IV FESTIVAL EL ARGAR MUSICAL 2025
ANTAS (Almería)
2 de agosto de 2025
Sólo hay arte; ni grande, ni pequeño. Y el lugar del arte es cualquier lugar donde se reúna un grupo de personas para crearlo o para disfrutarlo. Por eso no hay por qué sorprenderse de la noche de Antas en un suave día de estío con luna y en el espacio al aire libre de lo que fue, hace bastantes años, cine de verano, o el cine de la Paca, según muchos de los que pudieron recrearse con las películas del momento, el paquete de pipas o las patatas fritas. Este es el lugar del concierto donde se armó un bello escenario con el fondo del muro blanco de lo que fue pantalla de cine en sus mejores días. Dos palmeras, una adelfa grandiosa y un árbol de frondosa copa cierran los laterales de de un marco bien iluminado con tonos suaves rojizos. El piano de cola blanco aparece abierto con todas sus teclas esperando los dedos de las manos virtuosas del maestro Miquel Quiroga; sobre el escenario, también se extienden dos atriles y se elevan dos micrófonos a los que acercarán sus voces las cantantes Patricia Calvache y Ana Häsler –organizadora del evento- , soprano y mezzosoprano, respectivamente.
Todo está dispuesto. Las personas colaboradoras del acontecimiento van y vienen trajinando los últimos detalles mientras el respetable, puntual, hace su entrada al espacio del recital. Un programa ágil y variado, con guiños a la cultura andaluza y argárica y temas de proyección universal. También la zarzuela. Empezamos con dos temas de Richard Strauss mano a mano entre las dos intérpretes. Seguirá el concierto con “Tu pupila azul”, de Joaquín Turina, en la voz joven, afinada y versátil de Patricia Calvache y, seguido, la réplica de Ana Häsler con la composición de Antonio García Abril de la Elegía a la pérdida de la Alhambra de Canciones del jardín secreto, un canto en árabe, triste y doloroso, en el cual Boabdil, último rey musulmán del reino de Granada, llora el quebranto del enclave mágico de la Alhambra y sus jardines. El pianista y compositor Miquel Ortega entrará en el juego interpretativo sonoro del concierto para regalar a la noche el tema En la Alhambra del maestro Isaac Albéniz. Sigue leyendo

El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
Avellaneda utilizó y desarrolló a lo largo de su obra. Otro aspecto interesante de esta edición es la profusión de notas y datos que permiten aventurar con garantía la identidad del autor que se esconde tras Alonso Fernández de Avellaneda. Partiendo de la imposibilidad a día de hoy de una demostración categórica, yo no tengo escrúpulos en dar por descartada y por cierta la autoría de Lope de Vega. No sólo las circunstancias conocidas de las difíciles relaciones entre éste y Miguel de Cervantes, sino todas y cada una de las pistas dejadas por Avellaneda, referencias, estilo, fraseo, citas y lo escrito en el prólogo con las alusiones al Santo Oficio del que formaba parte, además de los elogiosos párrafos dedicados sin pudor al teatro de Lope de Vega, nos inclina a pensar que así fue.


Bernice, de Susan Glaspell

En el personaje de Margaret se debate el alto nivel de autoexigencia con el dictado del deber desde un sentido de la justicia muy estricto y sufrirá imaginando un último desapego de Bernice, su mejor amiga, tras su muerte. Cuando creía saberlo todo acerca de ella, la posibilidad de que realmente Bernice se hubiera suicidado hace tambalear sus convicciones. Pero cuando sabe que no ha sido así también es consciente de que algo se le escapa sobre la personalidad de su amiga. Y es que, a la hora de morir, Bernice le hace prometer a Abbie, su criada, que la vio nacer y la cuidó como a una hija, que le diría a su
Niebla
Luis Mateo Díez, por boca del personaje Ovidio Ponce de Lesco y Villafañe, abre el capítulo 31 con una frase desoladora: “Celama es el espejo no del esplendor del cielo sino de su ruina”. Una metáfora de la misma vida y destino de sus habitantes sustentada en la tierra. El médico Ponce de Lesco ve su vida “no como el espejo de todo lo bueno que ambicioné, sino de la desgracia y la ruina de lo que de veras soy”, y en el fracaso de la persona se encuentra el de la tierra, “buena –añade- para que a uno no le hiriese el esplendor con sus falsos brillos y para compartir la caída de lo que en la vida se acumula como peso de la desgracia”.
Tal vez resulte inquietante esta lectura transida de poesía luminosa que Luis Mateo Díez se sintió empujado a escribir, pero acercarse al dolor de manera tan honesta tiene esos riesgos; así, cuando acabamos su lectura, sabemos que hemos dado comienzo a otra más larga y desconocida, ya no sabremos qué futuro hay y nos sentimos bastante desorientados en un presente al que se le ha secuestrado su pasado. Quizás, como al médico de Celama, no nos quede más remedio que buscar en el alma de los muertos y la desoladora llanura aplastada por esta verdadera ruina del cielo. Pero morir, como en Celama, se muere solo.

Sobresalen algunos de los aludidos personajes, tanto oriundos como foráneos. Entre estos últimos cabe destacar la inteligencia, actuación e influencia de Dominique Aubier en Carboneras. Esta joven, atractiva y bella judía, que se enfrascó en la interpretación del Quijote a la luz del Zohár de Moisés de León y las lecturas talmúdicas, se instalará en un viejo y quijotesco molino de viento próximo a la playa y atrajo al pueblo a un nutrido grupo de judíos, mayormente israelitas, entre los que se contaban filósofos, artistas y arquitectos como André Bloch, que construirá la original Casa del Laberinto. 