Mira por las cuencas
vacías del tiempo,
habla por la obscura
cavidad del silencio,
respira el aire helado por entre las costillas
latiendo en el espacio de un corazón de besos.
Araña las caricias con manos descarnadas
mientras el sexo llora su excitación y miedo,
mientras huye el rubor libre de las mejillas
y la oquedad del cráneo resuena de recuerdos.
Degusta el seco trago del vino de la vida
cuando es duro el abrazo; y sueña las ternuras
derramadas en aire por entre las entrañas.
Escucha por los huesos
el temblor de la tierra,
sementera de antaño,
ya sólo húmedo tacto
la orgánica materia,
sólo sueño del polvo que de la humana arcilla
en el grito del viento
asciende a las estrellas.
González Alonso
El tema de la muerte y la vida que alentó en los restos humanos puede provocar cierta reticencia, pero es tan real y cotidiano que merece alguna atención por nuestra parte. Así se ha construído este poema, con un cambio de ritmo tras los hexasílabos iniciales para transcurrir más plácidamente por los alejandrinos que les siguen y concluir con la presentación de los alejandrinos en los versos de cierre partidos en dos hemistiquios. Algo así como el crujido de un hueso quebradizo, en cuyo hueco se albergó el aliento de la vida, de los deseos, de los sueños.
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