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La torre del reloj
es toda nieve de horas y de noche. Luz
mortecina en las farolas
de la calle
envuelta en aire frío
de ventisca.
El alma,
detrás de los cristales.
No hay nadie en el tiempo ni en las sombras
y el silencio es hielo. Las campanas
tañen su soledad, repican el vacío
de sus bronces.
Son horas
de ojos abiertos y miradas quietas
las horas suspendidas en los aleros
de la espera,
alargada distancia de los sueños
y los insomnios; pasos de madrugada
en las aceras.
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González Alonso
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