Apocalipsis
Supo que había llegado el tiempo
de los insectos
cuando el calor de la mañana abría las raíces
de las plantas
y las rocas
perdían el agua fósil
de sus gargantas secretas
y profundas.
Se quedó mirando fijamente la desvaída luz
de la alborada
y leyó en el silencio
que estallaba en el aire
con los tambores de los presagios
de los pergaminos antiguos.
El lugar de la vida ya es de otros
herederos, de otros las noches
y sus días; nunca más
habrá canciones a la luna
cortejada de estrellas
y la atmósfera será estruendo
del batir infatigable
de millones de élitros.
De dónde vino aquel final,
por qué fue todo desierto de agua
y tierra calcinada, qué números
se cumplieron, qué profecías
dibujaron sus señales sobre el paso de los siglos
del universo.
Una belleza nueva e incomprensible
amanecía ante sus ojos.
González Alonso
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