El libro de los muertos
Con espanto y guerra, los ojos desorbitados,
galopa el caballo picassiano,
golpea la tierra
con las patas de Rocinante;
se cuela la picaresca en Siglo de Oro
por los arlequines
de los días más azules del siglo
veinte
y Cervantes
remueve los pinceles y mezcla los colores
en la paleta de grises tenebrosos.
Una vez más, ay, Goya y la España trágica
devorándose a sí misma
mientras escribimos el libro de los muertos
y emerge la luz en sortilegios.
¡Qué largo viaje, patria, nos amenaza
en el filo de la espada de la historia
hasta el juicio de Osiris!
¡Fría es la jornada que te acompaña
al levantarse el campo
y la batalla aplaza su final y hará la cuenta terrible
de los vivos
antes de que decline el día!
Echa tierra a mis ojos,
que no alcancen mis hijos a ver tanta desgracia;
desnuda mi cuerpo, entrega a los dioses mis riquezas,
que nada estorbe la ligereza del viaje;
así, patria, se cuentan las jornadas
y las estaciones y los años a la grupa del destino
arrumbado a la cintura de tus costas,
alto en tus verticales montes,
agreste en el aire
que sobrevuelan las águilas,
extenso en las llanuras
de la esperanza.
González Alonso
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