La pequeña máquina de cine, de lata
y cartón, verde y antigua, así parada,
posada y quieta en su anaquel de madera
parece más pequeña.
Nadie podría imaginar la magia
de su pequeño chorro de luz de imágenes
mudas
empujadas por una manivela.
Nadie, al mirarla, puede ver la obscuridad
iluminada de la fantasía,
el trozo de tela sobre la pared
recogiendo en su hilo blanco las historias
de Popeye, Cenicienta o los ratones
que metían en la jaula a un enorme león.
Las cosas importantes ocurren en la infancia,
esa llave de la puerta de la vida
que se nos pierde siempre,
y ya sólo nos queda mirar por las ventanas
para advertir el mundo frío fuera
esperando
ausentes,
y al fin poder ver el de dentro,
cálido y discreto,
cuando una pequeña máquina de cine
proyecte su luz
sobre el paño extendido
de nuestra tristeza.
González Alonso
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