Al alba de junio
las calles
de la madrugada;
otra vez, León, el frío en las orillas
de tus ríos
y sobre los tejados rojos
tañían
las campanas del alba. Ya todo son
cristales rotos de la memoria, luz
de estrellas y universo, un silencio
apacible en tu sonrisa
dada a la vida en el último aliento
cuando aún la nieve resplandece entre las cumbres,
llega el claror de la mañana,
el suave sol al extremo de la lluvia
y junio era la lluvia
y claridad
en los postreros días. Antes de ser sólo polvo de cenizas, sólo heredad
roturada,
sembrada tierra
de afectos, pisaste las extensiones
donde corren los gigantes,
vertiginosas laderas precipitándose a los valles
de la vida
que empuja, que grita, llora, ríe
y sigue
y nos abandona un día a la orfandad del tiempo. Todo es ahora como aroma de incienso,
todo toque de campanas redoblando,
todo recuerdos multiplándose en espejos
rotos,
todo calma en el aliento detenido
y el pulso detenido
y el agua remansada del olvido
entre los carrizales. Todo madrugada,
todo incienso, todo nada desvanecida
en la niebla de las calles. González Alonso
Hace un año, a comienzos de junio, por el día 5, moría en León Gumersinda Alonso, mi madre, Gumer para mi padre (fallecido un año antes, en la despedida de octubre sobre un día 28), Sinda para los vecinos, familiares y amigos. Algunos poemas nacieron alrededor de de los últimos meses de su vida y su inevitable camino de despedida; éste, unos días más tarde. Sea en su homenaje y memoria.
La imagen que acompaña al poema es un cuadro del acuarelista leonés Juan Ramón Alves Fernández.
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