Amaneció un final de verano
y zarzamoras, los arroyos
en rumores de aguas cristalinas,
los chopos
con su beso verde al cielo
y sus alturas
y el valle estaba en calma;
miró atrás
el camino de tierra cómo se perdía
en la curva sombreada
y una niña apareció tras ella
ligera como el aire,
un ramo de merenderas en la mano
y grichandanas,
la rosa de la vida en las mejillas,
luz radiante en los ojos,
la sonrisa fresca de la mañana;
voló a su abrazo con el cestillo de moras
en la mano,
la pálida vida en sus mejillas,
la apagada luz de su mirada,
la sonrisa leve de la mañana;
estrechó contra su pecho la frágil frescura del recuerdo
y aspiró muy hondo
el aroma de los años y los sueños
del final del verano
en moras,
merenderas,
grichandanas
y pulpa azul de lirios
y gencianas.
González Alonso
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