Ella
se soltó el amor
y la melena cayó sobre su espalda;
el pelo golpeaba el bronce de la piel
y repicaba caricias más allá de su cintura
en el leve movimiento sensual de las caderas.
Su mano izquierda acarició
el calor estremecido de su seno derecho; su mano derecha
alcanza
la tersa suavidad en el camino del pubis; así en la dura
redondez, sus nalgas se aprestaron
al dulce embate
y Venus se derramó copiosa de venturas
en su hueco palpitante.
Lasciva, una sonrisa recorre su desvanecido cuerpo
y se hace en los labios voluptuoso beso,
ameno galanteo entre las manos,
suspiro que aún jadea en el aliento,
deliciosa ensoñación en los ojos aún cerrados
que florece en las palabras,
los propósitos
y libertinos pensamientos.
Una vez más accede hasta sus pechos el lúbrico deseo
para inundarse de placer en el combate
y rendirse al empuje de la entrega
sin tregua
y condiciones.
Ella
se soltó la melena
y el amor cayó sobre su espalda.
González Alonso
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