Había un hombre solo; detrás de su tristeza
miraba inmóvil a través de la ventana.
Veía sombras de luz, ángeles desnudos
por entre la lluvia y los árboles, amándose
con el placer frío del invierno.
No perturbaron
su ánimo
la claridad del día ni las tinieblas
que acostumbran a traer las noches. Allí
seguía
solo, detrás de su tristeza
y la ventana, los ojos abiertos e inmóvil.
Los ángeles van y vienen y se abrazan
silenciosos. La humedad
es bruma que envuelve los recuerdos
de un amor frío en la piel de la memoria,
cenizas que esparcen sus miradas.
Dijeron que estaba loco. Lo encontraron solo
y detrás de la ventana, inmóvil. Pero él ya corría
por la humedad del invierno entre los árboles
abrazando su desnudez a los ángeles
y su luz.
González Alonso
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