Eran con su luz vestidas
musgo de la mañana,
cuando pasan por delante de tu puerta
y se detienen, miran.
Eran del alba
picos abiertos de pájaros a la claror del día,
olas de brumas rasgadas
en los faedos, otoño en abesales de sueños
como sangre sujeta a las raíces
de los miedos. Ay, qué quietud y qué frío
por los hombros; qué sombras
por lo oscuro de los ojos, brocales
de pozos de oscurecidas aguas.
Eran del alba como del labio el beso
y una flor encarnada.
Vienen en sones de campanillas, titilando
en plata de cruces y de ramas;
así vienen con su canción ya muerta por la boca
y los espejos de la madrugada. Eran
del alba
las calles de León desiertas, silenciosas
las pisadas, aire en escarcha en las márgenes
del río. Del alba eran,
enamoradas.
González Alonso
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