
Como hay una ciencia para todo, la Poética viene a ser aquélla que se ocupa del lenguaje poético y, según el DRAE, de los principios y reglas de la poesía, tanto en su forma como en su esencia.
Me temo que la Poética es la ciencia que menos conocen los poetas, que se mueven por los mundos del Parnaso distinguiendo a duras penas la poesía llamada lírica, la más practicada universalmente sobre todo en el tema amoroso, de la poesía épica o la dramática. Echad un vistazo a cualquier foro de poesía y podréis comprobar cómo el mundo del subjetivismo desde el que se expresan con mayor o menor calor los sentimientos, arrasa en aportaciones de trabajos. Los textos más objetivos sobre temas históricos, contar hechos o hazañas, propios de la épica, son apenas inexistentes. Y algo semejante ocurre con la poesía dramática en la que el subjetivismo y la objetividad se complementan cuando el autor entra a formar parte de la historia o se esconde tras los personajes.
Pero esta introducción es solamente un pretexto para entrar a pensar cómo se escribe actualmente y por qué se hace así. Cuando digo el modo de escribir actualmente me estoy refiriendo nada menos que al espacio de todo el siglo XX y lo que llevamos del XXI; el periodo más largo de la Historia de la Literatura en el que una forma de escribir, un estilo, ha pervivido y todo parece indicar que irá para largo. Porque, básicamente, puliendo los aspectos más circunstanciales de los estilos que acostumbran a agruparse por corrientes, escuelas o modas de una manera más o menos artificial, la poesía que se escribe a lo largo de toda la centuria anterior y casi la década de ésta, es en verso libre. El verso libre es, normalmente, el refugio del sinfín de poetas que tienen la sana costumbre de caer en la tentación de escribir y que, en ocasiones, lo hacen francamente bien y con una eficacia loable, sin caer en la cuenta de que es el estilo más difícil de practicar y de conseguir hacerlo bien, se entiende. Porque, contrariamente a lo que se acostumbra a pensar, escribir verso libre no es escribir ni cualquier cosa ni de cualquier manera con tal de trazar renglones de diferente longitud a modo de versos.
La dificultad mayor del verso libre radica en que, abandonando el uso de las estrofas con métrica, el poema se sostiene con el ritmo interno y las pausas de lectura que el autor nos marque con una musicalidad muy afinada; es decir, que el poeta escribe música sin pentagrama ni notaciones musicales, pero el poema tiene que sonar y sonar bien arropando o siendo soporte de los sentimientos y emociones que el mismo poeta pretende transmitir. Porque -como he dicho en otras ocasiones y lugares- el arte más próximo a la poesía es la música. Diría más, aseguraría que la poesía nace de la música y que el verso, la unidad fija menor de un poema, procede directamente de la música tomando forma con las pausas, la acentuación, la rima y la medida de las sílabas.
Merece la pena detenerse un poco en este aspecto que considero relevante. Si somos observadores, caeremos fácilmente en la cuenta de que cada lengua o idioma tiene sus propias características referentes a la entonación y el sentido del ritmo; por tanto, cada lengua genera sus propios sistemas de versificación. Pero las lenguas, como cuerpos vivos del lenguaje, evolucionan y encuentran en cada época histórica un tipo de uso y expresión adecuados a la comunicación de la realidad histórica, cultural y el desarrollo económico de ese periodo. La evolución en el campo de las artes, empezando por la música, es evidente y va sujeta a los cambios sociales mencionados. Por eso, cada época ha encontrado su manera concreta de expresarse en poesía a través de las diferentes estrofas, conjuntos de versos de número variable, que constituyen el orden inferior al poema. Y por eso, también, las mismas estrofas exportadas de un idioma a otro, han tenido que ajustarse a las peculiaridades de cada lengua en cuanto a acentuación, medida y entonación. Baste recordar los intentos primeros de la adecuación del soneto a la lengua española del Marqués de Santillana (S. XV) hechos al itálico modo hasta su consolidación en el siglo XVI gracias a los trabajos de Boscán y el apoyo de Garcilaso de la Vega.
La traslación de la música a la lectura en la poesía, que nace siendo cantada y acompañada por instrumentos como la lira, se concreta en la medida y entonación del verso, y éste dentro de la unidad superior de la estrofa. Así, desde el s.XII se usa la redondilla en las coplas populares tradicionales; la cuarteta, que nace en el s.XVI, se extenderá hasta el Barroco donde el mismo Lope de Vega la aconseja y la usa para los diálogos de amor en el teatro, entre otras funciones. En el Romanticismo se hará una adaptación de la cuarteta, pasando a ser asonantada o tirana, utilizada con carácter popular. Los siglos XI y XII dan origen a las seguidillas; estrofas utilizadas en poesía popular y culta, como es el caso de Federico García Lorca que la rescata, o de Manuel Machado, en pleno siglo XX. El siglo XVI es el siglo del cuarteto y el serventesio que en el siglo XIX recuperará de nuevo el Romanticismo.
Una de las creaciones más antiguas y singulares en lengua española fueron los cuartetos de alejandrinos monorrimos que se practicaron en el Mester de Clerecía y que el Modernismo y la Generación del 27 actualizarán con la estructura A-B-A-B. De los textos cultos del Mester de Clerecía, generalmente latinos y de posible influencia francesa, cabe destacar por su significación tanto literaria como histórica el Libro de Alexandre, del leonés Juan Lorenzo de Astorga (s. XIII-XIV). La estrofa más frecuente era el conocido tetrástrofo monorrimo o cuaderna vía en versos alejandrinos de catorce sílabas. La importancia capital de esta literatura y del Libro de Alexandre es que constituyen la cuna de las lenguas romances.
En el siglo XVII se consolida el soneto, se introduce la décima o espinela muy adecuada para la lírica y el teatro y Miguel de Cervantes nos regala el ovillejo, muy apropiado, también, para el género dramático.
Ya en los siglos XIX y XX se usa la seguidilla compuesta, prosperará el verso suelto apoyado en versos blancos que se venía utilizando desde el Renacimiento, sobre todo para la traducción de poemas de otras lenguas, y se desarrollará la estrofa denominada silva para, finalmente, llegar a las estrofas del verso libre.
Volveré a insistir en la dificultad de este tipo de escritura llamada verso libre, dificultad ignorada por poetas novatos y por los poetas vagos que piensan equivocadamente que es más complicado escribir sonetos, liras, manriqueñas, ovillejos o cualquiera de las estrofas conocidas. No es así. Las estrofas clásicas –al igual que las estrofas de verso libre- desarrollan con naturalidad una estructura de pensamiento poético. Las estrofas se adaptan mejor a una clase de temas u otros; las de pie quebrado parecen más adecuadas para temas como el paso del tiempo o la muerte, las décimas o espinelas para la poesía lírica, pero también para la poesía reflexiva, la octava real se adecua bastante bien a la poesía épica y la bucólica, así como los tercetos modernistas sirven a las disertaciones, las elegías o las epístolas. ¿Y las estrofas de verso libre? Pues la respuesta es que se pueden adaptar y se intentan adaptar a cualquier tipo de tema; ¿pero cómo, de qué manera? Pues de manera intuitiva alargando los versos o usando los serventesios en los temas épicos o dramáticos y acortándolos cuando el poema se hace lírico, con el tema del amor dominando la mayor parte de las creaciones. El poema de estrofas de verso libre busca la adaptación al tema y la finalidad de la creación alterando el ritmo o adecuándolo con recursos como la repetición de significados, ideas y esquemas sintácticos, apoyándose en las pausas naturales de la lectura y en las palabras escogidas que aporten sonoridad y brillo al tema. El oficio del poeta radica en el desarrollo de un finísimo sentido del ritmo asociado a la carga emocional que intenta transmitir. Eso, insisto, es muy complicado de conseguir. Así que, generalmente, se recurre a buscar frases aparentemente brillantes e inteligentes, a escribir versos sueltos al estilo de cadáveres exquisitos en un puro ejercicio caleidoscópico, cayendo también demasiado frecuentemente en el sinsentido, el anacoluto, la vaciedad y la tontería. Un buen poema puede resistir uno o dos versos puramente ornamentales, pero poco más.
Puede existir un buen poeta escribiendo solamente en verso libre, como puede existir un buen pintor que sólo haga creaciones abstractas. Pero me parece raro. Los pintores que han creado y explorado un estilo pictórico, suelen descollar con mérito en otras facetas de la pintura. Los buenos escritores, aunque consigan su mejor manera de expresarse en una clase de género, suelen ser buenos o al menos más que discretamente buenos en otros campos de la escritura, en general. Por eso, ante unos brochazos emborronando un lienzo o unos versos más o menos incoherentes sobre el papel, nadie puede asegurar estar ante un autor. Hace falta algo más. El escritor del poema único, genial y de antología, es algo más que imposible. Y de existir, ese autor escribirá con corrección una carta a su madre, redactará un artículo o llegará a escribir un relato breve, un cuento o una novela. Si no lo hace, es otro tema. Lo espantoso es comprobar el nivel de escritura general de muchos de los enamorados del verso libre donde parece –craso error- que todo vale y nada es criticable (en la métrica, claro, la cosa es como es, e ineludible su resultado) cuando escriben una simple nota, una cartita o un remedo de relato. El verso libre, saco roto para todo, es como el arte abstracto en la pintura, que parece estar al alcance también de cualquier osado concursante que haya superado un poco el pudor.
La conclusión a la que me siento cada vez más inclinado a llegar es pensar que sería conveniente superar la estructura del verso libre e inventar nuevas estrofas para el tiempo que nos ha tocado vivir y la manera concreta de tratar los temas eternos de la poesía: el amor, la soledad, la muerte, el miedo, la injusticia, la nostalgia, la vida, la alegría, la duda, la fe, el futuro, el conocimiento, la angustia, el vacío, la infancia, el desengaño, la vejez, la esperanza, el paso del tiempo, la amistad y etc. etc., uno por uno o comprendiendo dos o más de ellos en cada trabajo. La vida del poema en estrofas de verso libre se mantiene y será estrofa practicada vigorosamente todavía por mucho tiempo; pero empiezo a observar, de igual modo, cómo algunos poetas parecen inquietarse y buscar estructuras estróficas que tienden a ser más regulares en medida, acentuación y rima; y eso apunta inexorablemente –desde la estrofa de verso libre- al nacimiento de nuevas estrofas, evolucionadas y de contenido más rico y ambicioso. Es pronto aún para decirlo y dependerá, en gran medida, de la suerte y la ocasión de estos nuevos poetas, pero es posible que estemos asistiendo al nacimiento de las estrofas del siglo XXI. Y de la poesía del siglo XXI.
Julio González Alonso
Artículo publicado en el número 2 de la revista en papel Alaire (Illes Balears) el 2 de marzo de 2009
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