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Llevo en los huesos aire y frío de infancia,
lo sé; a veces asoma a la memoria
en fotografías congeladas que la nieve reposa
con blancura y silencio, como si el pueblo fuera
luz helada suspendida en el aire; el aire, el aire…
y el frío de la infancia; sí,
lo sé bien. Entonces dejo la brisa entre los ojos
e impunes las miradas se colman de escarchas
y de agua.
Los ríos, adelante, son rumor quebradizo de hielos en las márgenes,
corriente oscura y pesada que rueda sobre piedras.
Llevo escrito en los huesos una niñez de inviernos
como negrillos alzados en ramas deshojadas
y es por eso que el alma se retira y ausenta
y se recoge
en silencio.
Nadie puede luchar contra un amor tan grande.
Nadie debe ignorar la memoria de sus huesos
y cerrar los párpados dejando que el aliento
bese el aire sin una sonrisa; acaso
en espiral de sueños el tacto de la nieve
sólo
en la piel del tiempo.
González Alonso
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