Archivo de 1 de noviembre de 2015

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El triángulo azul

El triángulo azul
Centro Dramático Nacional y Micomicón Teatro
Texto: Laila Ripoll y Mariano Llorente
Dirección: Laila Ripoll

Actores: Manuel Agredano, Elisabet Altube, Marcos León, Mariano Llorente, Antonio Sarrió, José Luís Patiño, Raúl Pulido

Teatro Barakaldo, 31 de octubre de 2015

Lo importante, lo trágico de asomarse a obras con temas como la de El triángulo azul, es constatar lo devastador de las guerras y la ciega crueldad de quienes las empujan, jalean y se enriquecen con la miseria a la que arrojan a millones de personas desposeídas de la dignidad humana y entregadas sus vidas a la arbitrariedad de la violencia y sus verdugos. No aprendemos.

Desde las primeras escenas de El triángulo azul, no pude dejar de pensar –entre todas las tristes noticias diarias- en la suerte de España y el designio de los españoles; sobre todo hoy día, cuando los nacionalismos llamados periféricos vapulean la Historia, se cargan de victimismo, manipulan los sentimientos de los ciudadanos, mienten mientras roban y saquean las arcas públicas y, paradójicamente, arrastran a las masas hacia un odio cada vez mayor a lo español y España. Unos, levantan banderas contra la nación española y piden votos, desafían las leyes y forjan golpes de Estado contra la democracia. Otros, en nombre de la convivencia, exigen silencio y se niegan a cerrar las heridas de la represión y los asesinatos del franquismo, encarcelan a los jueces que pretenden abrir las fosas comunes para recuperar la memoria y la dignidad de los españoles a los que se les arrebató de manera tan cobarde como miserable. Todos parecen ignorar a todos y nadie, con sentido común, quiere mirarse en el espejo de la Historia, deformando las imágenes de manera grotesca y destilando un odio irredento.

Cuando era niño quise vivir una vida sin guerras; de joven, deseé y luché por asegurarnos una vida en democracia; luego anhelaba el final de la violencia terrorista, sobre todo de la más virulenta y cruel alimentada por los nacionalismos y sus fanáticos. Pero queda mucho más, y sueño con algo más elemental como es saber que todo ello se ha de producir en el marco solidario de una España liberada de fantasmas. Eso queda, y no es poco.

Todo cuanto antecede lo pensaba y sufría mientras iba leyendo en las escenas de El triángulo azul el final trágico de esos siete mil españoles enviados desde los campos de concentración franceses al campo de exterminio de Mauthausen. Expulsados de España por la guerra civil del 36, trasladados por los alemanes a Polonia en la II Guerra Mundial del 39, rechazados por Franco y su gobierno para que hicieran con ellos lo que quisieran, apátridas, olvidados por todos, exterminados por los nazis. Menos de dos mil de aquellos siete mil españoles, conseguirían sobrevivir.

Y en medio de tanta inhumana desgracia, no dejó de haber lugar para la dignidad pidiendo un minuto de silencio por el primer español muerto en Mauthausen; para no dejar de llamarse españoles. No bastó tanta desolación para olvidarse de ser solidarios, sonreír a veces, intentar dar a conocer al mundo la dimensión de los horrores del delirio nacional socialista alemán y su práctica de exterminio de españoles, polacos, húngaros, judíos, rusos, gitanos o alemanes que se desviaran del doctrinario nacional socialista, ese movimiento –seguido por el fascismo italiano de Mussolini- que llegó al poder sirviéndose de los derechos y libertades de la democracia y que, desde las instituciones, hicieron saltar los principios democráticos, vulneraron las leyes y los derechos humanos y arrastraron a las masas nacionalistas a la irracionalidad de la persecución de quienes no comulgaran con su fanatismo para empujarlas, más tarde,  a una guerra despiadada contra el mundo. ¿A qué me suena todo esto en la España de nuestros días? ¿Acaso los aprendices de brujo de hoy no se reconocen en los espejos de aquellos otros esperpentos envueltos en banderas patrias contra todas las banderas, arropados por masas enardecidas y clamorosas, alentando el odio contra enemigos inventados a los que hacer culpables de sus errores, latrocinio y fracasos?

Bien a la vista está lo mucho que nos remueven estos temas. Y está bien subirlos a los escenarios, si no queremos que los escenarios de jornadas tan tristes y terribles vuelvan a ponernos a todos a interpretar este drama. Volvamos la vista a Siria, Palestina, África toda, Oriente en toda su extensión, a día de hoy; mañana, tal vez cambien algunos nombres, no las tragedias. Volvamos la vista hacia España si no estamos dispuestos a volver a enviar a otros siete mil españoles a los campos de la muerte; de Cataluña, de Castilla, de Aragón, del País Vasco, de Andalucía, Extremadura, Asturias, León, Valencia, Galicia…

Los actores cumplieron con su papel. Tal vez puedan hacerse algunas críticas al cuerpo de la obra en su conjunto, la validez del texto en momentos determinados, la oportunidad de algunos números musicales o el tratamiento de algunos personajes y situaciones. Pero todo ello es secundario al lado de la importancia de una representación que se me antoja valiente y necesaria en ese grito desgarrador contra la barbarie, la de todos los tiempos, también –y sobre todo- la de hoy. Y contra el olvido.

González Alonso




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