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Se posan en el frutero las manzanas
y en mezcolanza de estaciones, también peras
y membrillos,
mandarinas, melocotones y naranjas
junto a uvas y fresas. Cosa rara,
extraña eclosión de naturalezas
ajena a los climas y al sol
y las rotaciones de los planetas.
Son en los ojos las frutas la luz en sus colores,
la vida madurando sabores de aguas dulces
y amargas texturas de deseos. Qué muerte
yace en el fondo del frutero cuando sé ya otra luz
en la boca,
ya otra la despedida.
Mientras brilla la abundancia multiplicada en carnes
de sensuales tactos, qué plenitud
de días y aromados sueños, qué íntima sensación
de eterna dicha. Pero es otra
la sombra que desvela
y extiende sus mercurios calientes en la sangre.
Las moscas sobreviven los inviernos. Hay
néctares espesos en los ojos y las pieles
entregadas al amor del acero acuchillado del tiempo. Los esqueletos
de las frutas
reposan en porcelana su belleza
sin armonía.
Retumba en el aire contenido el silencio de los colores;
se cuentan las sombras de la quietud en la ausencia
del aliento.
Un olor ácido duerme en el fondo de la memoria
de las cosas
y en el vacío espacio abierto
acre
de la boca
del frutero.
Julio G. Alonso
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