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Al ermitaño le salieron sabañones en el invierno
y se puso muy contento
porque tenía algo
que ofrecer a Dios.
(Yo no me he preguntado todavía
si a Dios le gustan los sabañones
del ermitaño
o los sabañones, simplemente)
En el verano el sol calentó su cabeza
tanto,
que sintió vómitos y dolores
y padeció de alucinaciones violentas.
El ermitaño sigue allí, en su montaña,
rezando en la soledad.
Su significación no es plena porque los sabañones del invierno
le atormentaron
por razones metafísicas
y el verano no le proporcionó ideas de calidades nuevas.
Pero él sigue allí,
ajeno al mundo real
o dándole una dimensión inválida.
Posiblemente en este invierno
encuentre otros sabañones que ofrecer a Dios.
Julio G. Alonso
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