Peces pequeños. Agua de agosto
clara.
El sendero de un año y otro año
en nuestras sandalias desgastadas
que llegan al borde del arroyo
y se paran.
Y miramos los peces en el agua.
Te dije –somos los pequeños,
los más pequeños de todos esos
peces-. Y nos besamos.
Vamos cada año y nos asomamos temerosos
para ver si estamos todavía
o se nos han comido los más grandes
de aquellos peces.
Es el mismo sendero en el agua clara
de agosto,
la misma sombra
de los altos chopos;
pero sólo he llegado yo con mis sandalias desgastadas
al borde de sus espejos
de verano.
Peces pequeños. Podíamos reír, tirar una piedra
y asustarlos,
besarnos
y sentir la verde hierba herida en nuestros juegos,
cuerpo a cuerpo,
peces pequeños, besos, hierba fresca
en los prados.
Ahora sólo un pez pequeño
nada en las ondas de la soledad del agua
en el claro verano.
Y me he parado a contemplar su tristeza;
su tristeza y la verde hierba
fresca
y el próximo año tal vez
agua de agosto
clara,
peces pequeños.
González Alonso
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