multiplican las referencias al final para el que se prepara la protagonista ensayando su propio entierro y escuchando los discursos escritos para la ocasión. Soñaba con morir y murió soñando o para los muertos no se hace ya nada que dure para toda la vida, forman parte de las frases que se retuercen sobre los pensamientos y los miedos ante la realidad inapelable de un final seguro al que acompañan todos los fantasmas del pasado.

No estoy seguro de que la representación trate sólo sobre el pesimismo o sólo sobre el realismo. Tal vez todo ello forme parte del mismo mensaje de la obra, porque cuando parece que después de la muerte todo cambiará para los vivos que organizarán sus vidas con los despojos de la herencia y que amanecerá un tiempo distinto, nos damos cuenta de que no es así; los vivos decidirán disecar a la muerta, para lo que se ponen diligentemente a la faena, y fingir que sigue viva. Fingir, en definitiva, que ellos mismos siguen vivos. ¿Dónde está, entonces, la raya entre la vida y la muerte? ¿Hasta dónde hunde sus raíces la vida en la muerte y la muerte en la vida?

Voy a pensar que éstas y otras preguntas son las que, tanto Eusebio Calonge como los tres actores que dan vida a los personajes de la obra, persiguen que nos hagamos para iniciar el recorrido de una reflexión tan inquietante como enriquecedora. Dirigidos por Paco de La Zaranda, el trabajo sobre las tablas de Gaspar Campuzano, Francisco Sánchez y Enrique Bustos, es de una profesionalidad y calidad artística dignas de todo elogio; se trata de los mismos tres actores que dieron vida a la obra Futuros difuntos también comentada en este espacio de Lucernarios.

¿Qué más cabe decir? Pues que será un placer esperar para disfrutar del futuro trabajo del grupo gaditano La Zaranda, en el convencimiento de que no nos defraudará. Eso, y animar a quien tenga la oportunidad de ver el espectáculo para que saque su entrada y lo haga; o que si alguien, dentro de esta inmensa red,  la ha visto y quiera hacer su crítica aportando su visión personal sobre la misma, que también lo haga. A fin de cuentas, la opinión de una persona, cuenta; pero cuentan más las de muchas más personas. Lo dicho, y salud.

González Alonso

Futuros difuntos.(Eusebio Calonge) Compañía La Zaranda.

Futuros difuntos.-La Zaranda

He podido leer numerosos comentarios y críticas sobre esta magnífica pieza teatral; todas han tocado aspectos reseñables de manera inteligente, pero todas han pasado por alto lo más obvio y a la vez sustancial, lo medular de la obra, que es, a mi entender, cómo este trabajo nos mete de bruces en el espinoso asunto de la organización de las relaciones humanas en las sociedades  y en todo aquello que  hace posible y tolerable la convivencia: cómo se articula el poder y quién manda. Ese es el tema y el drama.

Hablar de poder y de mandar puede puerilmente remitirnos a ideas sobre la naturaleza del autoritarismo, de las dictaduras o las autocracias. Nada de eso. Cualquier sociedad moderna, democrática, liberal, progresista, capitalista o comunista, está asentada en una organización del poder y la delegación -de grado o por fuerza- de la autoridad en algunos individuos, ciudadanos y partidos políticos que organizarán la convivencia, mandando. Hasta la más utópica sociedad libertaria no podría serlo sin este requisito para que verdaderamente sea la Anarquía la máxima expresión del orden, como expresó Eliseo Reclús. Incluso para el orden, reclamará Proudhon la máxima dignidad e importancia al afirmar que  la libertad no es la hija, sino la madre del orden. Conviene, al efecto, no juzgar de forma maniquea estos conceptos de orden, libertad, mandar y poder.

El texto de Eusebio Calonge nos remite a un país en el que hasta ese momento la convivencia estaba organizada por un dictador que ejercía una autoridad sin escrúpulos y en el  vacío de poder que sobreviene tras su muerte. El mundo de los locos y el manicomio como institución serán los materiales con los que construir este discurso áspero sobre el poder. Tal vez por la plasticidad que brindan, el dramatismo consecuente a la duda que sobre lo verdadero y lo falso representa la conciencia del loco; también porque tememos la palabra del loco, de quien se asegura que dice la verdad desnuda de lo que ve, liberado de las trabas racionales y el temor a las consecuencias por lo que dice, de las que no pueden escapar los cuerdos, o porque -sea como sea- vivimos al dictado de las opiniones que se nos imponen desde los medios del poder constituido: gobiernos, partidos políticos, organizaciones no gubernamentales, radio, televisión, prensa, la red o internet, etc. Parece que pensamos y opinamos, pero no deja de ser algo ilusorio, de tal modo que podemos reconocernos sin demasiados ascos en un verdadero mundo de locos en el que vamos haciendo lo que se nos va dictando.

Ocurre, no obstante, que si en una sociedad, un país, el gobierno del mismo duda de que manda, entre los mandados se extenderá inexorablemente la incertidumbre  de que realmente mande, y se abrirá una brecha en la confianza, creciendo la duda sobre las opiniones de quienes mandan y su validez o necesidad de aceptarlas.

Tengamos en cuenta  que mandar es, sobre todo, sustentar una opinión y cargar o poner en manos de alguien algo que hacer (1) Se trata, siguiendo a Ortega y Gasset, de disponer de un sistema de opiniones, ideas, preferencias, opiniones y propósitos, desde los que mandar.

En la obra Futuros Difuntos se produce la desaparición del director de la institución. En el manicomio no hay nadie que mande (2) y ocurre lo que también Ortega y Gasset describe que ocurriría en cualquier escuela de la que desaparece el maestro; los alumnos, viéndose y sintiéndose libres de nadie que les mande, se expresarán a su gusto, dejarán sus trabajos, se entregarán -en fin- a la cabriola, que es -justamente- lo que les ocurre en un primer momento a los locos de la obra de E. Calonge. Pero pasado un tiempo, sin nada que hacer, surgirá el aburrimiento, el vacío, el desconcierto, y ya nada funcionará. Los locos desempolvarán sus antiguos trajes, rememorarán sus historias más antiguas, se preguntarán quién les va a dar de comer, quién les va a dirigir, incluso acariciarán la idea de ser dueños de su propio destino, y cuando se entregan a ello, volverán a repetir los mismos errores, erigirán tiranos, harán revoluciones, pasarán por la guillotina a otros autócratas, intentarán democracias y ensayarán guerras que finalmente les conducirán a la autodestrucción y la muerte en la lucha por el poder.

El pesimismo de esta obra no es más que un grito desgarrador llamando a la conciencia colectiva a estar alerta sobre lo que significa el poder, la libertad y la organización en libertad de ese poder. Resulta clara y dramáticamente reconocible la historia de España en todo el discurso teatral, con un manejo de la ironía que roza el sarcasmo en ocasiones, con una interpretación desgarradora, esperpéntica al más puro estilo de Valle Inclán, en ocasiones instalada en el teatro del absurdo o sin salir de sus espacios, según se mire. Pero si la realidad española ha servido y hecho los mimbres de la creación literaria, su mensaje no deja de ser universal -de ahí la grandeza de este texto- y cualquier pueblo, nación o país, puede reconocerse en él y aprender de él.

Cómo no mencionar, sería imperdonable, el trabajo de los tres actores que recrean este mundo de locos visto con tanta lucidez desde la obra teatral de Eusebio Calonge. Estos actores,  Gaspar Campuzano, Francisco Sánchez y Enrique Bustos, son merecedores de todo el reconocimiento y los aplausos a los que renunciaron en la representación del Teatro Barakaldo (Vizcaya) el pasado día 9, dejándonos ir, abandonar la sala, con unas lúgubres campanadas de fondo. Genial. Creo que hay trabajos a los que engrandece la interpretación. Este es el caso de la puesta en escena por el grupo teatral La Zaranda (Cádiz). En una entrega total, sin dejar decaer ni un instante el ritmo, atrapan al espectador, lo zarandean y sacuden y lo ponen frente a cada situación y cada encrucijada, ayudándonos a encontrar la clave y la solución a la desolación de la muerte y la destrucción, que es ayudarnos a encontrar una opinión propia sobre la que sustentar nuestra cabeza y el funcionamiento de la maquinaria de nuestra sociedad. O de lo contrario, sí seremos los futuros difuntos.

González Alonso

(1) Mandar es dar quehacer a las gentes, meterlas en su destino, en su quicio: impedir su extravagancia, la cual suele ser vagancia, vida vacía, desolación
(2) El que manda es, sin remisión, cargante [  ] Tal vez cansados de tanto cargarles y que les encarguen, pueden las gentes sentir como una fiesta la ausencia de que manda. Pero la fiesta dura poco y pronto las mismas gentes sentirán su vida en pura disponibilidad, de tal modo que -como ocurre desde hace mucho tiempo con la juventud- de puro sentirse libres, exentos de trabas, se sienten vacíos, porque vivir es tener que hacer algo determinado, es cumplir un encargo, y en la medida en que eludamos poner a algo nuestra existencia, evacuamos nuestra vida.
(Ortega y Gasset: La rebelión de las masas)