El arte de la entrevista
Juan Mayorga
Teatro Barakaldo, 28 de febrero de 2015
Hacerse las preguntas importantes de la vida. Y contestar sin trampas. Así, en ese desnudarse ante uno mismo, delante de una cámara, del mundo entero (aunque al mundo le importe, realmente, un carajo tu vida), se resuelve esta comedia que acabará en tragicomedia. Porque las pequeñas y grandes mentiras acumuladas a lo largo de nuestra existencia conforman un mundo falso que se desmorona, vacío de verdades y lleno de amargura y rencor, delante del espejo. Y una vez roto el espejo nada puede seguir siendo igual que antes; cada trozo ilumina las horas oscuras y la apariencia de realidad se disuelve como un azucarillo en un vaso de agua. Se ha perdido la inocencia. A partir de ahí la vida entra como un torrente en la casa y en las costumbres. Aceptar las respuestas es aceptar los fracasos y la imposibilidad de seguir viviendo en la impostura.
Llenazo en el teatro. No creo que fuera porque el respetable supiera de antemano de la bondad de este trabajo de Juan Mayorga, que es –de verdad- un muy buen trabajo. Más bien, pienso que la razón del éxito –del que me alegro- reside en el tirón televisivo del actor y las actrices del reparto. Una jovencísima Elena Rivera, con protagonismo en series de televisión como Cuéntame, en una actuación muy natural, digna y con momentos de gran acierto. Tal vez, como ocurrió con el resto del reparto, esa naturalidad pecó de excesiva, haciendo ininteligibles algunas partes y diálogos que, interpretados de ese modo, en la televisión no es problema para oirse con claridad. Sobre esta cuestión puede que tenga algo que decir el director, Juan José Afonso. No estoy pidiendo una sobreactuación de los personajes, que los haría menos creíbles y la obra aburrida, sino apuntando que debió existir o desarrollarse una actuación más teatral. Seguimos con el personaje masculino interpretado por Ramón Esquinas, que consiguió el mejor resultado posible con el papel menos brillante del reparto. Luisa Martín, gran profesional, en una interpretación sin fisuras y llena de matices bien trabajados le imprimió un ritmo estupendo a su actuación. Y Alicia Hermida, simplemente magnífica en el papel de la abuela, la pieza que se rompe de este puzle de la vida familiar y que, necesariamente, obliga a ala recomposición de las relaciones y los afectos.
El decorado me gustó. Austero, aplastante con esos muros de la casa que encierran como si fuesen los de un castillo el pequeño y agobiante espacio de la vida personal y familiar.
Una vez puesto el pero de resultar un montaje teatral atacado de excesiva naturalidad, digamos que –aparte de la ya mencionada dificultad de una buena y clara audición- hizo que la obra transcurriera demasiado plana, con escasos momentos en los que la intensidad dramática te sobrecogiera o, al menos, te sorprendiera. Obra de teatro de telón y acto único. De texto. Se sube el telón, se ve, se disfruta, se echan en falta las cuestiones ya señaladas, se sonríe, a veces también se ríe, se piensa, se reflexiona ante el desarrollo y los lugares por donde se conduce la acción, se baja el telón. Y se aplaude, cómo no. Porque es teatro y está bien hecho. Porque tampoco es imprescindible romper todos los esquemas en cada nueva representación, e incluso porque está bien utilizar los esquemas conocidos, con sabiduría y prudencia.
Una tarde, al fin, amena, en la que el teatro nos hizo mirar al pasado, cada cual al suyo, y desvelar lo que el miedo oculta.
González Alonso
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